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viernes, 29 marzo, 2024
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Adiós, Regina, adiós

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Por: ÓSCAR GARDUÑO NÁJERA • admin-zenda • Admin •

Este es uno de esos textos que cuesta todo el trabajo del mundo escribir. Ni siquiera sabes si realmente vale la pena. Últimamente muy poco realmente vale la pena. Es uno de esos textos donde no quieres emplear las palabras para comunicarte sino las emociones que acechan como cucarachas detrás de las palabras. Un texto de emociones y sin palabras sería lo ideal para alguien que se sienta a escribir sin muchas ganas de hacerlo. Es imposible, lo sé. Un texto no hecho de palabras que a su vez comuniquen emociones al lector sino un texto que en sí sea capaz de vibrar por las emociones sin recurrir a tantas palabras. Misión imposible.

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Puedo comenzar y decir que es un día de esos tristes en que no te explicas los mecanismos bajo los cuales funciona el mundo. También puedo comenzar y hablar de Regina Swain, una mujer nada especial frente a los demás porque lo suyo era mostrarse en secreto a través de las palabras de sus especiales mensajes, a través de su quebrada voz del otro lado de la línea telefónica, a través de sus textos, los cuales siempre rayaban en una envidiable perfección, así de exigente era ella, Regina Swain.

Ya está, sin querer hemos comenzado un texto que no debería ser de palabras sino de emociones, insisto, la necedad tiene que ver con la imposibilidad de que así sea, una cura contra una frustración bien expuesta.

En este tercer párrafo expondré cómo conocí a Regina Swain. Me lo pienso bien antes de continuar. Es un lugar común bastante anodino contar la historia de cómo conociste a alguien. A los lectores que buscan emociones eso les parecería demasiado soporífero y tendrían toda la razón. Qué nos importa. Fue en un taller literario auspiciado por el periódico Milenio hace ya varios años. La dinámica de ese taller, más bien un blog en Internet que hacía de taller, era la siguiente: creabas tu cuenta con un seudónimo y subías cada que tú quisieras textos de creación literaria diversa para que los demás participantes destrozaran tu cuentecito, tu poemita, o tu capítulo de novelita. Los diminutivos no son gratuitos, pocos son los que consiguieron destacar de ese taller, y pocos también los que aprendieron a pulir sus textos con base en las herramientas que nos proporcionábamos entre todos.

Ahí mero conocí a Regina Swain.

Desde mis primeros textos ella puso mucha atención y me hizo críticas que no sólo me sirvieron para mejorar, o intentarlo al menos, mis textos sino para enfrentarte a los de los demás, comentarlos con las herramientas suficientes, en momentos donde la crítica literaria en México era, y lo sigue siendo, muy pobre, exhibicionista, de compadrazgo y sectaria. Que quede muy claro: no nos proponíamos más que escribir y perfeccionar nuestra escritura incluso sin un proyecto claro entre las manos; tampoco nos proponíamos encabezar la lista de críticos literarios, no, éramos lectores de nuestras propias creaciones, así funcionaba el taller.

De Regina Swain tengo muchas anécdotas, algunas más personales que otras, por ejemplo, la ocasión en que dieron los resultados de los seleccionados por el Fonca y, tras comprobar muy temprano que por segunda vez me habían dejado fuera, mi madre me gritó cuando atravesaba el patio del fraccionamiento donde vive y me dijo que me hablaban por teléfono. Era la voz medio adormilada de Regina Swain.

—¡Felicidades, señor escritor!—dijo como quien dice ¡feliz cumpleaños! a las siete de la mañana.

Me está tomando el pelo, esta cabrona, pensé. Dije si es una broma es de muy mal gusto. No supe qué responder, hasta que Regina, al ver que permanecía mudo al otro lado de la línea, prosiguió.

—Acabo de consultar los resultados del FONCA y comprobé que fuiste seleccionado, me da mucho gusto, Óscar, al fin se reconoce tu trabajo…

Encendí la computadora nuevamente, entré a la dichosa página y busqué mi nombre, nada, no aparecía, bueno, sí, pero en los de las listas principales, no en las de los seleccionados. Se lo hice saber a Regina Swain. Muchas gracia por los buenos deseos pero…

—¡Discúlpame mucho, amigo!, me confundí de nombre y cómo vi uno de tus apellidos, creí que te habían seleccionado, me da mucha pena, en verdad.

Era como un premio de consolación, ¿saben?, era como decirte eres un perdedor pero al menos te damos la noticia para que experimentes la emoción que sí habrán sentido los que sí fueron seleccionados, menos tú, tú, me repetí mientras cruzaba nuevamente el patio. Qué pinche bromita.

Quien no haya leído a Regina Swain se pierde de una de nuestras mejores narradoras. No sólo tiene un ritmo original en cada una de sus propuestas sino que destaca por ser toda una artesana en el uso del lenguaje escrito, cuida cada palabra, la sopesa, cuando la pone junto a otras es porque ya se lo ha pensado mil veces, sabe el efecto que provocará en el lector, ese es su mero mole, adelantarse dos pasos al lector, confrontarlo, dejarlo inerte y desarmado frente a un texto bien escrito, así escribe Regina Swain.

Compartí varios mensajes de texto, varias llamadas telefónicas, incluyendo aquella donde me hizo merecedor de una beca del Fonca, llamadas de video y fueron muchas las ocasiones en que me invitó a beber unas cuantas cervezas en el balcón de su casa, en Florida.

Pasamos de la crítica literaria a la confesión, ella hacía preguntas yo se las contestaba, yo hacía preguntas y ella trataba de evadirlas y volvía a preguntar algo de mí. Entre los dos entretejimos una red de emociones que iban del distanciamiento por cualquier pelea aburrida literaria hasta el apoyo en las peores crisis, tanto de su parte como de la mía. Muchos hoy en día no le perdonan que haya sido tan dura con sus textos, que se haya distanciado de ellos. Muchos también intentaron llamar la atención luego de su muerte restándole importancia, como si fuese tan sencillo restar importancia a la muerte. Sabemos que nunca faltan, que perdimos la batalla con ellos y es mejor dejarlos que se muevan cómo se les dé su regalada gana, a Regina no le importaban, tampoco me importan a mí.

Te voy a extrañar un chingo, querida amiga, así como dicen se extrañan a los muertos que no terminan de irse del todo, porque recordarlos es una mera forma de darles aliento, de brindarles la esperanza que la eternidad nos niega. Te voy a extrañar o acaso ya lo hago, amiga, porque la noticia de tu muerte me llegó muy de sorpresa, porque si bien en varias ocasiones la llegamos a mencionar aún la veíamos lejana, sin saber, ingenuo que es uno, que es incapaz de adivinar por dónde llegará la pezuña de la muerte, por dónde te golpeará en las costillas.

La estúpida muerte, mil veces estúpida, amiga Regina, te transformó en un buen recuerdo, uno de esos que se llevan al altarcito, que los piensas de vez en cuando y llenas con algo de ellos tu vida, porque después de todo, mi querida Regina, uno nunca termina por irse, uno nunca termina por dejar de sobrevolar entre recuerdos, adiós, Regina, adiós. ■

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