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miércoles, 24 abril, 2024
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Toda barrera es franqueable. ‘El castillo de la pureza’

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Por: Mar García • José Méndez •

La Gualdra 262 / Cine

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La ciudad se pierde en el ahogo de sus rincones, su moral, se encaja como un desierto que se extiende. Contra toda semilla, el origen de sus pulsiones tienen que ver con su sal y con sus noches, el sueño que de ella se desprende es un caníbal que guarda su fijeza con las estrellas, el ir y venir de los astros surgen como un carbón que sintoniza con el fuego, ahí el silencio no tiene sentido, el Porvenir, es el desgaste del azar, el pensamiento que se rompe del otro lado. El origen se disuelve con la presencia abominable de un pescador, la Voluntad es un vértigo en altamar capaz de cercar cualquier especie, también es el grito, la necedad de no ser ella, la necesidad de corregirse. Haz de instantes ojo ajeno lo que gustes, tira el nombre: linaje fresco de la súplica. La quietud de la melancolía calla como la luz en la locura, yo dibujo la Utopía, arriba también hablo, abajo aprendo a escuchar el horizonte, una torre, luego la decencia, esta noche sobre la ciudad vuela la gota y el grano, las heridas son minerales que forman un castillo de purezas.

Toda barrera es franqueable.

El castillo de la pureza se derrumba.

La Utopía, el Porvenir y la Voluntad son resguardados del mundo, un mundo “viciado”, “sin moral”, ajeno pero existente.

El castillo de la pureza es un filme dirigido por Arturo Ripstein en 1972, una época de escasez económica para el cine mexicano pero no para su estética. El guion escrito por José Emilio Pacheco, está basado en una historia real, urbana, un evento de ésos que sólo acontecen en la necrópolis.

El encierro o el veneno de ratas, el padre dominante, la madre dócil, Utopía, Porvenir y Voluntad, los hijos que nunca han conocido lo que hay allá afuera, y sin embargo, saben que hay algo, un mundo, igual o diferente (a lo que sucede dentro del castillo, su casa); mas es desconocido.

No se puede ir en contra de lo que nos define como humanos: el instinto y la razón.

La pureza del castillo es en todo caso, simbólica, impuesta, obligada. La ausencia de imperfecciones es una utopía, sólo queda el porvenir de “algo” mejor, si el interior es polvoso, marrón; tal vez el exterior sea nítido, blanco. La voluntad no es suficiente para cambiar el estado de las cosas.

Hay que ir más allá, buscar un hueco en el muro, o atraer al enemigo para que lo derribe por nosotros. Ripstein y Pacheco lo consiguen, muestran que ninguna muralla es impenetrable.

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/262

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