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jueves, 28 marzo, 2024
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Consideraciones prácticas para votar (2 / 2)

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Por: CARLOS ALBERTO ARELLANO-ESPARZA •

■ Zona de Naufragios

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Al igual que seis años atrás, decíamos, las voces que preconizan la anulación del voto como medida de presión sistémica han vuelto a hacerse escuchar, producto de una ineficiencia rampante combinada con la escasa legitimidad de una clase gobernante más ocupada en su autoreproducción que en la solución de los problemas del país.

La ineficiencia gubernamental generalizada (verificable por numerosas vías), además de la ominosa distancia entre gobernantes, gobernados y los caminos opuestos que siguen la promoción de los intereses de los unos y los otros, han conducido indefectiblemente a la percepción social de vivir en un remedo de democracia que además de ser increíblemente cara, es totalmente disfuncional. Surge entonces el descontento, ¿qué sentido tiene votar, si hace no tanto el voto era la llave del futuro largamente postergado y ahora no es más que el instrumento de una mínima legitimación en la reproducción de una clase que vela por sus intereses a costa del interés general? Así, los inconformes llaman a hacer del voto nulo una forma de transmisión de tal inconformidad.

Por otro lado y en principio, tienen razón quienes argumentan que hacer del voto nulo un mecanismo de protestatal, además el voto nulo no tiene efectos prácticos en tal sentido, por lo que habría que buscar votar por algún candidato distinto a los partidos grandes, una suerte de “mal menor”, contrarrestando el llamado voto duro de los partidos y equilibrando con esto el reparto de posiciones y quizá propiciar un cambio en las reglas del juego. Ese argumento supone que en efecto existirían los incentivos para modificar ese absurdo arreglo de la oligarquía partidista en la que todos ellos son beneficiados, presunción cierta hasta cierto grado. Sin embargo ese razonamiento peca de ingenuo: ¿acaso se puede suponer que quienes han modificado el arreglo institucional para su beneficio casi exclusivo, modificarán esas mismas circunstancias incluso cuando pueda derivar en su perjuicio?

Ahora bien, un ejercicio informado del voto supone esfuerzo tanto motivaciones muy concretas (partiendo del supuesto ideal de que todos los ciudadanos están interesados en ejercer tal derecho): supone el esfuerzo de informarse de las propuestas, seguir las campañas y realizar un análisis (así sea somero) para tomar una decisión. Y así, la realidad muestra su horrible rostro: ¿cuál es el contenido de las campañas, las propuestas concretas para atender los numerosos problemas que hay? Un vacío de contenidos que intenta ser compensado con el abominable espectáculo de los spots llenos de lugares comunes (impulsar la economía, bajar los impuestos, aumentar la seguridad pública) y espeluznantes melodías. En suma, no hay incentivos que permitan formar una expectativa racional de un golpe de timón, a lo más que se llega son las clásicas dádivas de tiempos electorales en ese terreno fértil que es la miseria.

Siguiendo con el argumento en contra del voto nulo, los apologistas del voto útil sugieren fijar la atención en los candidatos, y no en los partidos. Y una vez más, la realidad es obstinada: desde ese pequeño gesto simbólico hacia la sociedad que implicaba la publicación de la declaración patrimonial, de impuestos e intereses y que ha ido de lo opaco o inexistente al ridículo de la simulación; o el fenómeno de la chapulinización, fijarse en las personas también refleja en términos gruesos el poco compromiso que éstos tienen con la sociedad (sin negar que existan candidatos que quizá salven estas aduanas éticas).

En Zacatecas, los debates que se realizaron entre los contendientes a las diputaciones federales evidenciaron cómo éstos -unos más que otros- no tienen un ápice de originalidad, ideas propias, una propuesta concreta sobre algún tema y, encima de todo, son incluso incapaces de leer correctamente un guión. Este ejercicio de escrutinio público de la capacidad, ideas y propuestas de los candidatos demuestra su utilidad al hacer patente lo que ya se adivinaba y al galvanizar a la opinión pública de aquellos interesados en el proceso: la baraja de candidatos asusta de precaria.

Es pues que llegado el día de la elección y parafraseando a Mark Renton de Trainspotting, elijo no elegir. Elijo anular mi voto aunque no tenga mayores efectos prácticos y tangibles. Elijo mostrar mi descontento de esta forma, pues aunque se interprete indistintamente, anulación no es abstención. Elijo anular porque a mi entender ni partidos ni candidatos representan mínimamente el interés general de una sociedad fastidiada de su venalidad y mayoritariamente cansada de su voracidad mundana. Elijo anular porque mi generación, bajo el actual estado de cosas, no verá un México muy distinto al actual cuando hayamos cumplido nuestro ciclo vital. Elijo anular porque no hay propuestas claras, una ruta crítica para la solución expedita de asuntos nodales para llevar una vida mínimamente satisfactoria. Elijo anular, lo que no obsta ni excluye la posibilidad de continuar presionando a la clase gobernante y a los partidos por otras vías. Presionar, demandar, exigir incansablemente un cambio palpable, una representación auténtica, resultados inmediatos en materia de cumplimiento, así sea mínimo, de derechos humanos. Porque anular hoy es una simbólica pero poderosa metáfora de la anulación de un statu quo nefasto. ■

 

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