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viernes, 19 abril, 2024
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Marco Antonio Campos. Una charla con el más apasionado de los lopezvelardeanos [Primera parte]

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Por: JÁNEA ESTRADA LAZARÍN •

La Gualdra 228/Entrevistas/Literatura

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Marco Antonio Campos (México, D.F., 1949) es poeta, narrador, ensayista y traductor. Ha publicado los libros de poesía: Muertos y disfraces (1974), Una seña en la sepultura (1978), Monólogos (1985), La ceniza en la frente (1979), Los adioses del forastero (1996), Viernes en Jerusalén (2005) y Dime dónde, en qué país (2010). Es autor de un libro de piezas breves (El señor Mozart y un tren de brevedades) y uno de aforismos (Árboles). Ha traducido libros de poesía, entre otros, de Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, Antonin Artaud, Umberto Saba, Vincenzo Cardarelli, Giuseppe Ungaretti, Cesare Pavese, Georg Trakl y Carlos Drummond de Andrade. Libros de poesía suyos han sido traducidos al inglés, al francés, al alemán, al italiano y al neerlandés. Ha obtenido los premios mexicanos Xavier Villaurrutia (1992), Nezahualcóyotl (2005), Nacional de Letras Sinaloa (2013), el Iberoamericano Ramón López Velarde (2010), y en España el Premio Casa de América (2005), el Premio del Tren Antonio Machado (2008) y el Premio Ciudad de Melilla (2009). En 2004 le confirió el gobierno de Chile la Medalla Pablo Neruda. El Festival de Montreal le otorgó en 2014 el premio Lèvres Urbaines. Actualmente es investigador del Centro de Estudios Literarios del Instituto de Filológicas de la UNAM.

En su más reciente visita a Zacatecas, durante el Festival Internacional de Poesía Ramón López Velarde el pasado diciembre, tuvimos el privilegio de charlar con el Mtro. Campos, el más apasionado lector y conocedor de la vida y obra de Ramón López Velarde.

 

Jánea Estrada: ¿Cómo inicia su relación con el arte, con la literatura?

Marco Antonio Campos: No hay ningún antecedente literario en la familia. Mi abuelo paterno era un pintor aficionado que hacía unas marinas y unos paisajes de la naturaleza muy bien hechos pero que nunca quiso venderlos, sólo al final aceptó hacer una exposición. Mi padre fue presidente del Consejo de Prevención de Accidentes y escribió unos 50 libros sobre dos temas que le interesaban: los accidentes y las drogas; fue de los primeros que dijeron, en los años 80, que México se iba volver muy pronto un país consumidor y no sólo exportador. Los libros que había en la casa eran muchos pero no había literatura…

 

JE: ¿Cuándo comenzó a leer literatura entonces?

MAC: Ya grande. Mis padres se separaron cuando yo tenía 8 años y mi madre tenía que procurar la sobrevivencia de los hijos, por lo que mi infancia fue un tanto difícil en lo económico y al mismo tiempo fue muy libre; por eso digo muchas veces que aunque yo no haya tenido esas experiencias literarias los primeros 18 años de mi vida, todo lo que viví en ese tiempo me sirvió para escribir después; o sea, los libros los tomé de la vida, de la realidad, y en ese sentido no hay ningún arrepentimiento de no haber tenido acceso a la lectura durante esos años.

 

JE: ¿Cómo era usted en esos primeros años?

MAC: Estaba muy insatisfecho, pero tenía ambiciones de hacer algo y de ser “alguien”, pero no hacía nada… mis angustias en ese entonces eran puramente deportivas, jugué todo, en preparatoria jugué sobre todo béisbol, en la calle inventábamos mil juegos, futbol llanero, futbol americano…

 

JE: ¿Qué tipo de libros empezó a leer?

MAC: En San Pedro de los Pinos, en mi cuadra había tres vecindades, eso me sirvió mucho para entender la relación con las diferentes clases sociales… mis amigos eran el tendero, el hijo del lechero, el que vendía periódicos, el sastre; fue una infancia libre y feliz, la adolescencia fue un poco más complicada. Entonces fue cuando muy casualmente nos juntábamos con un grupo de cuates entre los que había uno, El Goofie, a quien le gustaba la lectura; era un muchacho alto, grueso, muy buena gente, con quien empecé a intercambiar libros y rápidamente se me fue haciendo un vicio por la lectura. Comenzamos con best-sellers, no está mal eso cuando uno empieza porque van generando un gusto por leer. Leía a Irving Wallace, por ejemplo, ya luego cambié; o a un poeta muy poco valorado, León Felipe… en ese tiempo empecé a leer mucho a García Lorca y a Neruda, que siguen siendo poetas que me acompañan a lo largo de los años.

