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viernes, 29 marzo, 2024
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Ignacio Padilla (1968-2016). El nudo de la literatura

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Por: Mauricio Flores •

La Gualdra 261 / Libros

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A Ignacio Padilla, muerto el pasado 20 de agosto en la ciudad de Querétaro, se le conocía en el medio literario como Nacho. No lo conocí personalmente, debo reconocer, pero me ligaba a él un vínculo tal vez más sólido que el que nos regalan familias, amistades u oficios. El nudo de la literatura. Esa extraña coincidencia que cuando se amarra bien no importan gustos ni preferencias, sólo el hecho de coincidir mediante la conciencia limpia y desinteresada. De ahí que no me espante decir ahora, al tiempo que se avanza tras la dolorosa pérdida de un hombre vital, que no me gustaba su obra narrativa y que creo sería —en unos cuantos años— uno de los más grandes lectores y divulgadores de la obra cumbre de las letras en nuestro idioma, la cervantina.

'Cervantes y compañía', de Ignacio Padilla
‘Cervantes y compañía’, de Ignacio Padilla

Prueba de estas consideraciones creo tener varias. Me referiré a algunas.

Uno. Padilla es, junto con Volpi, sin duda el más representativo de los escritores del llamado crack (colectivo que rápido se individualizó y que más que sendero creativo empujó nombres y publicaciones. Me atrevo a decir que hasta como agencia de colocación laboral funcionó mejor). Casi me olvidaba de Palou…

Dos. De lo más reciente a lo más antiguo, recuerdo varios de los títulos de Padilla. El daño no es de ayer, La gruta de toscano, Espiral de artillería y Amphitryon. Pero aún más, curiosamente, un pequeño ensayo que le publicó Almadía referente a las artes surgidas en torno al terremoto de septiembre del 85 en la Ciudad de México. Arte y olvido del terremoto. Referente a su vez para quienes sobrevivimos a los movimientos telúricos de aquellos días, y también para quienes, desde distintos espacios, vivimos experiencias colectivas de recuperación solidaria.

Tres. Otra referencia obligada es Si hace crack es boom, donde los autores exponen grupal e individualmente su entendimiento del hecho literario. Ello en el panorama de las letras mexicanas, vanguardistas y no. En la foto de la portada Padilla es el primero de la izquierda. Un libro editado, si no recuerdo mal, por Larisa Curiel en Urano. (Hay también otra foto muy famosa del grupo donde Padilla, Palou y alguien más cargan a un Volpi sonriente-nervioso-muy trajeadito).

Cuatro. Padilla cervantino es autor de El diablo y Cervantes (2005), Cervantes en los infiernos (2006) y Cervantes & Compañía (2016). Próximamente saldrá en el FCE Los demonios de Cervantes. Obras vivas, no acabadas, que lo perfilan como un erudito en esa difícil tarea de leer al padre fundador. Singular, esclarecedora, fantástica lectura, que el autor liga con el gran Shakespeare. Una buena manera de definir y explicarnos a los clásicos.

Cinco. Escribe Padilla:

“Por vías distintas, tanto Cervantes como Shakespeare detectan la ironía del enorme vacío que media entre la persona y su ideal. El primero sin embargo es esclavo de la experiencia, por lo que apenas reflexiona sobre su propia incapacidad para acatar sin perder el juicio el desmoronamiento de sus sueños. Su derrota es la del niño que la emprende a puntapiés contra el objeto que antaño creyó animado, suyo y obediente a sus designios. En su vejez Cervantes se muestra enfadado y espantado frente a la crudeza de una realidad y un tiempo que no estuvo en su mano detener mientras buscaba un remanso para escribir, un corral para ver representadas sus obras, una venta donde recostar la cabeza sin temer a los cuadrilleros o al donoso escrutinio inquisitorial. Por su parte Shakespeare, afincado en la apacibilidad de una vida sin grandes desencantos y en un sedentarismo de aspiraciones mesuradas, halla sobrado espacio para domesticar su excepcional oído de poeta y su intuitivo razonar los sentimientos. En la holgura desapasionada se Stratford y de Londres, el inglés se abastece de las herramientas propicias para versificar, escenificar y delinear tipos más que humanos tomando vidas de otras vidas y de otros libros, pues sabe que la suya no merece ser contada, no digamos reconocida o reivindicada por nadie”.

Seis. “Plenamente convencido” de que innovaciones y revoluciones surgen de “gestos e instantes mínimos”, Padilla releyó a Cervantes y Shakespeare para recordarnos sus grandezas. Con humildad académica. Pensando siempre en el día de hoy y en los mañanas, que no habitó…, en los que nos llevaría de la mano al goce de nuestra lengua compartida. Sin olvidar lo andado (o por andar), como cuando evoca a un Borges que prefiere “la veneración al examen”, en el caso de Cervantes.

Por lo que concluye:

“Más que un lamento, el argentino formula aquí una invitación que todavía es urgente aceptar. Evidentemente, no se trata de admirar menos a Cervantes para entender mejor su obra, sino de leerle mejor para admirarle más. La devoción a ultranza, a fin de cuentas, produce monstruos de perfección, lamosos charcos que sólo reflejan lo que deseamos ver, voraces agujeros negros que lo secuestran todo, incluso la luz que hace falta para leer una obra extraordinaria, no intachable ni divina, sino fieramente humana”.

 

Ignacio Padilla, Cervantes & Compañía, Tusquets, México, 2016, 136 pp.

* [email protected]

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra-261

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