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viernes, 29 marzo, 2024
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Leer es bueno… para quienes no leen

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Por: JOSÉ AGUSTÍN SOLÓRZANO •

La Gualdra 262 / Notas al margen

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Nos hemos cansado de escuchar, y quizás también de decirle a los adolescentes y a los universitarios que leer es bueno. ¿Pero leer qué? Lo que sea. El chiste es hacerlo. Leer como si de esa actividad dependiera que algo en el mundo funcione correctamente.

Es sencillo, hacemos las cosas porque son “buenas”, porque son “positivas”, porque nos ocasionan un “beneficio”, un placer. Y ¿quién vive para sufrir? Nadie. En ese tenor también ver televisión, tirarnos todo el día sobre la cama o masturbarnos es bueno. Y nadie dice que no. Las campañas publicitarias que nos invitan a leer, al igual que los artículos “especializados” en revistas y en Internet no dicen que tengamos que dejar de ver televisión o evitar el porno. Para nada. Lo que nos proponen es darle un tiempo a la lectura en nuestra vida.

La organización del tiempo es importante. El mundo actual nos exige una vida ordenada e imponernos una agenda que nos permita llevar a cabo todas las actividades que son necesarias para nuestro desarrollo integral como humanos y seres civilizados. Tenemos que estar informados de lo que ocurre a nuestro alrededor, comunicarnos con los semejantes, realizar alguna actividad remunerada, ejercer nuestro derecho a comprar mercancía y bienes, y entre todo ese ajetreo, si se puede, lo mejor es ejercitar el cuerpo y la mente. El primero con actividad física y el segundo con la lectura.

Pero es difícil dedicarle tiempo a algo tan abstracto como el cerebro. Más que querer escucharlo lo que queremos es que se calle. Para qué leer si podemos encender el televisor y dejar que otros hablen por nosotros en nuestra cabeza; tal vez ir al bar o al antro y ensordecernos sea una mejor idea. Sin embargo, no por no hacerlo podemos negar que leer sea “bueno”.

Y así es: salgamos a la calle y preguntémosle a la gente si es o no una actividad benéfica la de leer. Todos o casi todos nos dirán que sí, que claro, que ellos no lo hacen como quisieran pero que por supuesto que sí. No faltará el que jurará que si tuviera más tiempo no pararía de hacerlo, o aquel otro que contará que en su juventud era un lector empedernido pero que luego llegó el trabajo y las obligaciones. Alguno mencionará a García Márquez, a Octavio Paz o un libro de Paulo Coelho, no faltará quien hable de la Biblia y diga que aunque no le gusta leer le parece que es una actividad saludable, como resolver crucigramas o problemas matemáticos. Pero nadie dirá que se trata de algo perjudicial.

Entre esa horda de viandantes, profesores, padres de familia, buenos ciudadanos y políticos, será difícil encontrar alguno que realmente lea; es decir, uno que se dedique a ello con una necesidad que raye en lo patológico. Porque los lectores reales son una especie de enfermos que buscan en la lectura lo que el mundo no puede darles; o precisamente eso que hace que entre ellos y el mundo exista una verdadera comunicación.

Leer es bueno para los que no leen. Porque cuando el tiempo destinado a la lectura supera los veinte o treinta minutos política y mediáticamente correctos, empieza el problema y no faltará el padre preocupado que le exija al hijo o a la hija que salga de su amodorramiento y vuelva al mundo. La lectura, como actividad saludable, debe adecuarse a ciertos estándares que se sustentan en el sistema económico-social en el que estamos inmersos. Lee pero con medida, y en los lugares establecidos para ello. No puedes leer cualquier cosa, hay un mercado específico para tus necesidades. Como los zapatos, los libros también vienen por tamaños, y mejor elegir la medida adecuada o irás por la vida engarruñando los pies.

Leer es un acto anti-sistema, porque el sistema busca permanecer y la lectura es puro movimiento. Quien lo hace no sólo lee libros, sino que a través de ellos lee también el mundo y no conforme con eso busca transformarlo. Los escritores siempre empiezan leyendo; y un escritor es un lector que quiere crear otras lecturas, deconstruir su realidad.

Leer es “bueno”, porque el Estado debe transformar una actividad subversiva de origen, en una actitud “correcta” y si no benéfica, al menos sí inocua. Qué mejor jugada contra el enemigo que convertirlo en un compañero cercano. Cuando al niño le dices que no haga tal o cual cosa seguro la hará, pero si le insistes en que coma toda su sopa o termine sus deberes, la evitará, o en el mejor de los casos la postergará al límite.

La idea de una lectura políticamente correcta, vista como un bien común y casi obligatorio la vuelve algo que pocos desearían llevar a cabo como una actividad cotidiana. Todos sabemos que hacer ejercicio es bueno para la salud, nos queda claro que beber en exceso es terrible para nuestro organismo, pero no veo los gimnasios y los centros deportivos tan atestados como las cantinas. Fomentar “la lectura” desde el Estado o el establishment comercial tiene la única función de convertir el derecho a leer en una obligación “saludable” que te hará pertenecer a esa minoría de élite que puede comprar en Gandhi o ir a la Feria del Libro de Guadalajara para tener una biblioteca en casa, como si de una suscripción al gimnasio se tratara, aunque nunca la use.

Leer puede no ser bueno, o tan saludable como se cree, pero es necesario para re-conocernos, para re-identificarnos en un tiempo y un espacio que no nos da tiempo de ser nosotros mismos. Promover la lectura como un acto políticamente correcto es un oxímoron, pues leer es siempre un reclamo ante la mediocre realidad.

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/262

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