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jueves, 25 abril, 2024
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Amparo Dávila. Invención viva

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Por: Mauricio Flores •

La Gualdra 271 / Libros

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En la casa de su pueblo olvidado, la pequeña se adentraba en la biblioteca paterna a dejarse llevar por el manojo de historias ahí contenidas. Un mundo extenso —diverso en colores, papeles, portadas, personajes, texturas, aromas— que sería el origen de otros mundos igualmente únicos. Los universos literarios de Amparo Dávila (Pinos, 1928), que sin importar los años y las vicisitudes de la vida diaria —el olvido de los pueblos y de los hombres y las mujeres— nos siguen maravillando.

Fue ahí, una biblioteca tan real como imaginada, donde a partir de sus primeras lecturas descubrió a Dante. La repetida edición de la Divina Comedia, que, ilustrada por Doré, llegó a horrorizarla. De ahí lo dicho por ella misma: “esa constante aventura y un ir y venir entre el cielo y el inferno”. Extensión eterna, imaginada (¿el cielo arriba; el infierno abajo?), que produjo al menos siete libros de relatos (Salmos bajo la lluvia, Meditaciones a la orilla del sueño, Perfil de soledades, Tiempo destrozado, Música concreta, Muerte en el bosque y Árboles petrificados) y con los cuales se le comenzó a señalar como “escritora de culto”.

No siempre suficientemente reconocida, la obra de Amparo Dávila puede ahora revisitarse en una nueva edición conmemorativa de Árboles petrificados, bajo el sello de Nitro Press. Libro de cuentos (12) con el que recibiría en 1977 el Premio Xavier Villaurrutia.

“Qué importa el tiempo”, dice una voz omnisciente en “La carta”, uno de los cuentos de Árboles petrificados. Qué importa “que transcurra si finalmente es tan solo una línea, una división convencional para ordenar la diaria existencia, situar al pasado o al futuro”.

Qué importa (añado) que hayan tenido que pasar muchos años para que la obra de Amparo Dávila sea reconocida cabalmente, y que quienes no tuvieron al alcance la edición original del desaparecido sello de Joaquín Mortiz, tengan ahora esta nueva versión.

El libro incluye textos de Jonathan Minila, Alberto Chimal, Karen Chacek, Marianne Toussaint, Bernardo Esquinca y Evodio Escalante, así como el rescate de las misivas que entre 1959 y 1965 le escribiera desde París Julio Cortázar a la autora. Cartas, no exentas de críticas a la obra para entonces publicada, donde se pondera la conformación de un estilo, un tono; además de la tipificación del género al que habría de ceñirse Amparo Dávila.

“El cuento es monstruosamente exigente —escribe el autor de Rayuela—, y creo que por eso nos fascina a usted y a mí. Nunca tendremos mejor enemigo, amante más implacablemente rebelde […] Y gracias de nuevo por dedicarme su cuento y por escribir tan bien”.

Juicio que constatará el lector en esta nueva entrega de Árboles petrificados, resultado de “esta pasión que nació con mi vida y se irá con ella”, donde mundos imaginados nos abren sus puertas a la sorpresa con una gran sencillez, característica de la alta escritura.

En la tradición de nuestra literatura era menester una obra como la de Amparo Dávila. Original, misteriosa, imaginativa, oscura, fantástica, inquietante, terrorífica e inexplicable. Su narrativa nos lleva a universos que de tan insólitos nos resultan propios. Quizá por ello nadie que se haya acercado a cualquiera de sus cuentos pueda mantenerse al margen de esos mundos y esos personajes.

Una invención que permanece viva, apuntalada en su estructura casi perfecta, y que como nos recuerda Chacek en esta bella edición conmemorativa, entreteje los mundos exterior e interior. Siendo el resultado un territorio extenso para encontrar las respuestas a las preguntas de siempre —otra de las claridades de la literatura—, incluidas las de mañana.

 

Literatura vivencial

“Trato de lograr en mi obra un rigor estético basado no solamente en la perfección formal, en la técnica, en la palabra justa, sino en la vivencia. La sola percepción formal, no me interesa porque la forma no vive por sí misma; es, digamos, la sola justificación de la escritura […]. Hay textos técnicamente bien escritos pero que nacen muertos: no quedan en la memoria de quien los lee. No creo en la literatura hecha sólo a base de la inteligencia o la pura imaginación. Creo en la literatura vivencial, ya que esto, la vivencia, es lo que comunica a la obra la clara sensación de lo conocido, de lo ya vivido, y hace que perdure en la memoria y en el sentimiento, y constituye su fuerza interior y su más exacta belleza”.

Amparo Dávila, Palabras al recibir la Medalla Bellas Artes, fragmento, diciembre 2015.

 

En el reloj de la Profesa

“A pesar de ser otoño hacía un tiempo esplendido la tarde en que yo caminaba por la colonia Juárez rumbo a la calle de Estocolmo. Allí vivían, en el número 3, desde hacía dos meses, Homero y Betty. Sin embargo, era la primera vez que iba a su departamento. Primero había sido la enfermedad de mamá, que me tuvo a su lado todo el tiempo, como sucedía siempre que algo perturbaba su salud, lo que me había impedido visitarlos. Mamá es de esas personas demasiado aprehensivas a quienes hay que dedicarse en cuerpo y alma, pues si llegan a sentirse poco atendidas o descuidadas caen en fuertes crisis depresivas que ponen en peligro su recuperación. Después, por el trabajo rezagado y la intención de ponerlo al corriente se fue pasando el tiempo, y éramos tan amigos que sólo por inconvenientes así se justificaba que hubieran pasado tantos días sin verlos. En el reloj de la Profesa daban las seis de la tarde cuando toqué el timbre de Estocolmo 3. Casi sin aliento llegué hasta el quinto piso donde estaba el departamento de mis amigos”.

Amparo Dávila, Árboles petrificados, “Estocolmo 3”, fragmento.

Amparo Dávila, Árboles petrificados, Edición conmemorativa, Nitro Press, México, 2016, 160 pp.

* [email protected]

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra-271

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