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viernes, 29 marzo, 2024
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Zacatecas: La rebelión de los colgados

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Por: MIGUEL ÁNGEL AGUILAR •

  • Historia y Poder

La historia de nuestro pequeño estado en el firmamento nacional y mundial, ha de destacar por lo singular de sus rebeliones ante la marcada e insistente injusticia, por su solidaria manifestación de apoyo ante las causas nacionales de avanzada y por lo singular de sus hombres y mujeres que le dieron fama a nuestro Zacatecas en todos los órdenes de la vida cotidiana e indiscutible del país.

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Algunos de los componentes más graves de la actual inseguridad que vive Zacatecas es la congestión de feminicidios, la impunidad persistente y la práctica de la tortura, la infiltración de la delincuencia organizada en instancias policiales y judiciales, la indolencia de las autoridades, la resistencia al esclarecimiento, el desaseo de los procesos legales y de la orfandad de la ciudadanía en general ante el embate de los grupos criminales.

En muchos episodios de nuestra historia, los zacatecanos dieron de qué hablar y su ejemplo a seguir fue más que preclaro en las acciones urgentes que pedían las revueltas: crisis por hambrunas, crisis por epidemias, crisis por golpes de Estado, por el encarcelamiento de sus líderes, por el destierro de sus hombres arrojados, el temible  visitador Gálvez lo sabía: ante la rebelión lo mejor era el escarmiento despiadado y la ira de la Corona española impartiendo “justicia” colgando a los rebeldes, ordenando se les cortara las manos y hasta echando cal en sus hogares incendiados.

Constante el cinismo, abundantes las aguas negras de su política de proteger a los amos que se sentían apadrinados por la mano de dios y de la Iglesia, no obstante, las rebeliones se sucedieron unas a otras como una constante en la que se pedía respeto para el pueblo y sus necesidades y fueron muchos los ejemplos en que la defensa legítima transitó en episodios dignos de mencionarse en los anales de la historia insurgente.

Sin duda alguna nuestro Víctor Rosales fue el ejemplo a seguir ante la constante barbarie que imponían los intereses cochinos de la oligarquía nacional exitosa para explotar a las muchedumbres y su asesinato a sus valientes  41 años de edad en tierras michoacanas el 20 de mayo de 1817, dejó subrayada en la memoria zacatecana y del país como más que un mariscal de campo o comandante de las fuerzas insurgentes, sino como un hombre sencillo que venido de las mesas tahoneras y en la elaboración del pan, pasó a estudiar abogacía y a ser un hombre popular, diestro en la pelea cuerpo a cuerpo, gozoso de cantar cuando había que hacerlo y valeroso para poner el ejemplo a la hora de entrarle a los embates con toda clase de armas, en especial el fusil, la lanceta o la pistola.

Para la maquinaria del crimen lo más apto eran los patíbulos en que públicamente se colgaba a rebeldes, a sospechoso de delincuencia, a adúlteros o esclavos fugados y capturados y es así que las plazas zacatecanas eran vistosamente concurridas cuando sucedían los hechos de vergüenza ante el cielo como testigo de la barbarie y los niños sentían el miedo hasta los huesos, la juventud entendía el mensaje, los ancianos se encerraban en sus hogares, siempre a la espera de que un día cambiasen tan malévolos actos contra natura.

Hoy en el suelo zacatecano persisten las injusticias que no se pueden callar ni esconder pese a las continuas cortinas de humo que el cinismo impone para la distracción de las mayorías y una y otra vez se suceden las voces que claman por el establecimiento del Estado de Derecho y la felicidad de un pueblo que se merece estar en paz y releyendo si historia con ímpetu creador.

¡Que sí! ■

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