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jueves, 18 abril, 2024
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José Cruz. ‘Yo creador me confieso’*

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Por: Redacción / La Gualdra •

La Gualdra 266 / Libros

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Juramento

Radio Coyote

 

Plantémosle un beso a la noche

que se duela de sus fríos y sus péndulos,

de espaldas nos habla su vergüenza

como exhumando mapas antiguos;

besemos la axila estelada

su luna de medias caídas.

 

Yo, armado de besos,

agrego una a una las tercas estrellas

pero quiero besar primero tu noche

tus páginas

 

Sonríe para buscarte en los balcones de este amor naciente

cierra los ojos, despacio, entra en la sangre

 

¿Sentirás latir la muerte?

Mi niña, ella teme que te sofoques de sueños

que tu cita a escondidas sea con la vida

 

Juro a besos para cumplir abrazos

el niño que habita en tu boca

duerme si besas sus labios.

 

 

Calles

 

Conozco las calles del mundo, todas; dónde empieza una y dónde termina la otra.

He pisado la humedad de las calles; su nieve, su sequía; su oscuridad.

De día las calles no cambian. Una fauna distinta las recorre, las transita, pero no hay flora alguna: sucumben las rosas.

He convivido con santos y con demonios, con ángeles y con vampiros.

En Venecia, las calles se ahogan, naufragan; en Egipto, le alargan y comen a uno la sombra antes de calcinarle los pies. Las calles de México lloran de pobreza, gritan las putas, desamor y tristeza. Las calles céntricas de la capital, sangran de noche, secuestran.

Las calles de los guetos de NY y Brooklyn, llevan sus negros a cuestas, su blues sin cadenas: su rap, su jazz.

Amarillos, blancos, marrones, morenos llevan; las calles bulliciosas platican de vida, de muerte hablan, ¿qué dicen, qué una calle silente?

Babel

Mis favoritos: los nadie, los vagabundos sucios

¿qué serían las calles sin los errantes?

¿Sin lo tostado del sol y alcohol?

Quien fallece en la calle condena y desprecia nuestra pomposa civilización.

Mas todo espejismo tiene una grieta, un devalúo: sueño al que se le asoma la osamenta; la ilusión de ser verídico y ser realmente humo y neblina.

Quien es asesinado al cruce de la calle,

quien muerto al paso de un carruaje,

confirma que nada, pero nada

hemos aprendido.

 

 

De nuevo, el fin

 

Siento la vena de la pierna izquierda como un delgado tubo de asbesto que me duele. Siento las arteras gotas de la lluvia aniquilando las esperanzas de una primavera prematura; la soleada azotea se rinde al frío. Siento que se repite todo: los barullos en el oído medio, los bailes en caída de cascada hacia el fin del mundo. Presiento tu sombra de lengua de gato barrida y estirada hasta el infinito en la calle. Siento que dormí mucho tiempo solo y que ahora despierto te entreveo entre sueños y no eres tú. Veo tu perfil con las yemas de mis dedos; veo que la sangre que alimenta sus sientes es mi sangre y por lo tanto somos almas gemelas. Una persona que me vio cojear, me reclamó el sincopado oleaje del mar, yo le contesté en mi idioma de arena que me había quemado un agua mala suya. En mi pupila, los océanos se encrespan; se retiran hasta la pared de enfrente y regresan con furia a confrontar a los rascacielos, a los hoteles de cristal que la civilización usó de escudo. Y entonces: el fin; y entonces el Jesús del pez, no reparó en juzgar cristianos empecinados en subirlo de nuevo a la cruz.

 

 

Papel blanco sucio

 

Los días y las noches nunca han sido iguales.

Desde niño lo he sabido. Nací con monstruos en mi mente, en mi alma.

Y escribir sobre este asunto difícil, primero fue mi pesadilla; la pluma la veía como un puñal para destripar lentamente los malos sueños: asesinarlos; pero algo pasó con el tiempo, empecé a disfrutarlo. Antes veía sucio el papel blanco, lleno de imperfecciones y mentiras; borraba impulsivamente lo que aún no plasmaba, así que opté por trazar la verdad, lo cierto; aunque era un paradigma para mí, le di voz a mis demonios, destacé cada palabra para que sangrara. Me deshice de los clavos del Jesús martirizado y sané los estigmas de mis manos. Mi mente era un edificio medieval en conflicto estructural y a punto de derrumbarse. M.C. Escher se solazaba dibujando sus laberintos y sus escaleras en mi energía pensante. Aprendí por experiencia que todos contenemos misterios, demonios y locura; que vivimos la vida ocultándolos para pasar por cuerdos y equilibrados ante los demás. Y cuando aceptamos esta lucha encarnizada, sabemos que nuestra locura y perversidad no son más que dibujos mentales de una mente creativa. Y eso lleva a la reconciliación entre la luz y la sombra; a la paz y a la serenidad mental, pero necesitamos mucho trabajo y mucho esfuerzo o quedaremos atascados en la sombra llenos de miedo y terror. Yo vagaba por laberintos mortecinos que alumbraba con una tea de kerosén y aun así me extraviaba; es decir, mi mente se perdía y mi cuerpo iba en sentido contrario. Los maestros visionarios del mundo tienen y han tenido la experiencia directa de la luz y la sombra. Su estado de equilibrio y paz interior es contagioso y extraño. Necesitamos entrar en ese estado de conciencia para no confundir a un loco con un sabio. ¿Cuántos sabios y santos hemos conocido, pero no reconocido? ¿A cuántos hemos rechazado y tildado de idiotas y dementes? La causa es que viajamos en nuestra propia barcaza mental ignorando lo realmente importante y dejamos ir la gran oportunidad de adquirir sabiduría.

