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viernes, 29 marzo, 2024
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Poeta calificado (3 de 4)

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Por: José Méndez •

La Gualdra 270 / Río de palabras

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Abrió los ojos, por la tarde el sol incendiaba las hojas en blanco. Por un instante olvidó el espacio, la pregunta oscilaba en encontrarse, sus manos temblaban, sus recuerdos le devolvían el nombre. En el papel intentaba una palabra, se escurría, cada línea engendraba la tardanza, su tono frío y negro hacía del discurso el tiempo, un sueño hierático, una pesadilla de insectos, de dioses somnolientos, de destinos extraños.

Sacudido por el enjambre que tomaba la postura de las horas, volvió a intentar.

 

Fuera de mí, escribo con conciencia, me dilato en el sonido, en la puntuación que requiere cada frase, un punto, perfora el muro, una coma, se fragmenta en olas, escribo una pregunta, se cierra una realidad, exclamo, se abre un laberinto, se desploma. Guardo recelo, las comillas se alejan, se acercan, me libero. Si me detengo hago que exista un paréntesis, la poesía, si sigo no hay nada, sólo fotografías, orillas, cascadas, árboles que duermen. Tar…ta…mu…de…o, escribo, de nueva cuenta hay, orillas, cascadas, árboles que duermen. Me repito.

 

El tercer estruendo dormía en el sótano, la luz se azotaba, los ojos eran una estatua que alumbraba, se levantó. Descendió, las escaleras quedaron atrás como un sendero que se cierra, el miedo aún se refugiaba en sí.

Cruzó el pasillo, la sala, respiró sobre el escritorio, de su lengua la pregunta: ¿estoy o estuve aquí? Inconsciente, su mano empuñaba un abrecartas, se inclinó, escribió unas líneas, volvió a inclinarse, un poco más, levantó la taza. Recobró el rumbo mientras avanzaba, los ruidos entretejían una orquesta, era miedo insomnio éxtasis sueño de la palabra, se apoderó de la rampa que comunicaba al sótano, el eco se fue haciendo otro hasta pronunciar su nombre, escuchó unos pasos, sobre la alcoba las escaleras el pasillo la sala el estudio el escritorio, cayó una taza.

 

El cansancio de la noche posaba sobre sus hombros un ave de negro plumaje, en el jardín de su estado lúcido la sombra del sueño purificó la tierra, sin reposar la mano, la tinta seguía su curso, buscaba a tientas un cigarrillo, la manzana que ya era un idilio del día, encontró una taza, la derribó, en la alfombra el último suspiro del líquido descubrió su forma, el vértigo. Siguió escribiendo.

 

La palabra crea astros, ciudades, desiertos, infiernos. Inventa la sangre, la historia, el castigo, su clara cabellera es la espesura de sus males. La palabra escribe diálogos, discursos, sueños, fantasías que se marchan. La palabras se endurece, es una estatua que dice cualquier cosa, que la inventa, la palabra no es innovación del hombre, ni lenguaje ni poesía, es miedo de sí misma, es una lengua, es un grito, un estado de un dios o un demonio. La palabra es la llaga, la locura, el otro.

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_270

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