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jueves, 28 marzo, 2024
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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO •

Cuánto cuesta hacer un grupo político al interior de la UAZ? Los ingenuos de toda laya, y algunos otros de mala fe, sostienen que cuesta la cantidad de saliva empleada en convencer a los universitarios de un proyecto de universidad. Otros, más maliciosos o más atenidos a sus experiencias, saben que formar un grupo cuesta la cantidad de contrataciones realizadas, las becas otorgadas, las descargas, las bases, las comidas, las promociones y las cuotas de seguridad social de los universitarios. Con todos estos elementos el proyecto de universidad se puede omitir. En resumen podemos redondear la respuesta a la pregunta inicial en 1500 millones de pesos, que es la deuda que mantiene la UAZ con el ISSSTE por concepto de seguridad social. Eso es lo que cuesta formar un grupo, y es lo que le costó al ex rector Francisco Javier Domínguez formar el suyo. Por eso las declaraciones de algunos universitarios, que afirman que con el voto no ponderado no se resuelven los problemas de clientelismo, son hiperbólicamente desatinadas porque no es equiparable la acción coercitiva de los que detentan el aparato de repartición de privilegios –la rectoría- con la coerción que un docente puede ejercer sobre un estudiante, ya esa coerción la pueden ejercer todos los docentes, mientras que el aparato clientelar es unilateral, el deseado privilegio de un grupo.

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Ante esto resulta refrescante leer en la prensa –La Jornada 31/08/15- las declaraciones del mencionado ex rector en las que nos aclara que el problema de la universidad no es de dinero, sino de conducción, gobernabilidad y fragmentación. ¿Pero a qué se refiere con esto?. Al parecer, debido a sus comentarios, una buena conducción implica que no haya huelgas, y al rector Armando Silva le han acontecido dos, una de ellas la segunda más larga en la historia reciente de la UAZ. Y una buena conducción, según parece querer implicar, indica que hay buena gestión, fluye el dinero y  la comunidad universitaria está unida. Sin embargo esa visión de una universidad sin conflicto es una falacia. Toda una ideología de manejo de culpas que pretende hacer pasar los exabruptos autoritarios de un ex rector como éxitos democráticos que no escatima los autoelogios. Así que parece insinuarnos que con él todo estaba mejor, y por eso él debe volver. Lo primero que uno debe enfatizar es que fue durante la rectoría de Domínguez Garay que se creó la deuda, y que si el Spauaz no la mencionó ni la hizo bandera de una huelga fue porque el grado de subordinación de esa organización gremial al ex rector era una abyecta servidumbre; que es a lo que él, prudentemente, denomina “armonía” entre los sindicatos y la rectoría. Tal “armonía” se rompió el segundo año de Armando Silva como rector, poco después que el ex rector saliera despedido de su puesto como coordinador de la Unidad de Planeación. Fue entonces que, en connivencia con el Grupo Universidad, se intentó derrocar a Armando Silva mediante una huelga que, aunque no sirvió de nada a los fines de los grupos políticos, permitió algunas ganancias colaterales a los docentes. Lo segundo que es necesario recordar es que la suspensión de pagos al ISSSTE realizada durante la administración de Domínguez Garay fue unilateral, no se le consultó al Consejo Universitario ni se siguió la normatividad aplicable, porque esa suspensión de pagos generó un ingreso adicional del que no puede disponer el rector según sus muy sentidas convicciones. Sin embargo el rector dispuso de esos recursos para crecer la universidad robando a los docentes, acrecentar su clientela y dispendiar favores.

En suma, para incrementar la corrupción. Resulta entonces extraño que exija que los diputados se abstengan de proponer iniciativas de reformas que no han sido discutidas por los universitarios. No fue una práctica cotidiana en su administración “consultar” a alguien. Aunque también es cierto que históricamente las “consultas” a los universitarios tienen mucho de farsa y pantomima. Como remate de sus declaraciones el ex rector nos dice que el crecimiento de la universidad depende de la gestión, queriendo hacernos creer que durante su administración la Universidad creció debido a que realizó buenas gestiones. Lástima que no sea verdad, porque durante esa gestión el presupuesto no se incrementó en la proporción necesaria para el caprichoso crecimiento realizado, sino que se usaron las cuotas de seguridad social de las que se despojó a los universitarios para lograrlo. Así que no hubo tal gestión. Si hemos de ser justos debemos mirar algunas cifras, y para muestra un botón: durante la administración de Armando Silva el número de plazas de tiempo completo, nuevas y reconocidas por la SEP, triplica el total de plazas de tiempo completo que se consiguieron en las dos administraciones previas. Y, otro dato, ha sido durante la administración de Armando Silva que los académicos lograron, por fin, promoverse –con huelga de por medio- ya que durante toda la administración de Domínguez Garay el derecho a las promociones estaba conculcado con el fin de poder tener dinero para acrecentar la corrupción y le clientelismo. Para algunos universitarios, sin duda, el regreso de Domínguez Garay es una bendición, para la mayoría silenciosa representa la  posibilidad de otro suicidio colectivo. ■

 

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