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miércoles, 24 abril, 2024
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La austeridad y el continuismo económico: ¿consenso en México?

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Por: RAYMUNDO CÁRDENAS HERNÁNDEZ • admin-zenda • Admin •

Como muchos deben recordar, la campaña de Bill Clinton de 1992 se centró en el eslogan “la economía, estúpido”. Así derrotó la intensión de reelección del presidente Bush (Padre) que suponía que la desaparición de la URSS era un triunfo suficientemente llamativo para atraer millones de votos a su favor. No fue así. Los problemas económicos eran lo suficientemente preocupantes para determinar la mayoría de votos. Pero la política macroeconómica, en especial la cuestión de qué hacer frente al estancamiento crónico de la economía mexicana ha estado ausente del debate político y electoral de estos años en México. Da la impresión de que partidos y aspirantes a diversas candidaturas no perciben los problemas de la economía global o no tienen proyectos alternativos y terminan concentrándose en otros asuntos igualmente importantes: corrupción e impunidad y violencia e inseguridad. Sin embargo, la presentación del proyecto de paquete económico 2017 por parte del nuevo secretario de Hacienda, José Antonio Meade Kuribreña, debería obligar a los distintos actores a discutir cuando menos el dogma central que lo sustenta: la austeridad y su expresión en un presupuesto con déficit casi cero.

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Paul Krugman, premio nobel de economía 2008, escribió a principios de este año que “cuando estalló la crisis económica en 2008 la inmensa mayoría de los responsables políticos hizo lo correcto. El gobierno de Barack Obama y sus homólogos  se dieron cuenta de que, en una economía deprimida, los déficits presupuestarios eran útiles, no perniciosos. Y la impresión de dinero y la adquisición de préstamos funcionaron: evitaron que se repitiese la gran depresión de 1929, cosa que parecía muy probable en aquel momento.” Sin embargo, al paso de los meses la hegemonía del dogma neoliberal en el sector financiero volvió a imponerse y en 2010, inesperadamente, la élite del poder (especialmente la europea) decidió dejar de preocuparse del desempleo y empezó a preocuparse por los déficits presupuestarios. Este cambio se produjo no obstante  que no había pruebas fehacientes de que la deuda pública fuese un problema para las grandes economías, mientras que sí había muchas pruebas de que recortar el gasto de una economía deprimida agravaría la depresión. Pero las voces de los comentaristas financieros interesados en detener las políticas contra cíclicas (así sea levemente) de Barack Obama repetían con insistencia el mantra neoliberal: el gasto público generará inflación y los déficits públicos son riesgosos.

Economistas como Krugman y Stiglitz vienen señalando que el fetichismo del déficit era tan desatinado como destructivo, y con el tiempo los hechos les han dado la razón. Han transcurrido casi cinco años desde que los voceros neoliberales  advirtieron de una crisis fiscal que llegaría en dos años acompañada de una gran inflación y sin embargo las tasas de interés  siguen más bajas que nunca en EE UU y la inflación anunciada no ha llegado a la cita. Mientras tanto, las políticas de austeridad que se aplicaron a partir de 2010 en distintos países tuvieron exactamente los efectos depresivos que predecían los libros de texto de economía;   la confianza de los mercados en los gobiernos adictos a la austeridad, no ha hecho de presencia. El dogma ha sido desmentido por la realidad

Lamentablemente, hay cada vez más pruebas de que aun los economistas críticos  subestimaron lo destructivo que sería el retorno hacia el dogma dominante desde hace más de tres décadas. Hoy se puede afirmar que las políticas de austeridad no solo impusieron pérdidas a corto plazo en el empleo y la producción, sino que también han lastrado el crecimiento a largo plazo. Ello se está confirmando con datos duros. Incluso países que parecen haberse recuperado en gran medida de la crisis, como Estados Unidos, son mucho más pobres de lo que los pronósticos anteriores a la misma predecían para estas fechas. Summers y Antonio Fatás acaban de publicar un artículo que, además de respaldar la conclusión de que la crisis parece haber causado un daño enorme a largo plazo, pone de manifiesto que existe una marcada correlación entre la degradación de las perspectivas nacionales a largo plazo y el grado de austeridad que los respectivos países han impuesto. El fracaso de los economistas neoliberales que han conducido la economía mexicana desde 1982 es una prueba a la mano. La pobreza y la desigualdad provocadas se han convertido en un obstáculo para el crecimiento.

Ahora es evidente que la austeridad presupuestal ha tenido efectos verdaderamente catastróficos, y estos van mucho más allá de los puestos de trabajo y los ingresos perdidos durante los años de crisis más difíciles. De hecho, el daño a largo plazo al que apuntan los cálculos de Fatás y Summers es, muy probablemente, lo bastante grande como para definir a la austeridad como una política contraproducente, incluso desde un punto de vista puramente fiscal: los Gobiernos que recortaron drásticamente el gasto frente a la depresión deterioraron sus economías y, en consecuencia, sus ingresos fiscales futuros, hasta el punto de que su deuda terminó siendo más alta de lo que lo habría sido sin los recortes. El caso de México así lo demuestra, y con más razón si dejamos de lado los altos ingresos petroleros de que gozaron los gobiernos de Fox y de Calderón, lamentablemente dilapidados. Sigamos con atención el debate económico y veremos quienes siguen defendiendo la tesis de la austeridad y el continuismo económico para México.

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