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miércoles, 24 abril, 2024
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Jorge Semprún. Resistir, enmendar, reiniciar

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Por: Mauricio Flores • admin-zenda • Admin •

La Gualdra 252 / Libros

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Si algo obsequia este pequeño libro póstumo de Jorge Semprún (1923-2011), Ejercicios de supervivencia, es que siempre, en cualquier orden de la vida, por adversos que éstos sean, será posible resistir, enmendar, reiniciar.

Lo descubre con exactitud Mario Vargas Llosa, durante años muy cercano al autor y encargado de prologar el texto recientemente puesto en librerías: “sin caer nunca en el pesimismo, encontrando razones suficientes para seguir militando en pos de un mundo mejor, o, por lo menos, más tolerable, con menos injusticias y menos violencias”.

O como lo dijo Borges en una poesía dedicada a su bisabuelo, defensor de la ciudad de Junín en el XIX, también evocado por Vargas Llosa: la batalla es eterna y puede prescindir de la pompa, de visibles ejércitos con clarines.

Preguntará el lector, ¿cómo ponderar valores positivos al momento de abordar la experiencia de la tortura, experimentada por Semprún en su juventud, y apenas unos cuantos años antes de su muerte expresada públicamente, desde la literatura, ese espacio que bien supo amalgamar con la vida misma?

Fraternidad, palabra clave en la respuesta, que pronto se descubre en la lectura. Nunca heroicidad ni martirologio, tan frecuentadas en las reflexiones acerca de temas tales, tortura, persecución, represión, clandestinidad, holocausto.

Jorge Semprún

Siempre, entre las muchas luces que ofrecen los libros de Semprún, está la de vislumbrar mecanismos de resistencia y corrección. Lo mismo en sus novelas, ensayos o evocaciones directamente vinculadas a las experiencias anotadas.

Una especie de decencia lo llevó, sin embargo, a no hablar durante decenios sobre uno de los soportes de este horror: la tortura, leitmotiv en la obra de otros.

En Semprún el tema llegaría hasta el 2005, no sin ese “casual concurso de coincidencias que surgen siempre en mi vida a tenor de un esfuerzo de escritura”. Si bien en Ejercicios de supervivencia, donde sin detenerse en los pormenores de las brutalidades del fascismo —sufridas personalmente en la resistencia francesa y en su confinamiento en Buchenwald— lo caracteriza, trasciende y define desde su integridad.

No es la tortura una experiencia para razonar desde el sufrimiento humano, desde “la abominable soledad del sufrimiento”, sino también desde la fraternidad, escribe el autor. “El silencio al que uno se aferra, contra el que uno se apoya apretando los dientes, intentando evadirse mediante la imaginación o la memoria de su propio cuerpo, su miserable cuerpo, ese silencio es rico en todas las voces, todas las vidas que protege, a las que permite seguir existiendo”. Vivencia de espanto, no hay duda, pero no egoísta o narcisista: “de solidaridad a la par que de soledad. Una experiencia de fraternidad, no hay palabra más apropiada”.

Ironías de la vida: cuando a Semprún (“un zangolotino armado de 20 años”) lo detienen en septiembre del 43 en la Francia ocupada, lo hacen portando metralletas Stern, mejores que las del ejército alemán, birladas en los almacenes de las distintas fuerzas de la resistencia organizada.

Tres años después, en abril del 45, saldría de Buchenwald al lado de cientos de “deportados armados y harapientos” hacia la carretera de Weimar. Imagen descrita por los famosos Fleck y Tenenbaum, soldados norteamericanos ¡de origen judío!, pertenecientes a la Sexta División Acorazada del Tercer Ejército del general Patton. “Famélicos, tambaleantes, con los ojos desorbitados, llevaban en sus manos fusiles, bazucas, granadas de mango”. “Unas armas —escribe Semprún— que simbolizaban no sólo la libertad recobrada, mucho más, una dignidad recobrada”.

De regreso a París, y hasta 1962, Semprún entraría y saldría de España clandestinamente, extensión del aguante al fascismo y la lucha comunista, vista esta última como “una muestra de pertenencia a una suerte de orden caballeresca”.

Para después —en la segunda mitad de su vida— proseguir sus andares convencido de una vida nueva “sin más razones de vivir que las de la vida misma; sin ningún riesgo particular, más que el de la muerte misma, riesgo tan banal, tan universal en la vacuidad de su evidencia ontológica, que no podía forjar ninguna experiencia de vida singular, fuera de la norma”.

 

“En la abominable soledad del suplicio

La resistencia a la tortura, aunque esté desechada al final —y cualquiera que sea su duración: horas, días, semanas—, está totalmente impregnada de una voluntad inhumana, sobrehumana, más bien, de superación, de trascendencia. Para que posea un sentido, una fecundidad, es necesario postular, en la abominable soledad del suplicio, un más allá del ideal del Nosotros, una historia común que debe prolongarse, reconstruirse, inventarse sin cesar.

La continuidad histórica de la especie, en lo que contiene de humanidad posible, con el signo de la fraternidad: ni más ni menos”.

              Jorge Semprún, Ejercicios de supervivencia (fragmento).

 

 

Jorge Semprún, Ejercicios de supervivencia, Prólogo de Mario Vargas Llosa, Tusquets, México, 2016, 136 pp.

* [email protected]

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/252

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