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jueves, 28 marzo, 2024
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Poeta calificado (2 de 4)

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Por: José Méndez •

La Gualdra 269 / Río de palabras

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La palabra es simplemente momentánea, luego el equilibrio, la decencia en el tiempo. Más tarde el bullicio escribe lo que olvida, mínimo instante para una luz que contamina. A veces la palabra se demora, cuando llega, su estruendo desvela el sendero, dice cualquier cosa y aprende, pulveriza, distorsiona, edifica una torre. Sobre lo alto, la palabra juega a ser Dios, el mismo que tardó la creación en siete días, perdón, en seis, porque el séptimo lo dedicó a descansar, pero, por qué descansar si es Dios.

 

Sus manos eran agudos trazos que se fueron haciendo polvo al tocar la tinta, sobre el papel, el barro fue creando la ceniza que esperaba, hablar de poesía no era fácil, mucho menos, ser poeta. Mentir no era parte de su anatomía, la palabra lo aligeraba. Como poeta, era el sueño de un asesino, como narrador, doblaba la esquina y desaparecía. Leyó en voz alta su discurso, no era ni vivo ni muerto, más bien aparenta, serlo. Cogió la pluma, y la convirtió en arma blanca.

 

El segundo ruido se escurrió por la alcoba, oculto bajo la capa del papel abandonó el escritorio. Comenzó el asedio de sus latidos, las ondas concéntricas que se apoderaban de su respiración provocaron el llanto, hacía tanto tiempo no probaba el miedo, y ahora volvía como un espejo cargado de recuerdos; siguió su camino, descalzo probó las escaleras como una seda blanca, su dedos fueron saboreando cada orilla de los catorce escalones que llevaban a la pieza donde sus sueños se encubrían. Río arriba, recordó a su madre, aquélla que dos años atrás muriera asesinada en plena alcoba. Sacudió la cabeza, el recuerdo desvaneció. Al llegar a la cima vislumbró el filo de su cama, el beso del temor fijaba más sus labios sobre el pecho, sintió náusea, sobre la orilla, descansaba un animal. Su cabeza pendía de una cuerda que le rodeaba el cuello, el peso de su cuerpo levemente quemado, como si durmiera en brazas.

Trató de alcanzar la manivela, con un grito, se cerró. Quiso vomitar, sintió cómo una sustancia le carcomía las venas, la misma que desterró a su conciencia, giró la cabeza, cayó.

 

La palabra revela, duerme, se fatiga, se apodera del racimo visible del desvelo, sobre la noche se tiende y resucita, es un canto que reposa sobre huesos. La palabra es el tallo y el beso, una hacha que afila sus alas, un obelisco, un laberinto en espera de la muerte. La poesía es el destino, es el ojo cerrado del sueño, del abandono, su nostalgia, brota de los puntos cardinales del pensamiento, el pensamiento, es la cruz que atientas se refugia en la palabra, es el miedo a la penumbra, a la nada, estar solo.

Las imágenes derriban lo entredicho, se escribe insomnio, no se agudiza y se omite. La palabra asiente con el olfato, su mirada, ya existe, es su campo semántico. Se piensa en el ruido, qué se piensa, un ‘hipo’ dilatado, un ‘supra’ taciturno, un ´mega’ petrificado, un ‘nosotros’ que no dice algo. La palabra juega, se cuelga de su insistencia, es escasa para lo que busca.

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/gualdra_269

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