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sábado, 20 abril, 2024
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Las batallas en el desierto [Primera parte]

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Por: JOSÉ AGUSTÍN SOLÓRZANO •

Me invitaron, junto con un par de amigos, a dar una charla sobre nuestra labor como escritores y nuestra relación con el mundo editorial. ¿De qué voy a hablarles a los universitarios? Si algo comparten los estudiantes de nivel superior, además de su ingenuidad y la prepotencia que te brinda saberte a un paso de lo que consideras una vida laboral exitosa, es la seguridad de que el mundo es enorme y está lleno de oportunidades. ¿Cómo iba a explicarles mi visión de las cosas?, ¿de qué manera les digo que lo de escritor y lo de laboral no se llevan? Fuera de sus ilusiones profesionales y sus fantasías universitarias no hay más que un desierto en el que brillan por su ausencia la literatura y el arte. El “ambiente cultural” es tóxico y habría que entrar a él con una máscara antigás; el “mercado editorial” está compuesto en su mayoría por textos que nada tienen que ver con lo artístico; y “el mundo literario” es una selva de infelices frustrados que pelean con uñas y dientes por un trozo de gloria putrefacta.

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Pero no puedo decirles eso. Todavía tengo algo de decencia y prefiero que no me echen a patadas de la bonita universidad privada a la que fui invitado. También me gustaría disfrutar y contestar cortésmente –en lo posible- las preguntas que tengan por hacer los jóvenes estudiantes.

Consideremos este texto una conferencia que nunca daré; tal vez un ensayo de lo que realmente debí decir; o tal vez una forma de conjurar mis demonios antes de entrar a la benemérita sala de ponencias de una institución educativa.

Pienso que los puntos que habría que poner sobre la mesa si vamos a hablar sobre el contexto literario y editorial deberían ser los siguientes. Todas aseveraciones contundentes que buscan, claro, ofender las buenas ideologías y los prejuicios bienintencionados que la gente esgrime a favor de todo lo que tiene que ver con el escritor y su hacer creativo.

 

  1. El escritor es un inmoral

Un oficio que se presta a la inmoralidad y a la perversión de los ideales es el de escritor. Ningún colega que me lea podrá negar que conoce al menos a un par de esos especímenes que yo llamaría rastreros culturales. Los que cambiaron el idealismo y la ingenuidad de su juventud por la pedantería y la ambición desbordadas de su vida adulta. Son personas nefastas que, al darse cuenta que eligieron mal su profesión, pues lo que ellos querían no era escribir sino ganar dinero, ahora, ya demasiado tarde para remontar el camino, deciden exprimir lo que sea si de ahí pueden salir algunas gotas de papel moneda. Viven a costa del talento de los otros, y conociendo las avaricias y los egos de todo creador joven los aprovechan. Tal vez se trepen del hombro de algún conocido con poder político, y desde ahí busquen vender lo que ellos tuvieron gratis: la ambición de publicar y sentirse “escritor de a de veras”. Exprimen, chupan, son bichos mordelones que no viven de hacer literatura, si no de aparentarla.

Éste es sólo un ejemplo de los muchos especímenes que podemos encontrar en el “ambiente literario”. Como he dicho, la inmoralidad, la perversión, el egoísmo y la avaricia son puntos de contacto entre muchos (la mayoría) de los que nos movemos en este campo de concentración que llamamos “ambiente cultural”.

 

  1. La fama es el opio de los miserables

Nunca he entendido por qué los escritores deciden ser escritores esperando encontrar la fama. ¿En serio? No se necesita mucho sentido común para darse cuenta que había caminos mucho más accesibles; vaya, podrías haber seguido tocando con tu banda de garaje, o mejor: audicionado para La Rosa de Guadalupe; incluso ahora, para ser famoso sólo necesitas cometer una gran estupidez, grabarla y subirla a Internet. Cualquier otro rumbo: la actuación, el baile, la música, la política, ¿pero la literatura? Basta preguntarnos: ¿cuántos escritores se han hecho famosos?; es decir, famosos realmente. Los que logran llegar medianamente lejos se conforman con un millar de fans más o menos estables y un par de publicaciones con tirajes que rara vez superan los 5 mil ejemplares. Esto se liga directamente al siguiente punto:

 

  1. No existe un mercado literario

En México no se lee. Si al año, en promedio el mexicano lee 3 libros, gasta 72 pesos en ellos y en los hogares de nuestro país hay una media de 10 ejemplares (entre lo que se cuenta no sólo literatura, si no libros de texto, revistas y demás lecturas de estudio y de placer), no es arriesgado aseverar que los que mantienen el mercado literario deben ser menos del treinta por ciento de los mexicanos. Y de ese porcentaje alguna parte representativa debe estar compuesta por gente que se dedica directamente a la literatura: profesores y académicos, críticos literarios (¿existen todavía?), editores, escritores en “forma”, y escritores en ciernes. Es decir, en su mayoría son los mismos que escriben libros los que compran libros. E incluso, a veces pareciera que son más los que los escriben que los que los compran. Porque ¿cuántos de los que compramos libros consumimos literatura nacional?, ¿y cuántos a autores contemporáneos? El mercado editorial literario se mantiene en gran parte de los clásicos, de aquellos libros que “todo mundo” consume porque se los piden en la escuela o porque “debes leerlos”. Yo, por ejemplo, confieso que rara vez me acerco al stand de los autores mexicanos contemporáneos. No hay ningún eufemismo poético en decir que a nuestro mercado editorial lo sostienen los muertos.

Y es importante recalcar que cuando hablo de mercado literario me refiero a los libros “específicamente” de literatura (ficción, novela, poesía, cuento, ensayo creativo). El mercado editorial es más amplio, incluye desde los libros especializados en tal o cual disciplina, hasta los textos empresariales o de autoayuda, pasando por los best sellers gringos y el spam reciclado de los actuales youtubers. Y es todo eso, incluso Yordi Rosado o el Werever, lo que permite que una fantasía como el tianguis de la literatura se sostenga. Para que nosotros, las élites culturales, tengamos nuestras ediciones ostentosas de Montaigne o las novedades literarias de nuestros coetáneos en las manos, deben funcionar dos cosas: el “verdadero” mercado editorial, lo que sí se vende, y la simulación del conocimiento.

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra-268

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