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miércoles, 24 abril, 2024
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¡¡ Es la corrupción, estúpido!!

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Por: RAYMUNDO CÁRDENAS HERNÁNDEZ •

El ser humano es gregario por naturaleza, y desde su origen fundó comunidades siempre acosadas en su vulnerabilidad por la muerte, por el riesgo de extinción, que han sobrevivido debido al ancestral instinto de querer permanecer en la vida. Este querer-vivir, esta voluntad-de-vida es una cualidad originaria de todos los seres humanos. La voluntad de vivir es la esencia positiva de la humanidad, es la potencia que puede mover, arrastrar, impulsar, construir. Esa voluntad nos empuja a evitar la muerte, a postergarla, a permanecer en la vida humana.

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Por ello la humanidad ha sido capaz de inventar medios para satisfacer sus necesidades y sobrevivir. En su capacidad para crear, empuñar y usar los diversos medios para la sobrevivencia estriba su poder. Y el que puede hacer eso es el pueblo, nadie más, por eso el poder reside en el pueblo. El Estado, el gobierno, las instituciones, son sólo medios creados por el pueblo para sobrevivir, para reproducirla vida y mejorar su calidad.

Por ello, el artículo 39 de nuestra Constitución prescribe correctamente: “La soberanía nacional radica esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de este.” Todo poder político institucional es un poder delegado por el pueblo. Los poderes del Estado son creados por el poder originario del pueblo para que sus titulares hagan efectivo su poder: por ejemplo para defenderse de los ataque de otra comunidad, o para combatir una epidemia o una hambruna, o para construir una presa, o inventar la Internet, etc. En esa lógica, el ejercicio del poder de toda institución debe tener como referencia primera y última al poder de la comunidad política, del pueblo.

En este orden de ideas y en sentido amplio, la política es una actividad que organiza y promueve la producción, reproducción y aumento de la vida de los miembros de un pueblo, y la clase política debe estar siempre comprometida con esa responsabilidad. Sin embargo, la política en México está corrompida por partida doble: por el lado de los gobernantes que se creen sede soberana del poder, y por el de la comunidad política, del pueblo, que se los ha permitido.

La corrupción corroe y debilita lo que toca, toma de lo colectivo para beneficiar lo particular, genera efectos perjudiciales sobre la equidad y la eficiencia en la asignación de los recursos; afecta más a quienes menos tienen y desperdicia energías y esfuerzos. Es una de las principales causas del desprestigio de la política y de los políticos, y del debilitamiento de la cultura impositiva de los mexicanos, pues nadie desea pagar impuestos si está convencido de que sus recursos pararán en los bolsillos de un político corrupto. Ello debilita la capacidad del Estado para que los derechos de los ciudadanos tengan vigencia real, lo que explica, en buena medida, la desafección de millones de ciudadanos ante el orden legal.

El espacio de la competencia política en nuestro país se ha deteriorado significativamente por el fenómeno de la corrupción que ha penetrado en los partidos, medios de comunicación, autoridades electorales y hasta en franjas amplias de electores que ya han descubierto la manera de obtener beneficios ilegales a cambio de su apoyo a algún candidato. Y ello también contribuye a la crisis del sistema representativo de la república y al desprestigio de las autoridades electas. En síntesis: la corrupción es el detonador principal de la descomposición generalizada que sufrimos.

La población está sufriendo la inseguridad, la violencia, el desempleo, la desigualdad, la corrupción y la irresponsabilidad de la mayoría de sus élites políticas y económicas, que se han desentendido de su función primigenia y actúan en beneficio de sus propios intereses y en contra de la inmensa mayoría de la comunidad. Y sin embargo, hasta ahora todo ello no ha producido reacciones proporcionales por parte de la población, que ha venido actuando como quien no tiene poder ni voluntad-de-vida. Pareciera que cada mexicano necesita tener permanentemente a la vista una tarjeta parecida a la que Bill Clinton utilizó para concentrar su atención en el tema principal de su primera campaña contra Bush: “It´s the economy, stupid”, sustituyendo economía por corrupción.

Sin embargo, parece que las cosas están cambiando, las marchas que se han realizado los últimos tiempos, expresan que una parte significativa de la sociedad ya cobró consciencia de que el poder delegado en los gobernantes no se está utilizando correctamente y de que se tiene la capacidad para cambiar las cosas. Distintos  pronunciamientos de sectores diversos son cada vez más claros y orientados a exigir a las élites un cambio profundo en su comportamiento. Está por verse si movilizaciones como la que ayer vimos en Zacatecas logra los cambios que urgen en distintos ámbitos universitarios, pero de cualquier manera, son la expresión de que los próximos meses serán muy complicados políticamente y de que veremos una participación popular activa sin precedente. Veremos si la élite del poder en Zacatecas deja de echarle gasolina al fuego.

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