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viernes, 29 marzo, 2024
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Una escritura en espiral, con un centro intangible: Inmaculada tentación, de Gonzalo Lizardo

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Por: Ramón Alvarado Ruiz • admin-zenda • Admin •

 

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Las discusiones sobre lo fantástico en la narrativa mexicana actual tendrían que hablar sobre una literatura que se ha gestado en las dos últimas décadas y que sigue pasando desapercibida. Las opiniones y puntos de vista, en una primera mirada, suelen denotar una falta de interés por este tipo de literatura: “La versión oficial es que en México la literatura realista es el canon, que hay un puñado de escritores que insisten en salirse de este; que son una minoría; que hay un grupo bien ubicado que se dedican a la literatura fantástica” (Iván Farías, “Cuatro de distinta especie”). Gonzalo Lizardo es uno de ellos y con su libro de cuentos Inmaculada tentación y otras fábulas crónicas (Era, México 2015) escribe a contracorriente de la narrativa realista que predomina en México y se centra en la violencia social: una literatura con una fuerte dosis de una narrativa, si no del narcotráfico sí de la violencia, donde el género policiaco y la novela negra encuentran un espacio importante.

Nuestro autor no desconoce este género, dentro del cual escribió su novela Corazón de mierda, basada en el caso de Fidel Corvera Ríos, profesor zacatecano, preso en la cárcel de Lecumberri donde se convierte en zar de la droga y posteriormente es asesinado. Pero, eso hace aún más interesante este libro porque da un giro sorpresivo en su narrativa haciendo ahora de esa violentada realidad un caleidoscopio de posibilidades.

Hace poco Gabriela Damián coordinó un dossier especial dedicado a la literatura fantástica en la Revista Digital Universitaria de la UNAM y pregunta:

¿De qué le sirve a una sociedad contar con invenciones descabelladas como las que propone la literatura fantástica? Digamos que las artes en general parecieran carecer de ese sentido práctico que tanto exigen las sociedades modernas, pero con la literatura fantástica es el colmo: ¿Qué utilidad puede tener un volumen de cuentos desapegados de la realidad en un país como el nuestro, donde verdaderos horrores y las falsas oportunidades acechan en cada esquina?

Las últimas líneas de la cita de nueva cuenta enfatizan la fuerte dosis de realidad y sobre la que la literatura fantástica no puede ejercer un contrapeso partiendo de la idea de utilidad. Gonzalo Lizardo nos da la respuesta respaldada por una obra que sin duda llegará a ser un referente de lo fantástico. ¿Por qué fantástica? Sobre todo, porque «como autor relata acontecimientos que no son susceptibles de producirse en la vida diaria», con todo y que es la vida diaria su punto de partida y lo fantástico no exime la realidad.

Inmaculada tentación es un homenaje a la literatura y a los libros, una antología de cuentos enciclopédicos “para recorrer los laberintos de la palabra escrita”. Pero no, no sólo es eso; es también una novela negra, unos sonetos pornográficos, una puesta en escena, un desdoblamiento en el tiempo, un espacio de múltiples historias. Es también un simulacro, una corrida de toros y una serie de crónicas donde el tiempo jamás es estático. Si se atreven a abrir este libro —y espero que lo hagan— estén preparados para encontrarse con muchas sorpresas donde nada es lo que parece. Son doce cuentos donde, como leemos desde la primera línea, se plantea la “razón o sinrazón” de cada historia que el autor ha creado para dar rienda suelta a su imaginación y conducirnos por un viaje maravilloso en el que todo es posible.

Créanlo, aquí “nos aguardan los guerreros para celebrar la victoria como sólo saben celebrar las palabras y los mitos”. Lizardo logra unir historias en una antología “inmaculada”, cuyo hilo conductor es afrontar la realidad y desvirtuarla de manera verosímil: “No se trata de fingir que ya no sufres, que tu vida es tan sonriente como esta Inmaculada: se trata de transformar, mediante el arte, tu suplicio en plegaria” (p. 109).

