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sábado, 20 abril, 2024
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‘Salón de belleza’, una mirada a la pecera de Mario Bellatin

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Por: JOSÉ AGUSTÍN SOLÓRZANO •

La Gualdra 270 / Notas al margen / Libros

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Mario Bellatin escribió una breve novela que se considera una de las más notables de este siglo, pero ¿por qué? A Bellatin no hay que preguntarle sobre lo que escribe porque él ha decidido escribir al margen de la literatura; es decir, no hace libros, sino realidades. Y es que tal vez este escritor méxico-peruano sea el único escritor mexicano vivo que está apostando a una literatura apartada de todo canon.

Cuando leemos a Bellatin es difícil asociarlo con una tradición literaria mexicana. No hay en él el misticismo tradicional de Rulfo, la solemnidad lingüística de Paz o la realidad contundente de Revueltas. Bellatin parece escribir desde esa universalidad que le hace falta a los escritores contemporáneos.

Salón de belleza es una novela que podría resumirse brevemente: trata sobre un tipo que tiene una estética, es travesti y por las noches sale con sus compañeros, un par de homosexuales con los que comparte el trabajo y la habitación trasera de su local, a buscar hombres y a divertirse. En su establecimiento hay un montón de contenedores con diferentes especies de peces, pues nuestro protagonista es aficionado a estos animales. En algún momento el salón de belleza se transforma en un moridero —así lo llama él— al que van a perecer aquellos hombres afectados por «el mal».

Pero ¿qué es ese mal, quién es este sujeto que nos narra y por qué de buenas a primeras transforma su estética en una pocilga donde hierve un asqueroso caldo de menudencias y mueren peces y humanos? No es importante. Lo verdaderamente trascendental en Salón de belleza es la narración y lo que ésta construye. Algo así como una atmósfera parecida a la de una pecera. Sí: la novela de Bellatin es una pecera en la que sus habitantes no pueden siquiera imaginar lo que sucede afuera. Dentro de este ambiente acuoso emerge una trama que sugiere otra.

Para Ricardo Piglia un narrador debe ser un buen mentiroso, alguien que te dice la verdad cuando parece que miente; en el caso de Bellatin y de los que, como él, están apostando a una ficción límite, la verdad es esto: no hay más, lo que estás leyendo es la única realidad y fuera de ello, del libro, no hay más que una ficción donde se vive tras una máscara.

Vayamos con calma: el protagonista de Salón de Belleza se traviste no para ser otro si no para, por fin, ser él mismo; los que vienen a morir a su lugar, a ese salón de «belleza» no vienen a dejar de «ser», sino a travestirse con la muerte, a «ser» ellos mismos. Ese mal que los aqueja es ineludible, inevitable y, mientras leemos la novela nos enteramos, inconfesable, amoral. Los que padecen este mal acuden al salón de belleza a morir. No buscan ayuda, una esperanza o cariño. No. Lo que quieren es un «lugar» donde echarse a morir, y eso es lo que brinda nuestro narrador y protagonista: un sitio donde exhalar el último aliento sin la molestia de los inútiles voluntariosos que buscan salvar el alma de los condenados —en la novela se ven reflejados en las monjas caritativas—.

El narrador también resulta enfermo, y antes de mostrarse débil ante los vecinos y las madres decide esconderse y dejar morir a sus últimos huéspedes, embellecer de nuevo su local y volver a llenar de agua y peces los contenedores de cristal. Quiere irse con la muerte maquillada y bien peinada. Pero esto es un suceso vedado a los lectores, la narración, de unas pocas páginas (70 en mi edición), sucede en ese momento, mientras el protagonista de la historia se encuentra rodeado de moribundos aquejados por un mal irreversible y con un montón de peceras llenas de moho donde aún queda un par de peces. Al final de la novela el narrador pide respeto por la soledad y luego la historia sigue su curso, pero sin nosotros. Ése es quizá el logro de la literatura de Bellatin, que puede continuar sin los lectores, que pareciera que quienes la leemos sólo la vemos ocultos desde una ventana que, de buenas a primeras, nos cierran.

Mario Bellatin crea una realidad de la que sólo vemos un fragmento, y es a partir de ese trozo del que nosotros podemos sacar conclusiones, pero ¿realmente necesitamos sacarlas? Ésa es la gran ironía del autor de Salón de belleza: no hay conclusión. Sus obras no son alegorías, y a pesar de lo que se pueda decir no creo que «el mal» se refiera al Sida y que la novela conlleve un mensaje moral, ni siquiera estético.

Bellatin crea realidades y la realidad no depende de la moral, de la estética, de la literatura o el arte. Lo que impresiona de su novela es precisamente que lo que narra es eso: justo lo que está sucediendo, no hay segundas intenciones, ni alegoría ni moraleja. Como decía Piglia, parece que miente pero dice la verdad. Por sencillo que parezca lo que Bellatin narra es la historia del tipo que convirtió su salón en un moridero. La verdad.

Y la verdad sólo puede ser literaria si se lee e interpreta. Lo que hace el escritor sólo puede estar completo cuando se lee. Por ello, a pesar de que Bellatin quiera hacer realidades al margen de la literatura, siempre —al igual que la realidad— éstas son susceptibles de interpretación. Y el peluquero homosexual que se travestía y terminó dando asilo a moribundos hasta que él mismo terminó enfermando y muriendo, puede significar lo que el lector prefiera.

La lectura de Salón de belleza puede asemejarse a sentarse en la silla de una estética, frente al espejo, para mirar nuestro reflejo frente a una pecera donde la vida flota y se mantiene a salvo de los peligros de la ficción.

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_270

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