15 C
Zacatecas
jueves, 28 marzo, 2024
spot_img

Subjetivaciones rockeras / Rebeldes con causa

Más Leídas

- Publicidad -

Por: FEDERICO PRIAPO CHEW ARAIZA •

Cuando camino por la calle, en un día cualquiera, no puedo dejar de percatarme de los jóvenes y adolescentes que transitan rumbo a sus escuelas, trabajos o simplemente paseando o platicando en el Centro Histórico. Siempre resulta interesante la cantidad de atuendos que visten; los hay hipsters, fresas, cholos, swags, rockeros, punketos, vaqueros, darks o góticos, con cabello largo, corto o a rape, incluso, con dibujos o letras en sus cortes; también los veo tatuados con diseños diversos y con sus rayones en cualquier parte del cuerpo, ya que, a fin de cuentas, para quien gusta de tatuarse, cualquier superficie de piel es lienzo.

- Publicidad -

Creo que tampoco podemos negar que algunos de estos jóvenes, en el ímpetu de su edad y de su deseo de notoriedad, caminan orgullosos, un tanto provocativos y, por qué no decirlo, en algunos casos, retadores, luciendo sus vestimentas, accesorios o peinados, provocando la molestia en algunos transeúntes, el asombro en otros e inclusive, la admiración en los menos; si bien aquí esto es cotidiano, en las ciudades más grandes es aún más frecuente; quizá se dé menos en sistemas no liberales, pero nadie puede negar que es una característica propia de este sector social; de hecho, hay quienes hablan de tribus urbanas, lo que no me convence del todo, porque incluso en los ámbitos preeminentemente rurales, se dan estas expresiones.

De lo que no debe quedar duda es del hecho de que todas esas formas de vestir representan mensajes; a través de ellas, los jóvenes intentan no sólo hablarnos sobre sus gustos, su forma de pensar, su posición y postura frente al mundo, en otras palabras, lo que son o pretenden ser. Son, a su vez, una manera de confirmación de su existencia, es decir, por medio de ellas, tratan de llamar nuestra atención, hacerse presentes en un mundo que da la impresión de ser indiferente ante el otro, en el que sus individuos parecen estar sumergidos en sus íntimas y particulares realidades, en donde no sólo la indiferencia, sino la intolerancia, parecen ser el hábito más común, en el que la mayoría nos molestamos si las cosas no son como creemos que deben ser.

Cierto es también que muchos de esos jóvenes sólo siguen modas, y que lo único que pretenden es verse bien, pero incluso en esos casos, ya hay una manifestación que exige el reconocimiento del otro. En otros casos, el joven busca sentirse integrado a un círculo social, en algunas ocasiones, más amplio, o sea, a un sector que abarque no únicamente varios estratos sociales, sino que a su vez trascienda las distancias propias de su entorno y que esté presente en otras latitudes; en otras muchas ocasiones, se trata de portar un distintivo que le identifique con sus amigos y compañeros del barrio o de la colonia, y también están los que buscan delimitar su perímetro social, impidiendo con ello que acceda a él alguien que no esté a la altura de sus circunstancias. Lo cierto es que en todos los casos, de lo que se trata es de decir: “Mírame, aquí estoy, pero mírame bien, para que te percates de que soy diferente al común de las personas y, por tanto, soy interesante e importante”, y ciertamente lo son. Creo que de alguna u otra manera, todos estamos uniformados.

A estas alturas del partido, parecería imposible que digamos que de mediados del siglo pasado hacia atrás eso no se daba, es decir que de la niñez (misma que, por cierto, casi siempre fue subestimada en su carácter intelectual), se pasaba de inmediato a la adultez, es decir, que el niño, “al dejar de serlo”, dejaba de vestirse como tal, para pasar a las apariencias formales propias del adulto; prácticamente, no existía la adolescencia ni la juventud en su más amplia acepción del término, y en caso de existir, eran ninguneadas, desestimadas. Eso siguió así hasta que un grupo juvenil que crecía con vertiginosidad comenzó a resultar incómodo y molesto; algunos pensaron que únicamente se trataba de una moda, y de que, por consiguiente, habría de pasar; otros supusieron que se trataba de mozalbetes mal educados, y que tan sólo bastaría meterlos en cintura para que todo pasara a ser un mal recuerdo; lo cierto es que los estrictos y hasta rigurosos métodos correctivos no funcionaron, y aquel grupo de jóvenes se extendió no sólo por todo Estados Unidos, sino que llegó a otros países.

Al grupo de jóvenes se le conoció entonces como los Rebeldes sin causa (causa que nunca fue inexistente, y que no sería reconocida sino hasta lustros después), y era bastante característico tanto en su forma de vestir, como en sus gustos y sus hábitos. Fueron muchos los factores que propiciaron el surgimiento de estos rebeldes; primero, eran el resultado de una corriente, por decirlo de algún modo, subterránea, que encuentra sus raíces en los albores de la civilización y cuya primera gran manifestación se dio en el romanticismo, de hecho, aquellos jóvenes eran herederos ideológicos directos de los beatniks, que, a su vez, descendían de los últimos románticos americanos y de los llamados poetas malditos. Otro factor que contribuyó a la formación de aquella manifestación fue el cansancio por la rigidez de normas morales que derivaba en un sometimiento a estrictas reglas de conducta, tanto al interior de la familia, como en la sociedad, disciplina que a los ojos de algunos jóvenes resultó más bien hipócrita para un entorno que luchaba por salir de una profunda crisis económica, pero uno de los aspectos que, desde mi particular punto de vista, resultó determinante fue el nacimiento de ese ritmo enfadoso e irreverente, que el famoso conductor radiofónico Alan Freed bautizó como rock and roll; a partir de entonces, la historia daría un giro radical, y una de sus consecuencias más positivas fue el reconocimiento de ese sector prácticamente invisible, conformado por jóvenes y adolescentes, así como la aceptación de su diversidad y diferencias.

- Publicidad -

Noticias Recomendadas

Últimas Noticias

- Publicidad -
- Publicidad -