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Por: Mauricio Flores • Admin •

Diarios de Salvador Elizondo

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[Primera de dos partes]

Nadie quien escriba un diario lo hace realmente para sí. Ni lo que sea que escriba, cualquiera. Ni esto ni nada. Siempre habrá un deseo de trascendencia, por acotado que sea, al momento de colocarse frente a la página en blanco. Lo entendió así, otra manifestación del sentir y el palpitar, el escritor mexicano Salvador Elizondo (1932-2006). Autor de una obra de difícil catalogación, ¿mexicana?, ¿universal?, ¿consecutiva?, ¿discordante?, del que la fotógrafa Paulina Lavista, su mujer “durante 37 años, tres meses y 29 días”, recobra ahora sus diarios con el fin de compartirlos con más lectores. Tarea por el momento parcial que comprende los escritos cotidianos del autor de Farabeuf, entre el lejano 1945 y el 26 de marzo de 2006, tres días antes de su deceso, llamativamente editados por el Fondo de Cultura Económica (FCE) y prologados, seleccionados y anotados por la propia Lavista, y al tiempo acompañados con muchas fotografías y dibujos del lápiz que tuvo entre sus manos el escritor.

Imponente labor. Plegar estos escritos a una vasta obra donde destacan la ya apuntada Farabeuf, que acaba de cumplir 50 años de publicada, y El hipogeo secreto, Narda o el verano, El retrato de Zoe, Cuaderno de escritura, El grafógrafo, Miscat, Camera lucida, Contextos, Estanquillo, Teoría del infierno, Elsinore y Pasado anterior. Y que avanzó pronto en la ubicación, el rescate y la lectura de más de cien cuadernos escritos, “obviamente, ¿si no qué otro destino tendrían los diarios en el caso de un escritor?”, para ser publicados en algún momento, anota la fotógrafa. Universo ancho, eso sí: treinta mil páginas pergeñadas en días y noches de algo así como sesenta y un años. Arquitectura editorial que, a nueve años de la muerte del escritor, comprende también los rostros más personales de Elizondo, pero también de Lavista. “Salvador murió y lo que más extraño es no poder conversar con él, me había acostumbrado a su constante presencia, a las tardes en la verandah con whisky y tabaco hablando de las conversaciones del Dr. Johnson, de Joyce, de Melville, de Conrad y de tantas cosas más…”.

 

Punta del iceberg

Diarios 1945-1985 fue dividido por Lavista en trece apartados. En ellos leemos a un Elizondo niño aspirante a torero, al joven estudiante en Canadá, al que llega a París decidido a ser pintor y al que se le impone la vocación de escribir. También al escritor de oficio, al exitoso, al creador del mamotreto, al académico y al viajante. Sin embargo, dice la fotógrafa, hemos visto “solamente la punta del iceberg. Un bloque enorme de más de 91 cuadernos manuscritos permanece inmerso en un mar de escritura que aguarda a ser descubierto algún día no muy lejano”.

Escritura para sí. Al grado de la indiscreción.1 Para el otro. A los que pudiera aplicarse la anotación de Mariana Elizondo, hija de Salvador, vertida en otra bella edición que recién circula, Farabeuf (El Colegio Nacional y de la que nos ocuparemos en la siguiente entrega): “La narrativa [la más personalísima, por supuesto] siempre se instala en el tiempo. Lineal o no, ésta avanza, retrocede, fluye, participa […]. Ejercicio de memoria contra el olvido, invocación a partir de la escritura”.

 

1 Dice Paulina Lavista (p. 12) que al acercarse a estos diarios se llevó sorpresas “por ciertas infidelidades con mujeres”. Aunque añade: “hoy miro más con objetividad que con resentimiento, pues entiendo que le eran irresistibles y que es mejor enterarme ahora que entonces, pues yo andaba tomando fotografías por el mundo y nunca me enteré de nada. La verdad sea dicha, nunca faltó una sola noche a casa”.FORRO CAMISA ELIZONDO_CS6.indd Elizondo Salvador Elizondo

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