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viernes, 19 abril, 2024
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Editorial Gualdreño 266

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Por: JÁNEA ESTRADA LAZARÍN •

La luna de octubre está resplandeciente; siempre decimos que de todas, la de este mes es la más hermosa. No sé si en todas partes se haya visto como aquí, pero desde mi balcón la veo salir a un costado de la Bufa desde hace años: todo lo ilumina, todo parece purificarlo. Por las noches, mejor dicho, de madrugada, cuando el ruido de la calle finalmente cesa, pareciera extender sus brazos para arropar a quienes aquí vivimos todavía.

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Hoy veo la luna en Zacatecas y quisiera que ésta cobijara, confortara y acariciara a quienes sufren la pena de haber perdido a un ser querido, o a dos, o a todos los que se reúnen en una sola pérdida. El domingo 9 de octubre recibimos la noticia de que René Avilés Fabila había partido de este mundo; su corazón dejó de latir así nomás, como deja de hacer tic tac el reloj de la abuela, como deja de trinar en el verano la última golondrina, como ve el árbol caer la última de sus hojas en otoño. Ese domingo, escribió su último mensaje alrededor de las 8 de la mañana; dejó como despedida un comentario amable en el que hablaba de mujeres “maravillosas que lograron subyugar a hombres y dioses”. Se fue y algo me dice –así quiero creerlo- que vivió a placer las últimas gotas de su vida; porque así era, dado a la reflexión, a la crítica, a las letras, al buen whisky y a las mañanas frescas. Espero que esté ahora con Clemencia.

Lo conocí gracias a Esther Cárdenas una mañana de agosto hace apenas unos años; ese día lo entrevisté y me habló de ellas, de su madre y de Rosario, su eterna compañera. Hablamos también de libros, de educación, de política, de buenos vinos, de amistades largas y duraderas como la que le unía a Sam y a Esther desde que fue invitado a venir a Zacatecas por primera vez a hablar de literatura en la década de los años setenta. Ese mismo día, por la tarde, presentó su libro El evangelio según René Avilés Fabila en la Feria del Libro y recuerdo muy bien que su ácido humor nos contagió a todos cuando habló de política y de políticos, un tema del que disfrutaba hablar sobre todo cuando sabía que éstos estaban presentes. Se fue René, el escritor, el profesor, el periodista, el amigo.

El mismo domingo, por la noche, David Ojeda falleció también. Su presencia constante en Zacatecas siempre rindió buenos frutos. El escritor, el tallerista, el amante de la buena música, el profesor, el promotor cultural, el amigo de mis amigos partió dejando una profunda huella en todos quienes lo conocieron. Siempre sonriente y amable, lo vimos en Zacatecas en diciembre pasado en el Festival de Poesía, acompañando, como cada año, a José de Jesús Sampedro en la fiesta que ha realizado por más de treinta años alrededor de las letras, los poetas y las amistades. Se fue y no pudo celebrar que Bob Dylan ganó el Nobel de Literatura; ya no tuvimos oportunidad de leer o escuchar su opinión –seguramente inteligente y mordaz- con respecto a la polémica que eso ha causado entre algunos intelectuales y opinólogos en las redes.

Se fueron David y René y ya no pudieron ver esta luna maravillosa de octubre; por eso al principio decía que esperaba que ésta por lo menos confortara a quienes hoy se han quedado sin sus amigos. Pienso en sus familias, en las de sangre y en las que da la vida; en una comunidad de escritores y de lectores suyos a quienes han dejado pasmados en una melancolía dura, pesada, de ésas que cavan huecos. Sé que todos aprendemos a andar tarde o temprano con nuestras propias ausencias y sé también que para sentirnos menos solos tenemos buenos libros, música, recuerdos y un poco de whisky para brindar por ellos. Al tiempo, dejémosle al tiempo que repare poco a poco lo que tenga que reparar. Buen camino para ellos, buena vida para los demás.

 

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Para Sam, Esther y Gonzalo

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_266

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