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viernes, 19 abril, 2024
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Editorial Gualdreño 262. Sobre Rockdrigo y el 19 de septiembre

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Por: JÁNEA ESTRADA LAZARÍN •

Si volviera el amor, si tuviera un hermano,

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un amigo, un sueño en la mano,

moriría ese dolor de buscar el calor,

en el cruel laberinto de este vaso de alcohol,

de estas calles sin sol. 
Si tuviera ilusiones, si existieran razones,

 locuras, mentiras, pasiones, 
no habría necesidad de pasarme por horas,

bebiendo cantimploras de esta gris soledad, 
de esta eterna ansiedad”. 

Rockdrigo González (1950-1985)

 

Si viviera Rockdrigo, si no le hubieran caído encima toneladas de concreto en el terremoto de 1985 en la Ciudad de México, si hubiera despertado como todos los días en su departamento de la calle Bruselas en la Colonia Juárez, tal vez hubiera visto en La Jornada de ese 19 de septiembre su foto y la reseña de su participación en la fiesta del primer aniversario del diario; tal vez hubiera seguido escribiendo canciones sobre este rancho electrónico “con nopales automáticos, con sus charros cibernéticos y sarapes de neón”; pero no es así, Rodrigo Eduardo González Guzmán murió ese día.

Rockdrigo nació en Tampico, Tamaulipas y llegó a la capital del país a mediados de la década de los setenta. Ya en el D.F. se convirtió en promotor del Colectivo Rupestre, un grupo de colegas suyos a quienes así definía: “Los rupestres por lo general son sencillos, nolahacen mucho de tos con tanto chango y faramalla como acostumbran los no rupestres, pero tienen tanto que proponer con sus guitarras de palo y sus voces acabadas de salir del ron; son poetas y locochones; rocanroleros y trovadores”.[i]

Qué lástima que ya no haya continuado en estos “solares baldíos de amor”, hoy tendría material de sobra para componer; en la década de los ochentas ya hablaba de “un gran tiempo de híbridos, de salvajes y científicos, panzones que estaban tísicos, en la campechana mental, en la vil penetración cultural, en el agandalle transnacional, en lo oportuno norteño-imperial, en la desfachatez empresarial, en el despiporre intelectual, en la vulgar falta de identidad”, nada alejado de la realidad de nuestros días, por algo le llamaban también El Profeta del Nopal.

Este “profeta” fue autor del “Metro Balderas”, esa rola que hiciera famosa Alejandro Lora, en la que habla de ella, de una mujer a la que “Una bola de gente se la llevó, allá en la estación del metro Balderas, ahí fue donde ella se metió al talón”. Dibujó también con palabras la historia de “Una ama de casa un poco triste”, quien vio cómo toda su vida pasó mientras realizaba la talacha doméstica, una mujer a la que describe así: “Juegan los días a que tú eres un dibujo. De algún recuerdo que interpretaste como embrujo. Ahora cansada, tal vez bastante fastidiada. Llega el momento en que no quieres saber ya nada”.

Y es que efectivamente las letras de Rodrigo González son “Hurbanistorias” o historias urbanas -de ahí que su primer material discográfico llevara ese nombre-; lo que nos cuenta a través de sus canciones son realidades complejas vividas en una ciudad cualquiera; la misma ciudad en la que vivía Gustavo, aquel chavo al que un día “el diablo se le metió”, pues “traía en su sangre más de dos litros de alcohol”; o aquel farol –de ésos que conocemos todos- al que le canta: “Ah, siempre viajas con bandera de que sabes mucho, que eres más chido que Marx y que el cristiano Chucho, dices que para la Breeskin está mejor tu tía, que tu papi fue vaquero y ahora es policía, mejor pórtate sensato, ya amaneció es de día”.

Es cierto, sus letras son en extremo sencillas, pero están llenas de verdad y de un humor ácido, muy a la mexicana; nunca presumió de ser intelectual, por el contrario, se mofó hasta el final del estereotipo de esa “extraña tribu”, de quien decía: “En un lejano lugar retacado de nopales, había unos tipos extraños llamados intelectuales, se la pasaban leyendo para ser sabios y doctos, pues no querían seguir siendo vulgares tipos autóctonos”; ésos, los intelectuales, los que piensan en todas partes, en la escuela, en el baño, en el avión y que “entre tanto pensamiento, análisis y estructura decían conocer la neta y hasta también la locura, pero al llegar a su casa se liaban con su mujer, sintiéndose de otra raza nunca daban pa’ comer”. Hoy es un buen día para escucharlo nuevamente.

Hace 31 años murió Rockdrigo; como él, miles de personas quedaron sepultadas bajo los escombros aquella fatídica mañana. Así los recordamos en La Gualdra: “Cuando tenga la suerte, de encontrarme a la muerte, yo le voy a ofrecer todo el tiempo vivido, y este vaso henchido, por un distante instante, un instante de olvido”.

Que disfrute su lectura.

 

[email protected]

[i] http://www.rockdrigo.com.mx/gifs/rupes.pdf

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/262

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