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jueves, 28 marzo, 2024
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La solución política de la economía y la unidad de los inconciliables

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Por: MARCO ANTONIO TORRES INGUANZO • admin-zenda • Admin •

La situación económica en la que vivimos, de pobreza persistente, desigualdad y nula movilidad social, no se resolverá si no es por un cambio radical en la representación política. Es decir, la justicia económica depende de resultados políticos. Esto lo tienen muy claro los autores más relevantes que han trabajado el tema de la desigualdad. Veamos las palabras de Piketty, Stiglitz y Gerardo Esquivel. Stiglitz, en El precio de la desigualdad, dice: “la política ha condicionado al mercado de forma que favorezca a los de arriba a expensas de los demás (…) el sector financiero utilizó todo su enorme influencia política para asegurarse de que no se corrigieran los fallos del mercado y de que las recompensas privadas del sector siguieran siendo muchísimo mayores que su contribución social”. La captura del Estado por las élites se ha convertido en la condición para mantener dinámicas económicas que reproducen la desigualdad. Y esa ‘captura’ es una manifestación de la desigualdad en la distribución social del poder político. Si esto es así, entonces, la manera de romper el círculo de reproducción de la desigualdad es por la vía de recuperar al Estado para (y por) las mayorías sociales. Es decir, se trata de la solución política de la economía. Piketty, en El capital del siglo XXI dice: “la primera conclusión es que hay desconfiar de todo determinismo económico: la historia de la distribución de la riqueza es siempre profundamente política”. Y Esquivel, en el informe que trabajó para Oxfam, sobre Desigualdad extrema en México, lo subtitula “Concentración del poder económico y político”, y en el informe dice: “Uno de los grandes problemas reside en que nuestra política fiscal favorece a quien más tiene. No es de ninguna manera progresiva y el efecto redistributivo resulta casi nulo (…) La constante desigualdad y la captura política por parte de las élites tienen consecuencias económicas y sociales graves que resultan, además, excluyentes”, no es gratuito que las cuatro grandes fortunas del país, de Carlos Slim en la telefonía, Germán Larrea y Alberto Bailleres en la industria minera y Ricardo Salinas Pliego en TV Azteca, Iusacell y Banco Azteca, han sido compras y concesiones de empresas públicas que se privatizaron. Estas élites han capturado al Estado mexicano, sea por falta de regulación o por un exceso de privilegios fiscales.

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Pues bien, así las cosas, es sólo una gran coalición de fuerzas sociales que ahora mismo son las víctimas de la apropiación del Estado por parte del Capital,  las que pueden reconquistar el Estado para la mayorías empobrecidas y sumidas en la inmovilidad social ascendente. Un efecto de la colonización que hacemos mención es la ausencia de movilidad social: 7 de cada 10 pobres están condenados a permanecer en su quintil por el resto de su vida y a reproducir la misma condición a sus hijos, y sólo 4 de cada 100 ricos caen de su condición a estratos bajos de la estructura socioeconómica. Así las cosas, es esencial que representaciones políticas claramente populares, con intenciones expresas de modificar el funcionamiento de la hacienda pública para que elabore paquetes económicos decididamente progresivos, que suban los impuestos no sólo a los grandes ingresos, sino al patrimonio y a las herencias, y generen políticas redistributivas para la equidad con esos recursos. Y no caigan en el garlito tontolino de afirmar como dogma, que más impuestos a los ricos significa detener el crecimiento de la economía. Ahora mismo, esas grandes empresas tienen ganancias por 30 % anual, mientras el país crece sólo 2%. Pero se debe entender: cambiar la realidad económica pasa por modificar la representación política en la conducción del Estado.

Ahora bien, de la clase política que conduce a las instituciones, son pocas expresiones las que no tienen tratos o dependen de los poderes económicos de los que hablamos. Tal vez partidos pequeños como Movimiento Ciudadano y Morena sean los únicos que se alejan de esa lógica. Y ahora la candidatura indígena que promueven los zapatistas. Pero sucede que ahora justo esas fuerzas están atacándose con las uñas, cuando lo que ocupamos es que discutan un programa hacia un gran pacto por la igualdad, que modifique la realidad económica mexicana. Además, requerimos que sean efectivas: que realmente ganen la elección. Me preocupan las expresiones de descalificación por parte de Morena que, incluso, llega a usar argumentos peores que los que usó el PRI en 1994. Y de los zapatistas no hemos sabido gran cosa, pero cabe la posibilidad de una iniciativa sectaria. Espero equivocarme. También espero equivocarme en la hipótesis que explica la reacción furibunda de Andrés contra el EZLN: desmarcarse de las fuerzas más radicales para seguir congraciándose con las élites (a las que ya perdonó) y esperar lo dejen pasar a la silla presidencial. Lo cierto es que estamos ante una tragedia: la necesidad de unidad de aquello que parece inconciliable. Y por tanto a seguir sumidos en el pozo de la depredación nacional.  ■

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