Sí, porque aun cuando se sientan sorprendidos por los cambios, como en “Doña Ludivina y los mil gatos”, no cuestionarán que el autor, efectivamente, nos dé gato por liebre: “No estábamos preparadas para mirar lo que entonces vimos: sentados alrededor de la mesa, siete felinos platicaban en un idioma que parecía chino o marciano: algunos fumaban, otros leían manuales de mecánica y el más viejo revisaba con lupa y cautín un motorcito eléctrico” (p. 19). Nos obliga como lectores a cambiar nuestra posición habitual de mudos testigos para convertirnos en unos voyeuristas de todo “aquello que se narra, se observa o se vive”. Y eso es lo que vuelve diferente este libro, porque plantea una lectura donde lo más importante es soltar nuestras razonadas amarradas y lanzarnos al mar de las aventuras de las palabras.

El suyo es un lenguaje que conserva diferentes registro. Hay imágenes poéticas (“este jardín, por ejemplo, arropado por la penumbra de los sauces y el canturrear de los grillos; o esta banca que tan bien me conoce de tantas noches que hemos trasnochado juntos”). O recurre al cine para hacer más visual su escritura (“Como un episodio de The twilight Zone, haz de cuenta o como Thelma and Louis pero filmada por Tarantino). No deja fuera a la música que acompasa varios de sus relatos: (“Desde el BMW amarillo continuaba la misma cumbia norteña). La versatilidad que logra desde las palabras, permite que se sostengan los relatos, que no sean monótonos y, por tanto, que nos logren cautivar.

El recorrido de Lizardo es odiseaco; para mostrarlo parafraseo su cuento, ya que resume lo que pretendo decir. “Su escritura, partiendo de un centro intangible, se expande en espiral hasta envolver en su vértigo nuestra memoria, nuestro presente, nuestro diálogo incluso”. Sangre y laberinto evoca a Asterión, al minotauro en su encierro, donde hace una verónica magistral para convertir el asesinato —producto de una infidelidad— en un relato laberíntico que nos dejará sorprendidos por el manejo de la historia como una faena en el mejor de los ruedos. El autor se tira a matar, y consigue rabo y oreja, otorgados por nosotros, los jueces de plaza, que al cerrar el telón de la historia, reclamaremos la indulgencia de esos aciagos amantes.

Presentar un libro es una doble responsabilidad. Primero, como lector, dado que yo, como harían ustedes, lo primero que hice fue tomar el libro, ver su colorida portada para luego empezar a familiarizarme con él. Abrir páginas nuevas es una aventura más que un riesgo y aquí bien valió la pena. Desconocía a Gonzalo, a su obra, y me atrapó. Desde el primer relato, me sentí como ese personaje curioso que entra a un lugar nada más porque sí, a ver qué encuentra. Cuando menos me di cuenta estaba ya sentado “alucinado por la sola cifra de páginas y frases” y fue volteando cada hoja con mi mirada atónita y sorprendida.

La segunda responsabilidad es la del crítico, entendido como aquél que debe, más que encontrar las debilidades del autor, trazar las rutas para disponer al lector. No ha hecho falta, por que si algo debería encarar a Gonzalo es la brevedad de los relatos que se ve sobrepasada por las rutas múltiples y los mundos que se descubren en cada línea en un contexto donde parece que hemos perdido la capacidad de asombro. Me han dejado un grato sabor de boca las historias, que si bien tienen un final, lo tienen no por el punto ahí impreso, porque puedo asegurar que cada final es un comienzo. Lo único que les debo advertir es que, como dice en el libro, “si es leído a medias, con torpeza o ignorancia, el mejor de los libros puede engendrar y esparcir horror, la locura, el fanatismo, la soberbia”.

 

Mi última indicación:

Para que la magia acuda se necesita de un lugar discreto y cómodo. Este jardín, por ejemplo, arropado por la penumbra de los sauces y el canturrear de los grillos; o esta banca que tan bien me conoce de tantas noches que hemos trasnochado juntos. Enseguida hace falta una buena de olvido: justo el necesario para hacernos creer que hemos llegado hasta aquí por pura casualidad, porque nos gusta la ciudad, porque nos interesan sus personajes, sus comedias, sus oscuridades.

____________________________

[i] Gonzalo Lizardo, Inmaculada tentación y otras fábulas crónicas, Ediciones Era, México 2015.

 

* Egresado de la Licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas de la Universidad Michoacana San Nicolás de Hidalgo y del Doctorado en Artes y Humanidades del Centro de Investigaciones en Ciencias, Artes y Humanidades de Monterrey. Actualmente forma parte del Sistema Nacional de Investigadores. Es profesor investigador de tiempo completo en la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Su línea de estudio es la literatura mexicana de los siglos XX y XXI, particularmente la Generación del Crack.

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/gualdra_250

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