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viernes, 19 abril, 2024
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Notas al margen. Poesía es sufrimiento

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Por: JOSÉ AGUSTÍN SOLÓRZANO • admin-zenda • Admin •

¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? Poesía es sufrimiento.

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A esta aseveración me lleva una contundente analogía que Nietzsche hace entre la belleza y el dolor. “Para que algo permanezca en la memoria se lo graba a fuego; sólo lo que no cesa de doler permanece en la memoria”. El filósofo alemán nos recuerda que fueron las religiones las primeras en aprovechar el dolor como medio de aprendizaje, y también como conexión entre lo físico y lo espiritual. Si algo te duele no lo olvidarás. El dolor es trascendente, el sufrimiento es una huella imborrable.

Bloom, que considera a Nietzsche una de las fuentes de la sabiduría, dice de éste que su enseñanza más profunda es que “el auténtico sentido es doloroso y que el mismo dolor es el sentido”. Para entender lo anterior es indispensable entender el poema, primero como un órgano literario generador de sentido. Más allá de la forma y la figura retórica el poema busca un sentido, se dispara como una flecha hacia la conciencia del lector. Un poema que no conmueva no ha logrado su cometido; un poema que te deja indiferente es una aberración poética y no mereció la energía que gastaste en su lectura.

Nietzsche leía el mundo desde una perspectiva dolorosa, se acercaba a la realidad como a un libro y aceptaba su lectura como un ejercicio doloroso que, sin embargo, le daba sentido a su vida. Nada más digno que el sufrimiento, parece decirnos, nada más bello que el placer ascético que se transforma en estético. “Este sacerdote ascético, este presunto enemigo de la vida, este negador, precisamente él pertenece a las grandes potencias conservadoras y creadoras de síes de la vida…”. Negar la vida es reconstruirla, darle una dirección diferente, revalorarla aunque lo que se ponga sobre la balanza sea el sufrimiento y la belleza, y sólo a través del primero se alcance la segunda.

El buen Friedrich era un esteta, un poeta que no renegaba de su condición de falsario, sino que aceptaba ésta como una negación creadora de Síes, como “una voluntad de engaño” donde la “mentira se santifica”. A pesar de que el mismo Nietzsche menciona que esta voluntad, el arte mismo, se opone al ideal ascético, tal vez no están tan alejados el uno del otro. El asceta renuncia, niega la vida para reiterar su voluntad de ser otro. Pero el poema, la mentira santificada, es también una renuncia; primero, al lenguaje cotidiano, a ése que sirve para comunicar lo verdadero. La poesía renuncia a la pretensión de verdad y usa la palabra para ser lo otro. Una renuncia que reitera, una negación que afirma la necesidad de reconstruirse.

Pero lo que se reconstruye duele, y es el símbolo nietzscheano un símbolo doloroso. Lo que duele significa y el dolor es el significado. El mismo Bloom afirma que Nietzsche no estaba tan lejos del sicoanálisis cuando creaba esta “poética del sufrimiento”. Y es claro, no sólo para Bloom, que el sicoanálisis es más cercano a la poesía que a la ciencia.

La literatura que nos duele es la que debemos leer, porque ésa es la que nos transforma, la que nos libra del sinsentido de la vida. Sólo el dolor nos encausa. Una literatura del placer es una literatura de la evasión, una literatura de lo sobrio y de lo light, una literatura de la estupidez y la vacuidad. La de la autoayuda es la del autoengaño, la verdadera literatura engaña a la vida para poder reconstruirla desde el dolor del ser.

La poesía miente, engaña, la poesía es enemiga de la verdad porque en palabras de Bloom: “La poesía dice mentiras, pero la verdad, que es el principio de realidad, se reduce a la muerte. Amar la verdad sería amar la muerte”, y el arte ama la vida, aunque duela. Así como no existe una pulsión vital sin una pulsión de muerte, tampoco existe la belleza sin el dolor; ambos son indispensables para entender al hombre como un ser complejo que se retuerce en el placer como un hermoso desquiciado.

Platón, a quien Nietzsche llamaba el peor enemigo de la poesía (haciendo alusión a su disputa contra Homero y los poetas), nos instruyó con la máxima “conocer es recordar”; según su teoría de la reminiscencia nuestros conocimientos superiores no eran más que recuerdos que traíamos a este mundo material desde aquel otro ideal en el que vivimos antes de nuestra condición física. Entonces la vida, ésta, no es sino el recuerdo de otra; y ésta, la vida que no podemos conocer del todo es una negación de aquélla, primigenia e inmaterial, donde sin duda no había dolores ni sufrimientos. La poesía entonces sería el doloroso intento por recordar aquel conocimiento del mundo de las ideas. Lamentablemente Platón jamás entendió la relación entre el recuerdo y el poema; entre la inherente necesidad que hay entre la mentira del poeta y la verdad del filósofo.

Nietzsche también afirmaba que “el hombre prefiere querer la nada a no querer”, y quizás eso fue lo que transformó a Platón en el padre de la filosofía y a Homero en el padre del mundo. La falsedad descarada del poeta le confiere un aura divina que le permite crear la nada ficticia donde habitarán los hombres imaginarios. Pues todos nosotros, seres humanos, nos imaginamos antes de ser, y ninguna filosofía nos permite imaginarnos mejor que la poesía. Para ser necesitamos recordarnos. Para estar físicamente nos es necesario rememorar lo que fuimos en el mundo platónico. ¿No nos heredó la filosofía el poema más antiguo de la humanidad?

Las musas son hijas de la memoria, figuras míticas que inspiran al poeta para recordarle el sentido de la vida, y la necesidad del dolor como negación de su mortalidad. Creemos en el pasado porque es el que nos mantiene de pie en el presente, la poesía es hija de nuestra memoria. Juan José Arreola declara: “El poeta está condenado a memoria, padece memoria…”, y es esta comprensión de la poesía como patología la que nos acerca a entender la vida como un padecimiento curable sólo a través de la muerte, donde el dolor es un síntoma de vitalidad y no al contrario.

Vivir es una nostalgia perenne, un rememorar el exilio de aquel otro mundo. La poesía es un éxodo perpetuo de aquel pasado que nos duele y del que no podemos separarnos. Desde el Génesis hasta la poesía actual, pasando por la filosofía platónica, el infierno dantesco y el Paraíso Perdido miltoniano, el hombre escribe poemas como quien se acerca a la hoguera del pasado para volver a vivir el dolor primigenio. Nietzsche fue muy certero cuando llamó el poema primordial de la humanidad a aquello que el género humano creo para remplazar lo real por la ficción en la que vivimos.

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