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viernes, 29 marzo, 2024
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Mi vida de Calabacín

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Por: ÉVELYNE COUTEL •

La Gualdra 268 / Desayuno en Tiffany´s, mon ku / Cine

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Esta semana se ha estrenado una cinta franco-suiza que, aunque parezca hecha para niños, conmoverá a todos los públicos. Presentada en la Quincena de Realizadores de Cannes 2016 donde hizo derramar lágrimas, Mi vida de Calabacín (Ma vie en courgette) se centra en la existencia de un niño de nueve años, de nombre Ícaro, pero apodado “Calabacín” por su mamá aficionada a la cerveza. Un mote que él querrá conservar cuando ingrese en el centro de acogida donde viven otros niños como él, niños sin familia que fueron abandonados o maltratados.

Lejos de parecerse a un cuento de hadas, la cinta se adentra, pues, en unos temas nada fáciles de enfocar tratándose de un filme que, de forma evidente, parece mayoritariamente dirigido al público infantil. El cineasta Claude Barras y la guionista Céline Sciamma han sabido ponerse en la piel de estos niños que, mal que bien, tratan de sacar fuerzas de flaqueza gracias al humor, el juego y la imaginación.

Lo que esta película de animación pone de manifiesto es su madurez y su increíble capacidad para resistir y reconstruirse en grupo o pandilla, llegando a constituir una pequeña familia que les permite vivir mejor con su trauma. De este modo, la desgracia y el drama se juntan con la esperanza dentro de un marco a la vez intimista y social.

Inspirado de la novela Autobiografía de un calabacín (2002) de Gilles Paris, Mi vida de Calabacín tardó casi dos años en rodarse, lo que refleja la dificultad técnica de una cinta cuyos protagonistas no son actores de carne y hueso sino títeres animados, y cuyos decorados han de ser fabricados y pensados según la historia que se pretende contar.

La clave de la expresividad radica sin duda en los ojos inmensos de las marionetas, unos ojos que, a modo de ventanas, transmiten sus estados emocionales, desde la tristeza o melancolía hasta la alegría pasando por el enamoramiento. De ahí la dimensión poética de la cinta que se perfila también a través de la “meteorología de los niños”, un método que les permite expresar su estado de ánimo a partir de una especie de tabla en la que pueden elegir un sol, una nube u otros símbolos del tiempo.

Cuando fuimos a ver este filme, nos sorprendió ver cómo la sala se llenaba, no sólo de niños, sino también de adultos que acompañaban a sus hijos o incluso acudían solos. De hecho, Mi vida de Calabacín se concibió con el propósito de juntar a menores y mayores dentro de una misma lectura, lo que implicaba rehuir del tono empalagoso que caracteriza tantas producciones de esta índole. Como lo explica la guionista Céline Sciamma, “Queríamos que [el filme] fuese ideal para una salida en familia. Existe el filme de animación que los adultos soportan, el que nos hace guiños y el que compartimos de verdad con el niño. Estos últimos son menos frecuentes, pero esto era lo que queríamos hacer”.[1]

[1] http://www.parismatch.com/Culture/Cinema/Ma-Vie-de-Courgette-Les-enfants-sont-les-meilleurs-spectateurs-1100780

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra-268

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