Un día en una calle de Zacatecas, se acercó a mí una anciana y sin más, me persignó la frente y me bendijo. Sentí su paz y su dicha. La viejita era pobre y desaseada, parecía un poco loca, pero ignoré esta apariencia superficial: acepté humildemente su bendición.

 

 

El changarro

 

Un día corrí a despertar a mi abuela con un gorrión muerto entre mis manos. Con lágrimas en los ojos le supliqué que lo reviviera. Ella sacó varios trapos limpios de su mueble, tomó al animalito y lo envolvió con ternura; le cogió delicadamente el pico y lo acercó a sus labios: el gorrión volvió a la vida de un suspiro. Quedé maravillado ente ese milagro y lleno de dicha salí a la calle a esparcir a gritos la buena nueva “¡con su aliento, mi abuela le devolvió la vida a ‘mi gorrión’ con su propia boca!”.

Pronto, la noticia llegó a oídos de mis amigos y sus mamás; de repente, una larga fila de niños y madres con animales en sus manos o en cajas pequeñas, circundó la manzana en toda su redondez.

La noticia del milagro no sólo llegó a los vecinos: altos funcionarios de la ciudad arribaron a casa de mi abuela en ambulancias y limosinas y otros en carrozas fúnebres.

El asunto se complicó cuando empezó a llegar la gente con lujosos relojes desahuciados; con televisores muertos y radios fallecidos por el uso; e inclusive, con autos antiguos de colección.

Mi abuela no pudo más: había revivido a centenares con su aliento, pero devolverle su función a objetos materiales inanimados no era lo suyo, así que ante las airadas protestas, cerró para siempre su changarro.

 

 

Té de lengua

 

Dejé mis botas en la estufa: dentro de una olla con agua. Me quité la lengua rasposa y me hice un té. Extrañaba la sensación de estar en una casa ajena y sola, así que subí al segundo piso con mi taza en busca de joyas y vi la cama, me arremangué los párpados y me dormí una hora. Desperté, afuera el viento silbaba como un tren endiablado. Hacía calor en el pueblito; un calor “grasoso” que me humedecía las ingles; me saqué el pantalón de un tiro y me metí a la tina. Estuve dos horas jugueteando con mi pito: divertido lo veía flotar en el agua. En eso estaba cuando escuché los goznes de la puerta principal, alguien había entrado a la casa. Oí lamentos, gruñidos, y aullidos y finalmente, carcajadas; rápido me vestí y sigiloso bajé la escalera; ésta rechinaba a cada paso. Temí que me escucharan, pero después de unos minutos, silencio total.

Quizá fue el calor que hizo crujir la madera o el maldito viento, pensé. Fui a la cocina por mis botas y las puse a secar; “todos los fuegos arden por igual”, recordé las últimas palabras del hombre que asesiné kilómetros atrás justo enfrente de su porche.

“Era él o yo”, me justifiqué ante un alguacil imaginario… “Él o yo”, como otras treinta y tantas veces, susurré.

Me quité el ojo derecho y saqué mi pañuelo para dejarlo brilloso. Ajusté mi pata de palo al muñón y me calcé las botas; ya afuera, monté a Cimarrón, mi fiel caballo, y cabalgué para abandonar el pueblo. “Cielo –decía-: Mil doscientas millas adelante. Infierno: devuélvase”.

 

 

 

* Selección de textos del libro Yo creador me confieso, de José Cruz, que será presentado el próximo 27 de octubre, a las 19:00 Hrs., en La Cofradía (Plazuela Miguel Auza 308, Centro, Zacatecas, Zac.). El libro está prologado por Paco Ignacio Taibo II y es una antología de textos realizados por su autor en los últimos 10 años. En él encontrará poesía, prosa poética, cuento y crónica.  José Cruz estará en Zacatecas y tras la presentación habrá firma de libros.

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_266

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