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miércoles, 17 abril, 2024
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El viaje a Valle de Santiago, Gto.

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Por: ÁLVARO GARCÍA HERNÁNDEZ •

Decía mi abuela que uno sabe dónde nace pero nunca donde muere y, en la travesía de mi vida, tuve la fortuna de vivir algunos años de mi infancia en Valle de Santiago, Gto., allí cursé los primeros años de primaria en la famosa escuela “Club de Leones” en la Colonia Miravalle, todo transcurrió normalmente y mejor, pues llegué a vivir frente de mi querida escuela; por las tardes, el futbol era mi pasión y las calles de tierra eran una gran cancha en la que toda la palomilla disfrutaba bajo los intensos rayos del sol mientras que las consólas musicales eran mostradas con orgullo por las amas de casa que abrían las puertas de sus hogares de par en par; en ese tiempo, las composiciones de Rigo Tovar amenizaban nuestras andanzas infantiles así, los goles y las patadas hacían mancuerna entre los acordes de Dos tardes de mi vida, No que no y Mi Matamoros querido. Al poco tiempo, supe que vivíamos a las faldas de La Alberca, un volcán apagado al que me hice fiel visitante por las tardes, siempre me hacía acompañar por mi fiel piñón, un perro que había hurtado siendo cachorro de un establo donde lo criaba su madre junto con más integrantes de la camada y, con el que tuve mil aventuras que hasta hoy recuerdo con mucho cariño. El agua de La Alberca, era verde turqueza y a la vez que me impresionaba, me generaba temor ya que a mis escasos 8 años, el escenario no me era del todo común y creíble.

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En ese tiempo, allá por el 1977, cada día de La Alberca, se hacían competencias para cruzar nadando la superficie del cráter de ida y vuelta, lo cual era una proeza pues decían que los que llegaban a ahogarse, nunca salían a la superficie, por lo que se creía que el citado volcán no tenía fondo. Había en ese entonces, paseos en lancha y desde arriba del cerro existía una especie de riel por donde las familias de dinero bajan sus lanchas de motor para darle la vuelta a una de las siete luminarias de Valle. También recuerdo los días de campo cuando mi padre nos llevaba a la Hoya Blanca, otro volcán inactivo en donde predominaba la vegetación y una paz enorme que hacía que los frijoles y las tortillas calientes supieran a gloria. Todo esto hizo que amara a la naturaleza y supiera apreciar toda la belleza que construye el universo; los volcanes hicieron que me sintiera tan pequeño en esa inmensidad de agua y de vegetación; recuerdo con mucho aprecio la gran alfombra verde de aquella región donde todavía se siembra maíz, sorgo, trigo, cebada y otros granos, todo eso me llenó de vida y me dio muchas satisfacciones personales pese a lo precario de la situación económica familiar, lo cual no me privó de disfrutar la vida a mi modo, trepado en aquella bicicleta Vagabundo color verde a la cual amarraba un radio de pilas con un mecate para disfrutar la música de los Bee Gees mientras realizaba mis travesías por calles y cerros. Valle de Santiago, Gto., está compuesto por 7 volcanes alineados en forma similar a la Osa Mayor y coinciden en ubicación cada cierto número de años, según lo descubrió una investigadora de la UNAM y que ahora, forman parte de un área natural protegida que he querido compartir con mis alumnos de la Licenciatura en Derecho de la UAZ; acamparemos en el interior del volcán Rincón de Parangueo que ha servido de escenario natural para diversas expresiones de arte y, conjuntamente con las autoridades municipales, visitaremos otros cráteres como la Hoya de Álvarez y, finalmente, terminaremos el recorrido en la Laguna de Yuríria. Estoy convencido de que muchos de mis alumnos y alumnas, después de nuestro viaje, apreciarán mejor lo magnífico que es nuestra riqueza natural y, a sabiendas de que formamos en las aulas a las futuras generaciones de profesionistas dentro de los cuales se encontrarán los próximos tomadores de decisiones, es impostergable impregnar en ellos, la sesibilidad por proteger la naturaleza, la necesidad de sentirse parte de este universo, la urgencia de volver a saberse humanos, lejos de los iPods, tlabets, celulares, campañas políticas y demás distractores. Sin duda, cumpliremos nuestro cometido y por un par de días, todos seremos parte de la nave Tierra, tocaremos la vegetación y levantaremos la mirada hacia el cielo en busca de una estrella fugaz para pedir un deseo. ■

 

*Representante de Zacatecas ante el Consejo Consultivo Nacional para el Desarrollo Sustentable

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