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viernes, 19 abril, 2024
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Violencia contra las mujeres: entre la cultura y las instituciones

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Por: RAYMUNDO CÁRDENAS VARGAS • Araceli Rodarte •

Los tiempos de la cultura son lentos y por ello los hábitos persisten a pesar de los cambios de las instituciones, que son más rápidos. El tema de los derechos de género son muy recientes, no tienen más de medio siglo, y las medidas institucionales para impulsar expresamente la defensa y promoción del derecho de la mujer a no ser violentada es aún más reciente: de los 90’s a la fecha. La cultura patriarcal es de hondas raíces y por ello ha sido muy difícil de erradicar. La violencia es, desde luego, un problema de poder: si la mujer está sometida al varón bajo alguna de sus múltiples formas, la condición de vulnerabilidad continuará. Los mismos gestos rituales reproducen la condición subordinada  de la mujer, por ejemplo, en los matrimonios religiosos la joven es entregada por el padre al marido, de la protección de un hombre pasa al protectorado de otro. Mientras no consiga su autonomía plena, la condición de posibilidad de la violencia persiste. Es decir, la violencia específica contra la mujer es producto de estructuras culturales e institucionales de subordinación, por lo que si estas no cambian la vulneración persiste. Mientras la mujer “buena” sea la abnegada, sacrificada y sumisa, la posibilidad de la violencia estará a flor de piel. Por ello, no es gratuito que sea el espacio doméstico y la propia pareja el lugar donde ocurren la mayor parte de agresiones que reciben las mujeres.

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No sólo se trata de violencia física, sino en gran parte de la llamada “violencia de baja intensidad”, que es psicológica y el objeto es la autoestima y la propia dignidad de la víctima: insultos, humillaciones y estados de temor, son los móviles. Pero la forma de agresión más común es la violencia sexual. La sexualidad no siempre resulta una elección para la adolescente: un 15.4 por 100 de las chicas declaraban haber sufrido una o varias relaciones sexuales bajo coerción. La violación puede ser causa de profundas depresiones, edificación de complejos psicológicos o detonantes de adicciones. Sin embargo, la forma más grotesca de violencia contra la mujer es la trata, porque es una forma de esclavismo contemporáneo dirigido (en la mayoría de los casos) al comercio sexual: de acuerdo con cifras del Inegi, en México hay 3.6 millones de personas utilizadas para explotación sexual, y de éstas, 31 por ciento son menores de edad. Este último caso es especial, porque es un crimen aberrante en el que las autoridades están sumamente atrasadas en la desactivación de las bandas dedicadas al comercio de mujeres.

En todos los casos el Estado debe hacer algo: desde programas educativos para cambiar valores patriarcales o abiertamente machistas, hasta normas legales para castigar el feminicidio, pasando por el impulso de criterios de discriminación positiva para construir una cultura de equidad en toda la vida institucional del país. El debate público sobre el tema de la violencia contra las mujeres es reciente y faltan muchas brechas por cerrar. Hay que avanzar más rápido.

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