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Por: SIMITRIO QUEZADA • Admin •

Tres deficiencias a cubrir en

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la actual formación docente

En días recientes me preguntaron qué deficiencias arrastran los docentes de nuestro tiempo y qué podemos hacer para cubrir estos defectos dentro de la formación de los docentes en potencia. Sin afán de impostar un papel de especialista, pero sí con la percepción y experiencia que me da mi labor actual como formador de normalistas, ensayo un listado con las tres que considero más urgentes para solventar.

Comienzo con la falta de hábito de la lectura en muchos de nuestros docentes. No se puede llenar una alberca sin fuentes. Los libros constituyen el abastecimiento de ideas diversas, contradictorias en ocasiones, que permiten que docente y alumnos enriquezcan su visión, transformen su pensamiento y con ello su realidad. Incluso los textos literarios son de gran utilidad para la formación humana, científica y tecnológica ya que, como insistía Juan Rulfo, la literatura puede ser mentira pero nunca falsedad. O como recalcan otros: la ficción nos habla de grandes verdades mediante mentiras.

No concibo a un docente que desarrolla su tarea cotidiana sin leer. Y leer textos nuevos, actualizados, de otras culturas, ajenas al paradigma tradicional, ortodoxo y occidental. A estas alturas, por ejemplo, todavía hay quien cree que la Edad Media fue una época de oscuridad que envolvió al mundo entero, cuando en realidad ésta es una clasificación histórica para lo acontecido en seis o siete naciones. Otro caso: Hay quien cree que en el siglo 15 los turcos, al invadir Constantinopla y transformarla en Turquía, aniquilaron a la cultura bizantina (de raíz romana) y nada dejaron de ella, y nada quedó de ella para que sus elementos y conocimientos y cultura y actores buscaran otros pueblos y los enriquecieran, como en efecto sucedió. Cuánta ingenuidad y cuánta equivocación al pasar por alto esto y conformarnos con los autores de siempre, las lecturas de siempre y las visiones tradicionales.

Paso a la segunda deficiencia: la de los hábitos de reflexión, planeación y evaluación. En universidades privadas se implanta una clase llamada generalmente “Habilidades de pensamiento”. La noción que de ellas se tiene está asociada a “la capacidad de desarrollo de procesos mentales que permitan resolver distintas cuestiones”, cuando más bien la búsqueda debe enfocarse en la resolución de distintas maneras, encontrar los muchos cómos. Aun superado eso, y volvemos a lo mismo, un curso semestral o bisemestral no resuelve conflictos ni acaba con insuficiencias si no logra generar en los alumnos un compromiso permanente de práctica de lo aprendido. Es necesario replantear, sobre todo en la formación docente, la reflexión como una práctica educativa. La planeación y evaluación deben ser consecuencias de esta dinámica: actividad grupal a partir de una consigna individual que puede también trabajarse en equipo a fin de enriquecerse.

Se debe propiciar el debate en el aula, retomando el concepto de que la discusión permite fortificar más las ideas: sus golpes y contragolpes moldean lo que ellas deben ser. Además en la discusión académica conocemos más no sólo los conocimientos y sus aplicaciones sino también al otro y sobre todo, lo más valioso, nos conocemos y reconocemos como entes individuales y en juego con el otro y la comunidad y el contexto.

El debate nos permite afinar nuestros contenidos mentales, adecuarlos, incluso sustituirlos o replantearlos. Sócrates tuvo la mayéutica, Platón enalteció esos diálogos, Jesús de Nazaret utilizó parábolas. Nuestros alumnos deben debatir, participar, equivocarse, contradecirse y rectificar. No es posible que permanezcan reducidos a oyentes o, peor aún, rehenes ante monólogos aburridores a los que debe asistir con tal de obtener un 6 en la boleta.

Como tercer elemento, considero que el docente debe también enfrentarse a limitaciones en competencias de verbalización oral y escrita tanto en él como en el entorno. Por ejemplo, a pesar del actual desarrollo tecnológico, los procesadores de textos digitales no tienen cabal corrección ortográfica ni sintáctica. En la televisión hemos observado comerciales con faltas a la ortografía, y en las calles existen anuncios con lo propio. Ahora hay mala redacción en los volantes publicitarios y la prensa. Mucha gente de los noticiarios en radio y televisión no sabe expresarse correctamente ni se percata de sus barbarismos, redundancias y/o demás vicios del lenguaje. Lo peor del caso está en la justificación de moda: “Pero me entendiste”.

Díaz Barriga y Hernández Rojas explican que la educación debe subrayar el papel “composicional” o verbalizador del pensamiento, proceso cognitivo complejo que consiste en traducir el lenguaje representado en discurso coherente. En su libro Sobre la enseñanza del español como lengua materna, Marina Arjona insiste en que en el aula debe enseñarse “a hablar bien, luego a escribir, luego a redactar”.

El problema se agrava cuando un profesor de metodología de la investigación sí sabe investigar pero no hablar correctamente; cuando un profesora de la asignatura Comunicación efectiva escribe en el pintarrón con evidentes faltas ortográficas; cuando un docente de calidad en procesos no tiene calidad en su redacción o un conferenciante intenta motivar a su audiencia con un discurso plagado de muletillas, redundancias y lugares comunes.

Lectura, debate y eficiente comunicación garantizan al docente actual una suficiencia que como padres de familia esperamos nosotros en las aulas de nuestros hijos. Formo profesores con esa consigna, pero también educo al público de medios de comunicación con la esperanza de que dejemos el conformismo y sepamos exigir a otros profesores y periodistas que sepan administrar la calidad de la cultura que nos legaron nuestros abuelos. Vale la pena ser estrictos y, con independencia de que se implanten o no reformas educativas, recordar tanto a oficialistas como a disidentes que la formación y actualización docente debe cuestionarse periódicamente, debe volver a ponerse en la mira como tarea permanente. Más pobre y atrasado estará nuestro país si no lo hacemos. En serio. ■

 

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