 

JE: ¿De García Lorca leía teatro o poesía?

MAC: Ambos. Me gustaba mucho El Romancero Gitano, las canciones, “El llanto por Ignacio Sánchez Mejías” me lo sabía de memoria -una de las grandes elegías de la lengua española-… y me gustaba mucho, aunque no lo entendiera –fue pronto mi libro preferido de Lorca- El poeta en Nueva York, el libro más marcado por el surrealismo. Leía mucho a Neruda, creo que he leído todos sus libros, cerca de 60 libros de poesía, todo lo malo y todo lo bueno… Todo eso fue cuando ya había entrado a la universidad, a estudiar derecho porque quería ser presidente de la república…

 

JE: ¿Ya no quiere ser presidente?

MAC: [Ríe] Eh… desde hace mucho ya no, creo que desde la facultad, porque me di cuenta de que todos los que entraban a derecho querían ser presidentes… tenía, sin embargo, tres opciones más: dedicarme a la docencia, a ejercer como abogado o dedicarme a la política. Pero a mí ese año, en 1968, me cambia radicalmente la vida, empiezo a leer y a escribir poesía como loco; en dos años tenía una pila de poemas, como mil páginas que, desde luego, después quemé. Pronto me di cuenta que el derecho no me interesaba; es decir, no tenía caso estudiar derecho en un país en el que no existe, no existía entonces y no existe aún. No sé cuánto tiempo vaya a pasar para que exista México como un país con un mínimo de justicia.

 

JE: ¿Qué pasó después de darse cuenta de que el derecho no era lo suyo?

MAC: Me volví un gran lector de literatura, leía entre 8 y 12 horas diarias; y eso me ayudó de alguna forma a terminar la carrera de derecho porque estaba yo tan acostumbrado a leer literatura que leer lo demás fue muy fácil. Comencé a leer a Giovanni Papini -muy importante también para Arreola-, a Herman Hesse… y bueno, entre los 19 y los 66 años que tengo ahora, nunca he dejado de leer y escribir, salvo cuando viajo, que me dedico a tomar notas.

 

JE: ¿Cómo se dio el acercamiento a la obra de López Velarde?

MAC: Lo leía desde muy joven. Yo creo que así como de los extranjeros Rimbaud es el poeta la que más he leído, el poeta mexicano del que más he leído tanto poesía como la prosa, tan grande en una como en la otra, es López Velarde. Si en esa medida, en la cantidad de veces que uno lo lee, se mide la grandeza de un poeta, y que cada vez que se lee le revela lago y siempre le encanta… sin duda es López Velarde es el poeta más grande. Claro, las primeras poesías son interesantes, otras son francamente cursis y hasta insoportables… y en la Sangre Devota tiene algunos que otros poemas que no debió haber incluido, sobre todo los de 1909…

 

JE: ¿Por qué?

MAC: Porque no están del todo logrados, no hay la intensidad, no hay el secreto, ni la emoción concentrada que hay en los demás; pero ese libro abrió definitivamente puertas a la poesía mexicana. En ese momento, muy pocos se daban cuenta, salvo, el único grande que se percató que había una voz distinta, muy al principio, fue Tablada. En ese tiempo fue muy sorprendente… hay muchos apuntes de la época, pero el primer ensayo importante fue el de Villaurrutia, en 1934 o 1935, que después serviría de prólogo, a la Poesía Completa. Hay más textos, siempre he leído a López Velarde y lo que sobre él se ha escrito, pero me empecé a meter a fondo en la década de los noventa; por otra parte, en esa época, cuando José Esteban era el director del IZC y Víctor Sandoval estaba en el Seminario de Cultura Mexicana, se empezó a gestar el premio, los tres éramos quienes proponíamos el Premio Iberoamericano de Poesía.

