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jueves, 25 abril, 2024
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Por: CARLOS FLORES* • Admin •

La Gualdra 230 / Río de palabras

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Le había costado llegar a ese lugar la caída de dos lunas y el despertar de tres soles. Al momento que se puso bajo la sombra del árbol el manto del anochecer se acercaba lentamente por detrás de él. Allá arriba, en la montaña podía verse el resplandor dorado de la caída del atardecer. Una vez bajo la sombra del árbol, un viejo mezquite que daba buen cobijo para la luz del sol, si fuese de día, o como ahora, que podía cubrir el helado viento del norte, se dedicó a contemplar el cielo.

Al caer la noche había montado una hoguera con los restos del viejo árbol, un rincón al pie del mismo le servía como refugio. Estaba cerca del fuego, viendo danzar el hermoso espíritu ardiente de los troncos que se consumía con una tranquilidad infinita. Entonces la vio de reojo: una pequeña estrella fugaz, y al dirigir la mirada al cielo pudo ver un par más aquí y allá. En segundos eran ciento de ellas, miles de pequeños meteoros que caían como una lluvia desde la bóveda celeste.

Quedó sorprendido ante el estelar desfile de luces que aparecía ante sus ojos. Mientras contemplaba fascinado el extraño suceso en la pantalla nocturna, las luminarias que caían parecieron formar un patrón, dejaron de caer irregularmente y se tornaron figuras en movimiento. Una esfera giraba ahora en el oscuro cielo, hecha de la misma luz estelar que antes caía, y de ella salían cuatro brazos que unían otras cuatro esferas al danzante cuerpo.

Tras la primera esfera aparecieron muchas más. En su corazón el temor le invadía, pero había algo en esos objetos que trataba de tranquilizarlo, de sintonizar con su ser. El entendimiento de lo que sucedía allá arriba parecía querer apoderase de su interior, mas en su conciencia saltaba y palpitaba un temor indescifrable.

No era temor a lo que pasaba afuera, sino un miedo arraigado en su interior, como un parásito que le hacía imposible entenderte el lenguaje de las irradiaciones danzantes. Por momentos parecía escuchar una voz clara que le trataba de guiar; luego se encontraba con una voz nerviosa que lo hacía desenfocar el origen de aquella comunicación. Su cabeza se agitaba, negándose a comprender lo que presenciaba. No había paz en su corazón. Nunca la había habido, el ritmo de su vida se había apoderado del compás de sus latidos, una vida vertiginosa y citadina. Ahora algo cambiaba.

Esa noche percibió, entre el sueño y la vigilia un mundo distinto. No el mundo del campo, al que estaba acostumbrado, pues cada vez que podía huía de la ciudad para dormir bajo las estrellas. Descubrió un mundo interior, inquietante para él, inasible y con pulso. Así que se dejó llevar por el murmullo que hacían las esferas al girar, por las palabras que parecían venir de ella, que aunque incomprensibles, parecían invitarlo a una extraña y poco común charla, una charla desde el interior. Dejó atrás la inquietud de su pecho, se fue descobijando del miedo, y allí, en medio del desierto, bajo un cielo oscuro y sin luna, con esferas danzantes a su alrededor, hizo nuevos amigos.

http://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_230

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