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jueves, 25 abril, 2024
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Notas al margen. Probar el mundo

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Por: JOSÉ AGUSTÍN SOLÓRZANO • admin-zenda • Admin •

La Gualdra 244

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En una nota al pie de Paraíso Perdido leí lo siguiente: “Las palabras sapiente (sapient) y sapiencia (sapience) derivan del verbo latino sabere, que al igual que el castellano saber, significa tanto ‘tener sabor’ como ‘tener conocimiento de algo’. Esta relación entre ‘sabor’ y ‘sapiencia’ a través, por una parte, de su origen etimológico común y, por la otra, del elemento mítico representado por el fruto del Árbol de la Ciencia, se vuelve especialmente importante en Paraíso Perdido, en el que se produce la Caída por culpa de un ‘sabor’ que parece prometer cierta forma de ‘sapiencia’” (la nota es del traductor: Bel Atreides).

Ahora que el concepto Sociedad del Conocimiento se ha puesto de moda y que todos hablamos de conocimiento, de Tecnologías de la Información y la Comunicación, de modelos educativos y de generar lectores, habilidades y, claro, empleos y con ello solvencia económica para consumir conocimientos y tecnologías. Ahora que ser sociable significa tener capacidad adquisitiva, incluso en las redes, donde saber significa presumirlo y acumularlo. Entonces, ahora, es quizá buen momento para reflexionar acerca de lo que es el conocimiento y dónde podemos encontrarlo.

Harold Bloom nos ha contestado (en su libro Dónde se encuentra la sabiduría) como cualquier bibliófilo nos contestaría: en los libros. Para él, en Platón, en Homero, en Dante, en Job, en Shakespeare, en Cervantes, en Milton. Sí, habría que volver a esos clásicos para entender el conocimiento no como un conjunto de tecnologías que nos llenan de información, sino como un diálogo inevitable entre el hombre y su entorno. El conocimiento, al igual que la cultura, nace a través de una relación íntima entre el sujeto y su mundo. El Árbol de la Ciencia es un símbolo de conocimiento y sabiduría, pero también de pecado y caída. Si estamos aquí, en este mundo hostil, es porque decidimos probar del fruto prohibido. Gracias al trágico Adán, al heroico Prometeo, es que hoy ostentamos la flama de la sabiduría. Pero ¿para qué?, ¿era realmente esa manzana un fuego con el que valía la pena quemarnos?

En Job “el temor del Señor es la Sabiduría, huir del mal, la Inteligencia.” Y es este temor el que siente por primera vez Adán hasta luego de probar la fruta maldita. Antes ¿por qué habría de sentir temor? Teme porque sabe que ha desobedecido, y es esa consciencia del pecado lo que lo vuelve sabio. Pero antes del temor está el placer de haber probado la manzana: “Eva, veo ahora que eres impecable en gusto/ y elegante, de sapiencia no carente, / pues a cada significación sabor le atribuimos/ y juicioso al paladar llamamos”. El padre primogénito disfruta de Eva hasta luego de haber comido la manzana, no hay saber si no hay sabor, y antes de la caída, parece decirnos Milton, el mundo era un lugar insípido.

No corresponde en esta breve nota hacer una diferenciación compleja entre los términos conocimiento y sabiduría. Aunque quizás valga la pena decir que el conocimiento es ese saber el mundo, la manera en la que nuestros sentidos entran en contacto con el sabor de la realidad y la prueban. Conocemos a través de los sentidos: vemos, oímos, palpamos, degustamos lo que hay fuera de nosotros. El sabor parte de la lengua al cerebro, mientras que el saber hace el trayecto contrario, desde el cerebro viaja a la lengua y es ésta la que lo difunde (etimilogias.dechile.net), aunque ¿es realmente necesario darle lengua al cerebro? ¿No podría el saber ser sólo un disfrute solitario?, como comerse una manzana mientras se lame con ojos engolosinados al mundo. ¿Por qué pregunto? Porque la sabiduría es eso: cuestionarnos, discernir, dividir la manzana del conocimiento. Probar y preguntarnos qué es lo que comemos y si queremos o no hacer el trayecto de vuelta para devolverlo a la lengua como un conocimiento masticado. Ser sabio (del verbo saber) significa ser un degustador que ya eligió los mejores platos.

La lengua prueba, conoce y luego comparte. La finalidad primaria del lenguaje es comunicarse. Las Tecnologías de la Información y la Comunicación parecen decirnos: si no lo comunicas no sirve. Pero esta Sociedad del Conocimiento puede estar olvidando que, aunque no es la principal, sí es un una capacidad indispensable la que tiene el lenguaje de permitirnos comunicarnos con nosotros mismos. El conocimiento no puede convertirse en sabiduría si no ejercitamos el autoconocimiento y el onanismo del saber.

Probar el mundo es también probarnos a nosotros mismos ante el mundo. Cuando Adán aceptó masticar la manzana ya era un tipo sabio. Eva no le ofreció el conocimiento, sino la oportunidad de probar su valor, de saborear el saberse libre de la perfección del Paraíso. Ahora, mortales, aprehenderían el mundo, podrían conocerlo en su vastedad y probarlo en todos sus aspectos, conscientes que el saber, como el sabor, es perecedero y, como cualquier alimento, se pudre más rápido a la intemperie.

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_244

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