 

JE: Hablemos de ese premio, de los primero años y de su experiencia…

MAC: En la época del gobernador Romo Gutiérrez su instituye el premio, los primeros tres años se otorgó muy merecidamente a Roberto Cabral del Hoyo, luego a José Luis Martínez y a Juan José Arreola, quien fue un difusor enorme de la obra de López Velarde. Después Víctor le propuso a José Esteban que se fuera haciendo una especie de biblioteca lopezvelardeana y empezamos con una antología que se llamó La grulla del refrán, que coordiné y que publicó Sampedro, seguramente ya está agotada… De Víctor Sandoval fue en realidad la idea del premio, cuyas jornadas en junio, ahora, son una vergüenza, no en aquel entonces… pero bueno, con gente del más rancio priismo ahora no se puede ni platicar. En fin, durante los primeros años se premió a gente muy destacada, a Alí Chumacero, Juan Gelman, José Emilio Pacheco… los premios se otorgaban por la trayectoria que tenían los escritores, cuya obra tenía relación con López Velarde o que eran en todo caso lopezvelardeanos, o bien, que hubieran hecho un trabajo relevante con relación al poeta jerezano, como el caso de Emmanuel Carballo o de Carlos Monsiváis. Cada año publicábamos un libro sobre López Velarde con un prólogo mío… después entró Amalia, ella entendía todo, desde mi punto de vista, una de las gobernadoras, que he visto, que más han apoyado la difusión de la cultura y la preservación del patrimonio. No sé cómo haya sido su política económica, pero su apoyo a la cultura era más que evidente. Los dos primeros años de la administración actual seguí colaborando y recibieron el premio Vicente Quirarte y Alfonso García Morales… y hasta ahí, porque luego aquí quisieron premiar a Belisario Betancourt. Imagínese, yo me negué… por eso a partir del 2013 ya no me llamaron. Por lo menos los primeros 12 años del premio estuvo muy bien, y no porque yo participara ahí, sino porque se cuidaba; incluso en las Jornadas Lopezvelardeanas participaba en la organización José de Jesús Sampedro, quien también desistió. Había conocimiento, pues, ahora todo parece manejarse desde la ignorancia, y además, como siempre pasa, hay la desmemoria de mala fe, de borrar lo que se hizo antes. En eso han sido muy congruentes las autoridades de cultura: han hecho una magnífica tarea de demolición. Ahora es poco lo que se hace y lo que se hace se resalta mucho y sobre todo se miente. Lo que es un hecho es que en materia de cultura, la universidad ha superado con creces lo que ha hecho este gobierno.

 

JE: ¿Se refiere por ejemplo al Festival Internacional de Poesía Ramón López Velarde?

MAC: Sí, este festival no sólo ha permanecido durante 33 años, sino que ha tenido entre otras muchas virtudes la de crecer, para bien, gracias a la UAZ y a José de Jesús Sampedro. Cuando se conoce la materia y se tienen las ganas de hacer y las relaciones, que son fundamentales para hacerlo, se pueden hacer las cosas bien. Pero si estás más preocupado porque te vea el gobernador que porque te vea la comunidad entonces es cuando empiezan los problemas. A fin de cuentas no es la cantidad lo que se impone, sino la calidad…

 

JE: Me gustaría saber su opinión sobre la nueva Secretaría de Cultura de nuestro país.

MAC: Si no hay dinero, da lo mismo que exista la Secretaría de Cultura o no, porque no hay los suficientes cuadros capaces para ocupar los puestos; es decir, hace mucho debió de haber habido un relevo generacional, pero están los mismos de los años ochenta… y los cuadros que vienen no están lo suficientemente capacitados porque no los han formado. Están más por las cuotas y los cuates ahora. Mire usted, desde Yáñez, no ha habido un solo Secretario de Educación que tenga un historial intelectual importante, por ejemplo. Creo que la creación de la Secretaría de Cultura es inútil, o dígame que ha hecho el CONCULTA… entonces, ¿qué esperar de una nueva secretaría? Nada. Claro, que es mucho más elegante ser Secretario de Estado, tener la misma jerarquía que los otros, que ser el presidente de un Consejo.

 

Ésta es apenas la primera parte de la entrevista con el Mtro. Marco Antonio Campos, continuaremos con ella en la siguiente edición.

 

http://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra-228

 

 

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