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viernes, 19 abril, 2024
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Notas al margen. Dime si estudiaste y te diré quién eres

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Por: JOSÉ AGUSTÍN SOLÓRZANO • admin-zenda • Admin •

La Gualdra 248 / Notas al margen

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Las redes sociales nos han erigido a todos y a cada uno de sus usuarios en líderes de opinión. Este asunto se lo han tomado más en serio los que, bajo la aureola de la profesionalización, han salido a ostentar sus títulos universitarios como si de constancias de buen gusto y alta cultura se trataran. Si en la edad media el conocimiento estaba ceñido a los monasterios, no queda más que darle la razón a Ortega y Gasset o a Vargas Llosa cuando vemos que el mismo conocimiento que un día llevó a San Agustín a escribir su Ciudad de Dios y sus confesiones, hoy es el que las masas seudoilustradas usamos para sacralizar lo más vacuo y atacar a nuestros semejantes primates que usan el pulgar para trabajar bajo el sol y no para teclear la barra espaciadora mientras terminan, sufrientes, su tesis de licenciatura.

Podemos empezar con el joven que hace videos virales en los que critica los movimientos sociales refiriendo que «él sí estudió» y que no va a tomarle importancia a las declaraciones de un musiquete que, además de cantar con el culo (como hacía también Bob Dylan, según Joaquín Sabina), tiene por seguidores a un montón de ignorantes que con suerte acabaron la preparatoria. No lo dijo estrictamente así, pero siendo sinceros eso fue lo que quiso decir. En fin, yo gracias al cielo no soy líder de opinión y no voy a preocuparme tanto de los detractores cuando digo que esta clase de personas merece su título universitario porque se parecen a él: cuadrados, enmarcados e inmóviles en a la pared, donde lucen brillantes.

Es necesario voltear la mirada crítica hacia estos progresistas tetrapack. Y es que son ellos, los que defienden todo lo defendible y critican todo lo criticable, los que pugnan por su libertad de opinión, por una educación integral y, entre muchas otras cosas, por la no discriminación y la eliminación de los prejuicios sociales, son precisamente estos prometeos sin pedigrí, los que con su currícula de materias en la mano juzgan y prejuzgan al por mayor, discriminan como si con ello defendieran un examen recepcional y coartan la libertad de expresión porque consideran una aberración que los de nivel medio superior opinen si todavía no han sufrido los tormentos de la tesis.

He conocido académicos que merecen mis respetos como personas e intelectuales, pero también debo decir que las personas más pedantes que se han cruzado en mi vida tienen uno o más títulos atravesados en el pescuezo. En su Genealogía de la soberbia intelectual Enrique Serna se encarga de mostrarnos que los soberbios y los pedantes son una especie de parásitos que pertenece a las clases encumbradas. Para ser soberbio es necesario acceder a algo que los otros no pueden obtener. El conocimiento y la pedantería van de la mano y más bien es extraordinaria la situación contraria; el sabio modesto es una especie en peligro de extinción precisamente porque el conocimiento «real» y «vivo» lamentablemente no se halla en las universidades. Si no me creen salgan a la calle y hagan una encuesta: ¿A qué vas a la universidad? Para conseguir un mejor trabajo y tener una mejor posición económica. ¿Y el conocimiento? Bueno, en mi prueba de IQ saqué buena calificación.

El conocimiento no es un test, ni un promedio, tampoco tiene que ver con cuántos libros leemos al año. Tal vez conocer sea más bien un ejercicio ocioso que no tiene cabida en un mundo donde se da prioridad al trabajo como un esfuerzo del que se huye. Para Stevenson el holgazán era en su pasividad el hombre creativo por excelencia, el perezoso tenía tiempo de conocer el mundo, mientras que el hombre «simple», que trabajaba sólo para salvar el día a día, apenas y podía entender que el mundo sucedía a pesar de él. Para conocer es necesaria la quietud y también el movimiento, pero no el movimiento circular de la rutina y el estrés, sino el movimiento caótico de un alma desbocada que en su holgazanería se sacude las pulgas.

Por todo lo anterior es interesante ver cómo las redes sociales se llenan de comentarios e imágenes ofensivas como aquella de «Dime qué escuchas y te diré quién eres», en ella hay dos grupos de músicos, en uno están varios rockeros e ídolos de la alta cultura pop que (lo dice la imagen) además de ser músicos eran también profesionistas. Abajo, en un segundo grupo encontramos a los actuales ídolos populares de la clase trabajadora mexicana (como la llamarían eufemísticamente nuestros políticos). Los lugares que en el primer grupo ocupan las licenciaturas y doctorados en el segundo apartado están ocupados por signos de interrogación. Pero ¿por qué comparar a Jenny Rivera (q.e.p.d) y a Espinoza Paz con Bryan May o Bruce Dickinson?, a quienes siendo sinceros pocos conocen si no les digo que son parte de Queen y Iron Maiden, respectivamente. Nada más, porque es importante resaltar las diferencias, porque el título colgado en la pared no vale si no lo uso para dividir a los que saben de los que no saben. Y entonces ¿me dirás quién soy tomando como referencia si la música que escucho la hizo un profesionista o un mexicano promedio? Ser o no ser, o saber quién se es depende de mis gustos y preferencias siempre y cuando mis gustos y preferencias encajen en los de la alta cultura pop, si no es el caso entonces ¿quién soy? ¿Un naco en busca de identidad? ¿Un Hamlet que nació en el lugar y el sitio equivocados?

No podemos negar que la ignorancia es un mal que nos aqueja a todos, y basta salir a la calle o encender el televisor para toparnos con sus adoradores. Pero esta lacra no siempre viene de abajo, de los programas de concurso, de Andrea Legarreta o de Julión Álvarez, también el Olimpo académico exporta ignorantes y sus semidioses narcisistas están en todos lados.

La cultura ahora es como el título universitario, nos vendieron la idea del museo y hoy para ser cultos es necesario ser un objeto ornamental que representa un conocimiento momificado e inmóvil. Los marcos para adornarnos los venden en los súper mercados, junto con la leche deslactosada y las sopas instantáneas. El falso progresista compra conocimiento en las universidades y con él se erige como un diploma en la pared vacía de una cultura que se ha convertido en el museo donde se rinde culto a la estupidez y a la pedantería.

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_248

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