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viernes, 29 marzo, 2024
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Novela cincuentenaria Farabeuf, una fantasía visual que no termina (Segunda parte y final)

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Por: Mauricio Flores •

El erotismo —escribió Octavio Paz— es una fábula filosófica. Una “alegoría del desengaño” o “danza de la muerte”.

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Aseveración de alta propiedad, como casi la totalidad de las suyas, enmarcada en la obra literaria de Salvador Elizondo (1932-2006).

Específicamente en Farabeuf o la crónica de un instante, novela que a cincuenta años de publicada continúa siendo objeto de jóvenes lecturas, análisis académicos y un cierto culto proveniente del enamoramiento que tenemos todos por lo menos visible.

Porque como lo observó (1972) el mismo Paz, Elizondo “no escribe ni ensayos de filosofía ni tratados de erotología”. Sí novelas donde, siguiendo a Edgar Allan Poe, puede percibirse la belleza no en la cualidad de las cosas sino en sus efectos.

“Metáfora de una realidad que siempre se nos aparece, ella misma, como signo, como metáfora”, advertía Paz. Es decir literatura, que es decir novela.

A lo que Elizondo, en inexistente plano lineal, le contestaría: “Y la mejor manera de percibir un efecto subjetivo es mediante, cuando menos en la literatura creo yo, la aplicación de ese principio de montaje, que es lo que yo hice por intuición más que por conocimiento verdadero”.

“Ahora [1992], ya por conocimiento, podría volver a escribir Farabeuf y posiblemente conseguiría efectos mucho mejores que los que, o no tan malos como los que, o no tan débiles como los que conseguí en este libro”.

Dos años le ocuparon a Elizondo escribir Farabeuf. Lapso en el que bien pudieran condensarse todos los impulsos, pretéritos y futuros, del escritor en ciernes que ya para entonces era.

Quizá por ello la concentración (primeros años 60) del autor en la escritura de cuentos, poemas, aforismos, ensayos… y cierto orden en cada uno de sus ejercicios de redacción, al grado de encuadernar sus manuscritos diarios.

De entre todo, “La quimera”, nombre inicial de la novela ahora cincuentenaria, fue sin duda el mejor corolario.

 

Series paralelas

“Obra construida en torno a dos series paralelas de signos que se reflejan unos a otros y cuyas combinaciones producen imágenes y situaciones semejantes, aunque en cada ocasión ligeramente distintas”, la definió en su momento Paz, Farabeuf pronto se ubicó en un sitio de privilegio en nuestra república letrada.

Editada en el sello Joaquín Mortiz, recibió el Xavier Villaurrutia, para la fecha un premio aún no corroído. Convirtiéndose también en un libro de gran atracción para los nuevos lectores, como anota Paulina Lavista en su versión conmemorativa a cargo de El Colegio Nacional, del que Elizondo fue miembro.

Nueva entrega a la altura de sus significados en el tiempo, que se acompaña con documentos, manuscritos, esquemas y textos acerca de la novela.

Vista, leída, reflexionada en el tiempo Farabeuf se torna cada vez más importante. “Lectura fascinante —donde, escribe Gabriel Zaid— el vocabulario, la fantasía visual, la tónica de los sujetos verbales, me resultaban de una milagrosa (¿deliciosa?, ¿insolente?) exactitud”.

Novela que su autor explicaba lo mismo en el terreno práctico que teórico. Al punto de reconocer, dejando de lado la escritura china y las cuestiones más visuales, aspectos más profundos. Lo que apoyado en Poe definió como el efecto poético.

Ese espacio en el que se reúnen el conjunto de imágenes. “Combinación aparentemente azarosa, pero yo creo que instintivamente, perfectamente clasificada y medida, me permitieron esa conjunción de imágenes que producen una tercera imagen”.

Que reconocido por Elizondo, Farabeuf se explica partir de Poe, de Valery, Baudelaire y hasta de Pitágoras y Platón, en tanto el entendimiento del arte desde la subjetividad, sin dejar de ponderar la estatura de ambos, creador y obra.

Y que Paz haya recurrido a Ramón López Velarde para explicar las dosis de placer contenidas en ella, cierra un círculo al parecer inadvertido en el mismo Elizondo.

“Uno de los poquísimos poetas realmente eróticos de la literatura moderna en español, López Velarde, dice que el placer es una escritura:

 

Voluptuosa melancolía:

en tu talle mórbido enrosca

el Placer su caligrafía

y la Muerte su garabato.

 

“La escritura del placer se enrosca como una víbora o una liana —como interrogación. Es una pregunta que estrangula o que, al menos, inmoviliza a su objeto. Y la respuesta a esa pregunta, si es que efectivamente la muerte es una respuesta, es un garabato: un signo no sólo indescifrable, y, por tanto, in-significante. Así pues, la traducción de ese signo (que es la marca de nuestra mortalidad)”, remata Paz.

Farabeuf o la crónica de un instante, en su edición conmemorativa, incluye texto de Octavio Paz, Paulina Lavista, Mariana Elizondo, Gabriel Zaid, Mauricio Montiel Figueras, Manuel Gallego Roca, Margo Glantz, Michele Alban, Guillermo Sheridan, Adolfo Castañón, Emiliano Monge, Jorge F. Hernández, Pablo Soler Frost, Javier García-Galiano, Anamari Gomís y Alejandro Toledo.

 

 

Me veo recordando

Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía. Y me veo recordando que me veo escribir y me recuerdo viéndome recordar que escribía y escribo viéndome escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que escribía y que escribía que escribo que escribía. También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito que me imaginaría escribiendo que había escrito que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que escribo.

Salvador Elizondo, El grafógrafo (1972, fragmento).

 

 

Salvador Elizondo, Farabeuf, El Colegio

Nacional, México, 2015, 288 pp.

* [email protected]

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