Historia y Poder
La gravedad de la situación del pueblo zacatecano era extrema.
Sin derecho a defenderse, los amos españoles nos querían hacer creer que su poder derivaba de dios directamente y fijaban impuestos, nos hacían la guerra, llenaban presidios, cementerios.
El clero y la nobleza criolla zacatecana eran dueños de extensos territorios y de minas y de la vida y suerte de miles obligándolos en su pesada carga a sufrir lo indecible.
Lo más grave era el impedimento a que las muchedumbres fueran felices por el derecho a la libre aduana, a la explotación casera de las minas y en cambio el látigo, la persecución, el destierro y la insalubridad era moneda de cambio, norma malparida, aspecto básico de la convivencia.
Después llegó la luz de las sublevaciones, no había de otra.
El pueblo zacatecano aprendió la lección: legalizó las asambleas populares y los tribunales revolucionarios en que se ajustició a los traidores, impuso leyes que fueron novedosas pero después al paso de los años fueron caducas por inoperantes.
Pero supo que los reyes valían lo que un queso mal oliente y se decidió a vencer los obstáculos.
Los ecos de otras revoluciones le tocaron la frente y le inundaron de ideas en sociedades de socorros mutuos, el mutualismo, la hermandad obrera y minera, la gestión del sector laboral organizado a pesar de los episodios de resistencia y de tortuosa lentitud.
Todo ello para aspirar a la honestidad y ser socios activos de su luz, su ejemplo.
Era doloroso siempre ver a las mujeres y a los niños trabajar en intensas jornadas y con retribuciones muy pequeñas. ■