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jueves, 28 marzo, 2024
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¿Desenfreno Tecnológico y Adaptación?

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Por: Jorge Humberto De Haro Duarte • admin-zenda • Admin •

Cada día que pasa la gente parece vivir un interés inusitado en todos aquellos placeres que nos proporciona el avance tecnológico. La televisión ha sido superada con mucho por nuevas formas de convivir con el entorno y esa realidad que cada vez parece más enigmática a partir de la infinidad de nuevas ofertas para la búsqueda del goce de la existencia y consecuentemente hacer de ésta un pretexto para la demanda de momentos diseñados especialmente para el disfrute humano de una parte de la población, en detrimento de las carencias de la otra parte de la misma, que aspira mucho a todo, aunque casi siempre con poco éxito. Aún así, hoy día la mayoría de la gente en el mundo tiene la opción de mostrar su conocimiento del uso de las más avanzadas tecnologías y aunque sea a precios bajos, se puede conseguir satisfacción por montones en el uso de los muy avanzados “espejitos” del siglo 21. En este disparejo avance entre el boom de la tecnología y la capacidad de la población para adaptarse al mismo, se manifiestan formas de comportamiento tanto reactivo como aprendido tanto de usuarios como de los analíticos para poder definir si la población en el mundo debe acelerar sus capacidades de dominio generalizado de tanta tecnología emergente o de plano, disminuir la capacidad productiva de todas las empresas del mundo. Pero solo son sueños de una noche de invierno invadiendo el tiempo del otoño.

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La humanidad no ha podido controlar las consecuencias del desarrollo. Hace cuarenta años Alvin Toffler alertaba sobre los cambios que habría que enfrentar y sugería la necesidad de diseñar mecanismos para enfrentar estas tan aceleradas trasformaciones y hacía énfasis sobre la diversificación y masificación de la educación como una de las formas principales para contrarrestar la explosiva sobreexposición a productos que influían en cambios de visión y acción en costumbres y valores que habían estado intocados durante siglos. En todas partes. El debilitamiento del sentimiento de permanencia, influía en otros conceptos como pertenencia, valores y el sentimiento y forma de actuar más importante, que es el de sentir la paz. Ahora es punto menos que imposible planificar una adaptación cuando no se hizo preventivamente o en el mejor de los casos, cuando estaba apareciendo.

De un modo u otro, hoy día somos dependientes extremos de la tecnología; se controla a la gente a través de tecnología muy sofisticada y todo mundo parece estar de acuerdo. Sería bueno preguntarse hasta dónde se puede explorar con capacidad para enfrentar cualquier consecuencia con aplomo y atingencia. Hace años, cuando la gente se enfilaba hacia el desarrollo, se tenía información limitada, pero de alguna manera se obraba con inteligencia como contrapeso, y tenazmente se buscaban soluciones prácticas y con una idea en la que se priorizaba la cooperación y la satisfacción popular. A pesar de la gran cantidad con que se cuenta para incrementar el acervo de la humanidad, la tendencia se sigue orientando hacia el individualismo y la mezquindad, probablemente derivados de la manifestación de los excesos funestos del capitalismo extremo. Para prepararse para enfrentar las secuelas tristes de la falta de adaptación a la desgracia, por desgracia, hay que hacer un mejor uso de la muchísima información –y muchísima significa muchísima, exactamente- utilizando la muy poca inteligencia que queda–y muy poca significa muy poca, desgraciadamente-. Ante este turbio horizonte ¿qué podemos hacer?

Contra toda lógica, las soluciones no están dentro de los terrenos del aporte, sino que más bien se trata de deshacernos de la idea de seguir “creciendo” y aumentando los satisfactores y los espacios habitacionales para la creciente población. Por principio, debe ponerse freno ya, y ya significa ya, a la explosión demográfica. Además de absurdo, es contraproducente y falto de sentido común seguir pensando en tener naciendo y creciendo más población de la que fallece. Ni siquiera con tanta guerra de cualquier tamaño puede establecerse el crecimiento o decrecimiento de la población. Otro asunto importante que habría que discutir y llegar a acuerdos es en el decreto de los límites para el crecimiento. Parece ser que se ha perdido la mesura en la consideración de lo que verdaderamente necesitamos para vivir en armonía. Cuando se buscan los saltos sociales y económicos se olvida la parte más importante: el respeto al ambiente y a las manifestaciones vivas del mundo derivadas de la contaminación, los daños a la corteza y a la estructura terrestre con fenómenos como el debilitamiento de la capa de ozono y el calentamiento global. Y ni que decir del respeto a todas las formas de vida. Por último, se deben buscar formas alternativas y novedosas de esparcimiento social, tanto de los viejos hábitos lúdicos como de la más modernas expresiones que nos permitan redescubrirnos como especie, humanidad, sociedad y diseñar un ser humano más adaptado y adaptable al mundo de la tecnología y a ésta, controlarla de manera que su crecimiento no la transforme en un monstruo que acabe con la humanidad.

Y nuevamente, la solución se deriva del uso adecuado y visionario que se haga del proceso educativo inmerso en una reconsideración sobre si la humanidad está capacitada para enfrentar el futuro. Los recursos se terminarán tarde o temprano si no se apuesta hacia la búsqueda de la educación y la cultura como los cimientos que permitan erigir un monumento de sabiduría. Se debe, antes que nada, detener ese fenómeno irreversiblemente autodestructivo que hoy asola los restos de este otrora bello planeta: el atarantamiento global. ■

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