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jueves, 25 abril, 2024
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En la crisis de los 43

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Por: JOSÉ JUAN ESPINOSA ZÚÑIGA •

La Gualdra 263 / #AyotzinapaSegundoAniversario

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Lo que sucede en México no tiene parangón. Cualquier película de horror se quedaría corta ante la realidad que asola a quienes habitamos este país. No es ningún secreto el malestar que México sufre desde hace unas décadas, y aunque pueda sonar abrumador y si se quiere catastrófico, la violencia, el desempleo, la inseguridad y la corrupción como mayores males tienen enfermo a este país, haciéndose sentir tales padecimientos en el andar cotidiano con tal fuerza que merecen diagnóstico de ceguera quienes intentan negarlo. Precisamente esta rutina de hechos deleznables que, ya identificados en el campo de la moral o de los derechos humanos prescritos por el estado mexicano, hacen patente —por si fuera poco— otro mal: el sopor de la empatía que nuestra sociedad sufre actualmente.

Toleramos en nuestra comodidad, aunque no sin protesta en algunos casos, matanzas como las de hace dos años en Ayotzinapa. Nos ha llegado a parecer normal el desfile de marrullerías, robos y atropellos que políticos mexicanos y otros burócratas del aparato estatal realizan a plena luz del día; a propósito de inconciencia, apenas el 21 de septiembre pasado nos indignó la noticia de que los magistrados del TSJEZ de Zacatecas y los diputados del Estado perciben mensualmente alrededor de noventa y cinco mil pesos más comisiones, según lo publicaron varios medios. Los ejemplos son muchos y deprimentes.

Si hacemos memoria, a partir de la década de los cuarenta —sobre todo—, acontecieron un gran número de represiones por parte del Estado mexicano hacía diferentes sectores sociales. Padecieron la intolerancia médicos y ferrocarrileros, maestros y estudiantes, importantes personajes del ámbito cultural, así como pobres diablos. A diferencia de los sucesos acontecidos durante el 2 octubre de 1968 o durante gran parte de la década de los setenta en ciudades como Guadalajara, donde autoridades estatales reprimieron y encarcelaron en el mejor de los casos a las voces dispares —en concreto me refiero a lo acontecido en la plaza de las tres culturas y al exterminio de la Liga comunista 23 de septiembre—, el rapto y desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa ocurrió en tiempos magros, muy lejanos a la efervescencia que la sociedad plantaba ante el gobierno mexicano en las mediaciones del siglo XX.

Los desaparecidos y caídos de aquellos entonces se incorporaron rápidamente a un panteón conformado por luchadores sociales, mártires de una revolución soslayada por un Estado represor. Tan solo pensemos en la opinión que sobrevive respecto al gobierno de Gustavo Díaz Ordaz —y sobre él mismo—, la Dirección Federal de Seguridad, el batallón Olimpia y el general Luis Gutiérrez Oropeza. Aunque queda mucho por ver sobre la adopción de los 43 estudiantes de la normal guerrerense al imaginario, no queda duda de que su infortunado destino los ha colocado por lo menos en el mismo peldaño. A dos años de los sucesos, y luego de litros de tinta corriendo sobre papel, protestas multitudinarias y millones de lágrimas vertidas, sobre todo por parte de sus familias, tristemente los estudiantes de Ayotzinapa se unen a otro gigantesco número de mexicanos que esperan la justicia de Dios, ante la ineficiencia y mordaz silencio de las autoridades mexicanas e internacionales. Cualquier palabra que podamos grabar aquí se queda corta ante los hechos que preferiríamos fueran ficción.

 

*Zacatecas.

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra-263

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