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viernes, 19 abril, 2024
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No hay otro camino: Los excluidos y los trabajadores deben luchar por sus derechos

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Por: RAYMUNDO CÁRDENAS HERNÁNDEZ • admin-zenda • Admin •

Uno de los acuerdos fundamentales de la élite del poder mundial para facilitar la implementación del modelo neoliberal en todo el mundo fue desprestigiar mediáticamente al sindicalismo y golpear a las organizaciones de trabajadores más combativas y que, por lo mismo, habían logrado las conquistas más trascendentes. En Inglaterra fueron los mineros el gremio escogido por la dama de hierro, Margaret Thatcher, para mostrar el inicio del retroceso y de la pérdida de derechos laborales. Y Ronald Reagan en Estados Unidos aprovechó la huelga del sindicato de los controladores de vuelos para desconocer la organización y despedir a miles de sus integrantes. En México no se requirió iniciar muy pronto la ofensiva neoliberal en virtud del control oficial existente sobre la gran mayoría de las organizaciones del sector obrero, lo que se demostró al aceptar sin chistar la pérdida de dos terceras partes del poder adquisitivo del salario y la correspondiente disminución drástica de la proporción del PIB nacional destinada a los bolsillos de los trabajadores. Correspondió al presidente Calderón conducir la ofensiva antiobrera con el ataque al Sindicato Mexicano de Electricistas y al de mineros, y ahora EPN encabeza la represión contra la fracción disidente del sindicato magisterial que no acepta la reforma laboral, que no educativa, debido a que implica la pérdida de importantes derechos laborales.

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Con esa política, disminuyeron rápidamente las proporciones de trabajadores sindicalizados en los países desarrollados, y sus debilitadas organizaciones tuvieron que enfrentar la amenaza de las corporaciones de trasladar sus instalaciones manufactureras a países como México, China y otros que mantienen políticas de salarios muy bajos precisamente para atraer esas inversiones del mundo desarrollado. Al mismo tiempo, millones de trabajadores de todo tipo, fueron víctimas de las llamadas “reestructuras” propiciadas por los cambios tecnológicos siendo despedidos  y sustituidos por robots y computadoras. Todo ello condujo a que los incrementos de productividad del trabajo beneficiaran a unas pocas personas, y que aún las clases medias de los países desarrollados se redujeran aceleradamente, con lo que la desigualdad ha crecido dramáticamente en todo el mundo.

Nuestro país está inmerso en un ciclo vicioso de desigualdad, falta de crecimiento económico y pobreza. Aunque somos la decimocuarta economía del mundo, hay 53.3 millones de personas viviendo la pobreza. De acuerdo con el informe Desigualdad Extrema en México: Concentración del Poder Económico y Político, presentado por Oxfam México, en 2012 había en México 145 mil individuos cuyas riquezas ascendían a un total de 736 mil millones de dólares. Estos millonarios—representantes de menos del uno de la población total—concentraban en ese año alrededor de 43 por ciento de la riqueza total del país. Hoy, el número de multimillonarios en México es de sólo 16, pero en 1996 sus fortunas equivalían a 25 mil 600 millones de dólares y hoy esa cifra es de 142 mil 900 millones de dólares. En 2002, la riqueza de 4 mexicanos (Carlos Slim, Germán Larrea, Alberto Bailleres y Ricardo Salinas Pliego) representaba 2 por ciento del PIB; entre 2003 y 2014 ese porcentaje subió 9 puntos porcentuales. Ello significa que mientras el PIB per cápita crece a menos de 1 por ciento anual, la fortuna de los individuos más ricos se multiplica por cinco.

Lo más dramático de la situación que vivimos es que la gente no está reaccionando  y da la impresión de que la mayoría espera que un milagro resuelva su situación. Los trabajadores sindicalizados han venido aceptando retrocesos en sus conquistas laborales con la “justificación” de que solo afectarán a los trabajadores de reciente ingreso (sus propios hijos), a quienes se está condenando al trabajo cada vez más precario. Por otro lado, una gran parte de los jóvenes con estudios universitarios, sin empleo o con uno precario, siguen deslumbrados con la oferta neoliberal de convertirse en empresarios o en trabajadores por su cuenta con altos salarios debido a su calificación, sin darse cuenta que esa oferta ya es un completo fracaso y ha generado una deuda impagable de miles y miles de jóvenes en Estados Unidos que se endeudaron para pagar sus estudios y que hoy no encuentran los empleos y oportunidades prometidas. Y lamentablemente otro segmento de jóvenes, principalmente de las capas populares, ha caído en las redes del crimen organizado, que ante sus ojos se presenta como la única puerta de acceso al reino del consumismo presentado como tierra prometida por la propaganda del sistema neoliberal.

Si a este desolador mundo del trabajo le agregamos el hecho de que las autoridades a cargo de las riendas del poder del Estado están enredadas en el laberinto sin salida de corrupción e impunidad, y de que por ello no debemos esperar nada positivo de ellas, concluiremos que la única solución a nuestros gravísimos problemas es la participación activa y masiva de los trabajadores sindicalizados y de los precarios, y más aún de los jóvenes excluidos totalmente del mundo del trabajo, y como consecuencia, del mundo del consumo. Los trabajadores en activo deben encabezar la lucha para mejorar el salario, y los precarios deben enfocarse en exigir un empleo decente, y/o junto con los excluidos demandar el establecimiento de la renta universal para emanciparse, mientras que los millones de pobladores rurales arruinados por las políticas neoliberales deberían unir sus esfuerzos con los sectores aludidos para presentar con fuerza sus demandas. Y los partidos políticos que se reclaman progresistas, por su parte, deberían unificarse alrededor de una agenda de asuntos clave, como la que ha venido presentando Bernie Sanders en las elecciones primarias del partido demócrata de los Estados Unidos.

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