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jueves, 28 marzo, 2024
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Manejar en Zacatecas

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Por: CARLOS FLORES* • Admin •

Conducir podría ser un placer pues no hay nada como sentir el funcionamiento de un vehículo: los cambios de velocidad, el ronroneo de la máquina, la suavidad de los neumáticos y la resistencia de los amortiguadores. Al mismo tiempo, ver la calle o la cinta asfáltica, la gente por las calles, los paisajes en el camino, y todo es mejor si el proceso va a acompañado con el fondo musical de nuestra preferencia.

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Pero en esta ciudad manejar es estresante, sobre todo en las horas cuando los citadinos, azuzados por la prisa debido al haberse quedado bajo las cobijas otros cinco minutos por la mañana, conducen sin consideración por los señalamientos de tránsito ni por el sentido común. Las calles se vuelven un carnaval de pitidos de claxon, de acumulamientos de autos, de ofensas entre conductores y maldiciones que arruinan los días de los espíritus susceptibles y, ocasionalmente, daños materiales o alguno que otro peatón golpeado por algún  imprudente atento al celular.

Pero nada peor que encontrarse con un taxista o un camionero. Los primeros con sus vehículos japoneses se mueven con la aparente habilidad de la experiencia que les da estar sentados por más de diez horas frente al tablero, pero con la insensatez de quien no ama su trabajo y mucho menos al prójimo. Estos escurridizos seres aprovechan el mínimo descuido de sus oponentes al volante para ganar el paso, adelantarse, o bien, recoger y bajar su pasaje en donde se les ocurra, sin atender las reglas de vialidad. Los segundos, probablemente motivados con el ritmo tropical de sus radios, se desplazan a velocidades monstruosamente peligrosas en sus enormes camiones, con lo que provocan de manera ocasional algunas muertes anuales de niños en los barrios populares, cuantiosos daños materiales y miles de experiencias de cercanía a la muerte en los viandantes.

Ciertas señoras y los pequeños callejones pueden ser algo espantoso, pues éstas no conducen con la razón, sino con la actitud de amas de casa acomodadas y perfectamente conscientes del dominio sobre su marido, por lo que piensan que el resto del mundo también está a sus pies, así que no son capaces de un mínimo de cordialidad al encontrar a otro conductor a la mitad de un callejón y hacerse a un lado para poder pasar los dos coches.

Los hombres no se quedan atrás. Para algunos el conducir es una guerra de voluntades y egos. Entre más viejo y destartalado esté el coche mayor es la actitud de desfachatez y ofensiva. No por eso, quienes conducen camionetas de ranchero, dejan de ser ofensivos, pues ven en los vehículos compactos pequeños seres estorbosos en sus exclusivos caminos, construidos especialmente para ellos, por lo que se sienten como si fueran trabajadores de gobierno en su vehículo oficial.

Los jueves y los viernes, algunos sábados también, la hora junior hace que el centro de la ciudad semeje plazuela de rancho, pues así como en las comunidades la gente sale a dar la vuelta con sus mejores vestidos, de la misma forma los jóvenes citadinos logran que sus padres, cansados de la semana ajetreada, les presten los vehículos para pasear en la ciudad, por lo que las calles y callejones se ambientan con música de banda, percusiones electrónicas y reggaetón. Pintoresco pero absurdo, práctico pero peligroso, así es el conducir en esta capital bizarra.

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