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viernes, 19 abril, 2024
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Por: José Méndez •

La Gualdra 268 / Río de palabras

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Encendió un cigarrillo hueco, pensó en Dios, mordió una manzana. El murmullo del silencio era más nítido, su sobriedad radicaba en un café y una dona glaseada. Su discurso ya era víctima del alba.

No había escrito palabra alguna, sólo destellos que se iban borrando. Recuerdos que no tenían memoria, ésos que se ponen a jugar con la conciencia.

Empezó a titubear, sus palabras eran balbuceos semejantes a los caracoles, sabía que por las noches el sueño era más rápido que la necedad de estar despierto. Vio su reloj, amanecía. Sus ojos oscilaban entre el abismo de las pesadillas y la claridad de su conciencia. Le compró pensamientos a la razón.

En las primeras líneas se leía:

 

Y qué hay detrás de la palabra, un significado adverso, una indiferencia, un grito que la misma evita, un silencio tibio, una petrificación clara de lo terrible, la manifestación de un sueño, lo impredecible, la hoguera. Y qué hay de lo que se espera, que comience un eco, que se repita, que el límite entre el significado y la demora se desvanezca.

La letra reposa en indicios como un perro que se encoleriza de rabia, hoy dice: aguja, mañana la palabra simplemente hilvana, hoy corrige la tarde, su quejido se disfraza de piedra, de huevo oculto, de zafiro que se guarda. Pero la palabra no sólo es lo que nombra, en ocasiones es memoria, el poeta dice muro, habla de raíces, de tinieblas, de razas, de muertes atroces, habla de la sombra que es ceniza.

 

Volvió los ojos al reloj, las manecillas se escurrían como si trataran de traducir una lengua extraña. El tiempo se había perdido en el abismo de dos horas. Alzó la mirada, sobre el rincón de su escritorio figuraba la taza de café que horas atrás lo mantuvo vivo, pensó en servirlo, bajó la mirada y cerró los ojos.

 

El primer ruido vino de la cocina, un rumor se deslizó sobre su cuerpo como un golpe eléctrico. Dejó caer la taza, el polvo del café se dispersó por la alfombra, su mirada afilada corrió hacia el pasillo, agudizó el oído, ahora era más fuerte. Los rumores toscos que se trasfiguraban en la puerta lo llevaron hacia ella, sus pasos lentos empezaron a sortear papeles hechos piedras que ahora yacían en el piso. Los pies fueron creando dunas que refugiaban ya no los susurros, sino el grito. Giró la perilla, deslizó la puerta mientras la retórica de su cuerpo se convertía en ladrido. La cafetera ardía en llamas.

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra-268

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