El “populismo punitivo” es una política que en el ámbito penal y de seguridad pública, busca construir un “nosotros” y un “ellos” (amigos/enemigos), en torno a líderes carismáticos, cuyos discursos públicos alimentan -con una mano- el miedo al delito (y el miedo a la alteridad), mientras con la otra mano, pretenden reducirlo , proponiendo, entre otras medidas: elevar al máximo las penas contra la delincuencia; mayor empleo de la coerción (incluyendo, cada vez más, la criminalización de la protesta social); la construcción de enemigos/culpables de todos los males, (ejemplo, migrantes no autorizados=delincuentes) etc. La solución: implantar “modelos securitarios”, como el de “tolerancia cero”, a pesar de que, ahora, conocemos -mejor- sus insuperables limitaciones.
Vivimos en una sociedad que naufraga en un océano de problemas inmensos, cuyo modo de organización (su lógica, metabolismo, ilusiones) nos arrastran con -o sin- nuestro consentimiento, a través de una ruta suicida, utilizando mapas de orientación trucados, engañosos. Basta revisar las estadísticas criminológicas (y, cifras negras), analizarlas retrospectiva y prospectivamente, atendiendo a la distribución y frecuencia de los delitos en los años anteriores, y a los escenarios posibles para los próximos años: homicidios, desapariciones por particulares y desapariciones forzadas, secuestros, y otros delitos. Junto con estimaciones sobre el crecimiento de la economía del capitalismo mafioso. Sin olvidar el contexto mundial –para un adecuado “conocimiento situado”-: carrera armamentista, conflictos geopolíticos y geoestratégicos, crisis ecológica. Entre otros indicadores.
¿Cómo podríamos convertir en “sentido común”, que los previsibles escenarios convulsivos, demenciales, serán resultado directo -“lógico”- de las políticas señaladas?
El “populismo punitivo”, construye una irracional conformidad hacia estrategias cuyo fracaso –en el contexto esbozado arriba- está garantizado. Aunque sigan siendo defendidas, infladas y vueltas a inflar, dados los poderosos intereses en juego (negocio de la venta de armas, guerras por los recursos, acumulación por desposesión, corrupción e impunidad endémicas, neoliberalismo, capitalismo mafioso, etc.); también, juega el miedo al delito entre la población, y/o la descomposición social.
Desgraciadamente, sectores sociales más o menos amplios, acicateados por ese miedo/terror, suelen reforzar las tendencias autoritarias: piden más armas, más policías, más pie de fuerza; o, participan de la paralegalidad. O, simplemente ignoran/justifican en nombre del “progreso”, las “guerras de rapiña” contra el propio pueblo: robo/privatización de los bienes comunes: agua, recursos naturales, servicios ecológicos, etc.
¿Cómo desactivar la intoxicación inherente al “populismo punitivo”, cuando nos dirigimos a esa misma población atenazada por el miedo ante la posibilidad de ser víctimas de la delincuencia?
¿Cómo revertir la “confluencia perversa” que existe entre los regímenes políticos realmente existentes y el capitalismo mafioso?
El núcleo duro, de estas tendencias, es eliminar la política (entendida como acción colectiva reflexionada y lúcida, convirtiéndola en un asunto privado, de las elites, de los especialistas, de las fuerzas de seguridad…), evitando -específicamente- la democratización efectiva de las políticas en torno a la seguridad/inseguridad. Así, es evidente, que las élites que son privilegiadas por el modo de funcionamiento actual de la sociedad (¿el 1% contra el 99%?), aferradas al status quo, sabotean, y procuran hacer abortar, todos aquellos movimientos que permitirían a la ciudadanía retomar en las propias manos el control de sus vidas; impidiendo que se construyan modos progresivos de vivir en común; imposibilitando se implemente una hoja de ruta (de transición) hacia una seguridad humana…“desde abajo”.
Hoy, vemos como triunfan tendencias políticas antidemocráticas, en la extrema derecha, e incluso entre algunos “gobiernos progresistas” (de izquierda). En ellas, el “populismo punitivo” sigue una línea ascendente, como podemos ver en Europa, Estados Unidos, México -y América Latina-, etc.
Ante ese “calentamiento global” de las cuestiones ligadas a la inseguridad, la delincuencia (organizada –y/o, común-), y, la justicia penal; necesitamos asumir que su elucidación implica siempre cuestiones –y, valores- más amplios; por ejemplo: elegir entre una paz aparente “fiel al sistema”, horadada por los abusos de poder, -corrupción e impunidad-; o bien, una paz –efectiva- con libertad, igualdad, justicia, dignidad.
Modificando parcialmente el análisis de Loaders y Sparks, en su libro, Criminología Pública, me parece esclarecedor apoyarme en lo que ellos afirman: la delincuencia es una cuestión eminentemente política, que no podemos dejar en manos de los políticos, ni de los expertos en seguridad; es un tema que debemos ciudadanizar mediante debates públicos y formas de experimentación democrática, más allá -y más acá- de los cálculos electorales, profundizando nuestra comprensión sobre la situación real de la delincuencia, y sobre su control efectivo.
Entre otros puntos plantean, que debemos evitar formas negativas de hacer política (terminan reforzando el status quo); pensar –e informar- con rigor y exactitud las nuevas amenazas a la seguridad; evitar la burocratización de organismos que solo son neutrales en apariencia; entender que no solo es importante prevenir la delincuencia, sino que es esencial el cómo se previene la delincuencia, etc.
En suma: comenzar a construir -ya- el tipo de sociedad en que queremos vivir. ■