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martes, 23 abril, 2024
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No soy yo. Es la ficción

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Por: JOSÉ AGUSTÍN SOLÓRZANO •

La Gualdra 265 / Notas al margen

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En Contra el arte contemporáneo leí algunas páginas donde Javier Toscano ahonda en la teoría de que en el mundo actual todo es simulación. Sin referentes tangibles, la realidad ha dejado de ser algo externo al hombre, para pasar a ser una multiplicidad abismal de relaciones sígnicas y subordinadas al sujeto lector. Para no entrar en detalle basta decir que dicha ausencia de referencia concreta, en el mundo y en el arte, ha difuminado la frontera entre lo que es ficticio y lo que es real.

Estoy seguro que la mayoría de las personas, sobre todo las maleídas, (aquéllas que entienden la literatura como un espacio aparte, como una zona al margen de lo real), no consiguen diferenciar un mundo del otro. El universo ficcional, piensan ellos, debería mantenerse dentro de los libros y sus historias; mientras que éste, el real, debe ser una cosa aparte, algo que no debe mancharse con la literatura. Prefieren la simulación (oculta, siniestra) de la realidad, a la simulación (honesta y cínica) de lo literario.

Karl Ove Knausgard, en su enorme novela de autoficción Mi lucha, menciona que él sólo reconoce dos grandes formas de lo literario: el diario y el ensayo. Ambas formas ficticias, que a pesar de tener sustento en la realidad se generan como maneras de reinventar, en el primer caso, la memoria, y en el segundo, la idea. El escritor noruego intenta inútilmente rescatar esa realidad referencial que se supone perece en lo literario. Mezcla la ficción y la realidad para recrear su propia vida, para darle un sentido a la misma. Pues narrar es crear, y en palabras de Pessoa, “toda la literatura consiste en un esfuerzo para hacer real la vida”.

Digo todo esto porque la semana pasada maté a un hombre. Es decir, en la ficción me achacaron el asesinato de un hombre. Lo encontré en mi cama cuando llegué de desayunar. Poco tiempo después, al teléfono celular que se encontraba en el pantalón del cadáver, me llamaría un tal Luis Miguel. El sujeto me pedía que escribiera todo esto y lo publicara en un periódico. El medio en el que saldría publicada esta siniestra (y tonta) historia es el mismo en el que un amigo coordina una sección literaria que semana tras semana se nutre de los cuentos de escritores jóvenes del Estado, quienes, a manera de cadáver exquisito, colaboran con el tabloide.

A mí no me gusta hacer cadáveres exquisitos, y de ello comienzo hablando en el texto que se publicaría en el diario. También digo que las vanguardias artísticas buscaban vendernos “mierda enlatada”. Más adelante comento que me parece una barbaridad en un mundo civilizado que en una página dedicada al periodismo se publique literatura. En los siguientes párrafos narro el encuentro con el cadáver en mi cama y cómo recibo la llamada de Luis Miguel. Antes de terminar también cuento un poco sobre Gerardo, el amigo que me pidió colaborar con el medio impreso y quien no tardará en llegar a mi casa, pues quiere que le preste una antología de Borges que antes él mismo me regaló. En las últimas líneas agrego que puedo confesar mi hallazgo porque nadie creerá que haya algo de verdad (de realidad) en lo que se publica en la sección literaria de las páginas de un periódico. Termino con una contundente frase de Borges que me saqué de la manga para darle más credibilidad a mi mentira.

En fin, el texto del que les cuento ya no se publicará porque la encargada de la sección define mi autoficción como un “insulto a nuestros lectores”, como una “agresión” al diario, y agrega que mi relato no es tal sino que utilizo “un espacio dedicado a cuentos con características de cadáver exquisito como columna de opinión, es decir, ni siquiera es un cuento de ficción, es la opinión de un escritor”. Al final de esta cortés misiva invita a los coordinadores de la sección a encontrar una solución en conjunto. Yo le di inmediatamente una: no lo publiquen.

Pero vayamos por partes. Primero, eso del “insulto a sus lectores”, supongo, debe referirse a que no les doy a una cosa o la otra; es decir, o es atole o es pinole. O: ¿es ficción o no? ¿Tratan con un supuesto asesino o con un escritor mediocre al que no se le ocurrió otro tema del cual escribir? Porque, vamos, este tipo de plano no sabe ni qué está haciendo, y además de venir a ofrecernos sus ocurrencias todavía, y como de paso, nos insulta. Pero ese insulto, esa “agresión” a la que se refiere la lectora de mi cuento (¿o es columna?) tiene más que ver con una provocación simbólica, una violentación del espacio real en el que no debería o no tendría por qué irrumpir lo ficcional.

A pesar de que ella no me ha leído bien, nadie la obliga a hacerlo; es decir, no tiene la obligación de leer mi texto como una ficción o como una columna de opinión. La lectura es totalmente suya y la editora tiene todo el derecho de enfadarse conmigo; de enfurecerse y de lanzar mi texto por la ventana. En alguna parte de lo que escribí hago referencia a que la literatura es un placer burgués, tal vez a ello responda parte del comentario crítico de la chica. Porque decir que las vanguardias artísticas vendían mierda en lata, que el placer burgués de la escritura tiene su símil en un asesinato insulso y sin sentido, provoca escozor, y a nadie le gusta pasar las horas que ha decidido dedicar a un entretenimiento como la lectura, rascándose.

Por otro lado, y yo creo que tiene toda la razón en esto, se queja de que no sabe lo que está publicando. ¿Es un cuento o es una opinión? Y claro, los dueños de casa ponen las reglas; porque si te dicen que te ofrecen una página para publicar ficción, ficción es lo que debes publicar. Y es que ésta es inocua, inofensiva, mientras que la opinión es inquisidora, recalcitrante. Pero entonces, ¿la ficción no opina?, ¿no pregunta nada? ¿No es la literatura un lugar para la acción? ¿O es que más bien se trata de la manera de cuestionar? No son las formas, tal vez me digan: la literatura debe preguntar con respeto y desde un lenguaje subordinado al discurso del poder. ¿Sí?

Las formas de lo literario de las que habla Knausgard son las que podemos adoptar los berrinchudos artistas para empezar a hablar de nuestra vida, sin que parezca que nos reflejamos en un espejo con el único afán de ver si seguimos bien peinados. El ensayo y la ficción, al igual que la ficción y la memoria, pueden convivir hasta el punto de ser una sola cosa. Porque a fin de cuentas la literatura es una forma de hablar, un medio de comunicación más real que los que venden en las esquinas.

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra-265

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