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viernes, 29 marzo, 2024
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Terquedad

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Por: Humberto Mayorga • admin-zenda • Admin •

La Gualdra 240 / Río de palabras

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No lo niego. Soy fanático de los amores ocasionales. Mi habitación se encuentra en el sexto piso por la avenida principal de la ciudad. Ayer estuve con la cuarta mujer de la semana. Pude escuchar su murmullo desde la entrada. El portero siempre está al pendiente; soy el inquilino predilecto.

Los tacones de la mujer hacen el juego perfecto con el ritmo del blues que tengo de ambiente en tanto toca la puerta. Desde mi alcoba sólo presiono un botón para que dé inicio el baile: la puerta se abre. La habitación es blanca, no me gustan los colores que alteren mi tranquilidad. En el techo, ese enorme espejo que compré en el último viaje que hice antes de enclaustrarme aquí: maravilloso mundo de silencio. Cuando veo frente a mí esa silueta de proporciones imperfectas, el corazón no para de dar brincos hasta generar el cambio de mi piel pálida a un rojo encendido.

El comienzo es un baño entre espuma y exóticas fragancias que despiertan los sentidos hasta al más cercano a la tumba. Lo juro. Me lleva en brazos directo al placer. Las delicadas manos de la mujer mojan esa esponja que recorre mi espalda y viaja por todo mi cuerpo hasta despertar de inmediato mi virilidad. Hay un momento en que me ausento. Permito que haga su mejor esfuerzo para satisfacer lo evidente. Suaviza mi cabello, lo lava y me observa con cierta ternura que llega a entristecerme.

Al término del baño toma la toalla, dirige sus grandes ojos nuevamente y me arrulla. Es tan complaciente. Humedece mi cara con esa crema que al compás del rastrillo me hace sentir todavía más joven. Nos regresamos al lecho, ése, mi lugar favorito y el único desde hace ya un año. Alcanzo a ver el reloj que tengo frente a mí y pienso: “Cuatro horas me asistirá hasta el siguiente viaje”. La dama permanece a mi lado en esa silla. Me observa. Su mirada va de la pasión a la ternura y luego a la lástima. El tiempo sigue su curso, para entonces yo cumplí mis fantasías. Ella no lo sabe. La hora de marchar se acerca y me dice:

“Mi turno se acabó. La siguiente enfermera llega en unos minutos”.

La muerte me ha negado el pasaporte después de mi paraplejia.

 http://bit.ly/1V4oINH

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