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viernes, 19 abril, 2024
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Dos años más de crecimiento mediocre y desmantelamiento del Estado

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Por: RAYMUNDO CÁRDENAS VARGAS • Araceli Rodarte •

Hace dos años Enrique Peña Nieto asumió la presidencia de la República después de una fuerte competencia electoral y un conjunto de impugnaciones cuyos ecos no se han silenciado. La plataforma electoral registrada en 2012 por el PRI contiene un crudo diagnóstico que hoy nos sirve para evaluar su desempeño durante el primer tercio de su gobierno. En materia económica señala:

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“El país se encuentra en una de las peores crisis que haya vivido en su historia. Uno de los problemas más graves es el incremento de la desigualdad y la pobreza que proviene del mediocre crecimiento económico que hemos tenido durante la última década: un crecimiento promedio anual de 1.9 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB).”

“El mediocre crecimiento… de los últimos años es resultado de que no se han construido motores económicos propios y se ha dependido sólo de los altos precios del petróleo y del aumento de la exportación de manufacturas a Estados Unidos.”

“La nueva política exige definir una nueva jerarquización de los motores del desarrollo. La economía del país debe y puede cambiar su estrategia y el manejo de sus instrumentos económicos y sociales para darle un rumbo, un camino que aleje los riesgos económicos que tenemos, fomente un rápido crecimiento económico, logre la mejoría del nivel de vida, atienda los grandes problemas nacionales y atenúe la desigualdad social. Todas estas razones obligan a que el crecimiento económico de los siguientes años esté basado en mayor proporción, pero no exclusivamente, en nuestras propias fuerzas, en los motores internos del crecimiento económico.”

Los datos duros nos indican que el crecimiento económico sigue siendo mediocre, pues no se aparta del 1.8 por ciento del PIB que ha caracterizado a los 32 años de gobiernos neoliberales, y las causas siguen siendo las mismas que refiere el texto  citado: se mantiene la dependencia casi total del motor del mercado externo (las exportaciones de la industria automotriz a los EU) mientras que el motor del mercado interno se mantiene casi apagado, pues más de la mitad de la población está en la pobreza y los salarios siguen deprimidos, lo que significa un bajo nivel de consumo y, como consecuencia, nulo crecimiento de las empresas orientadas a ese débil mercado interno, a lo que hay que agregar la magra inversión pública productiva, todo lo cual explica el desempleo y el crecimiento de la informalidad.

Como se ve, el sistema político económico mexicano surgido de las crisis devastadoras de los años ochenta, así como del traumático cambio estructural neoliberal, no ha dado los resultados prometidos por las élites que condujeron el Estado y las cúpulas del negocio y la riqueza. Aquí están con nosotros la pobreza y los coeficientes de desigualdad que nos caracterizan y ubican en los primeros lugares de la concentración de riqueza e ingreso, y la persistencia de la vulnerabilidad social.

Por ello, hoy es más evidente que nunca que estamos ante la insoslayable necesidad de intentar un gran ajuste de la vida nacional, antes de que los pocos núcleos duros que nos quedan para evitar la fragmentación social se desgasten como resultado de la persistente corrupción, desigualdad e inseguridad.

Los neoliberales de ayer y de hoy no han dejado de proclamar las promesas de su credo, lo malo para ellos es que una parte significativa de nuestra sociedad  educada por Chespirito ha pasado de la pasividad feliz al reclamo enérgico, que sólo puede encontrar cauce pacífico si la élite del poder entiende la urgente necesidad de la recreación progresiva, gradual pero acelerada, del Estado democrático.

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