México, DF. Fueron dos las pistas que dieron certeza al investigar del Movimiento Migrante Mesoamericano (MMM) Rubén Figueroa de que Alexis, el ermitaño que vivía cuidando gallinas y gallos en un rancho lejano, en San Sebastián Techochtitlán, municipio de Nopala, Hidalgo era uno de los miles de hondurañeros desaparecidos en territorio mexicano. “Primero el nombrecito, Yanel, tan propio de los nombres catrachos. Y que cuando le pregunte qué sentía cuando oía pasar el tren, se puso a llorar”.
Ayer, en el Kiosko de San Sebastián, Yanel Navarro Barro abrazó a su madre María Delmis Valle Zúñiga, una campesina flaquita surcada de arrugas, procedente de El Guantillo, un rincón de las zonas mas pobres del país y más pobre de América Latina. Con este se produjo el segundo reencuentro familiar de la décima caravana de Madres Centroamericanas que hoy cumplió su quinto día de recorrido y que denomina justamente, “Puentes de Esperanzas”.
El encuentro anterior fue el de Leonila Guerra, nativa de Comayahua, Honduras que después de 17 años logró encontrar a su hermano Oswaldo Guerra trabajando en un parque industrial en Jáltipan, Veracruz.
Estos encuentros son producto de investigación de campo, redes de contacto que colaboran detectando a migrantes que perdieron contacto con sus familias y también el papel de las redes sociales que permiten conexiones insospechadas. Cada uno de estos reencuentros es celebrado por el resto de las mujeres que integran la caravana, procedentes de Nicaragua, El Salvador, Guatemala y Honduras, con oraciones, aplausos y muchas lágrimas. Muchas de ellas viven como propia la alegría de tragedias que llegan a su fin, cuando un migrante desaparecido deja de serlo y es localizado, casi siempre por este colectivo de madres incansables.
La Historia de Yanel Navarro es similar de cientos de miles de sus paisanos que sin horizontes emigran. Yanel tenía 17 años cuando hizo el intento de llegar a la frontera de Estados Unidos a lomos del tren llamado La Bestia, pero en una de las escalas ya no pudo continuar la ruta, y se extravió vagando por las llanuras hidalguenses conoció a un ranchero de la zona, Baldomero Anaya, quien le dio empleo de inmediato. Mal pagado, golpeado por sus patrones, permaneció 16 años en un rancho aislado. A Yanel le cuesta trabajo comunicarse.
Una familia en un ranchito cercano lo conoció merodeando para conseguir comida y entabló con el una relación solidaria. Rocío Mendoza, hija de la familia supo a través de Internet que familias hondureñas buscaban a sus hijos perdidos y ella sospechaba, sin tener certeza que su amigo Alexis no se llamaba realmente así ni era mexicano.
Los radares de Rubén Figueroa pescaron este dato en el Internet y después de un complicado proceso que llevó nueves meses de trabajo, de cotejar identidades, de buscar a la familia Navarro Valle en Honduras y de conversar el ermitaño del rancho se logró establecer el puente.
Hoy hubo fiesta en el humilde ranchito de los Martínez Mendoza con pastel y ponche. Rubén Figueroa recordó que el 90 por ciento de los desaparecidos en Honduras no está reportado ante las autoridades ni organizaciones humanitarias. Caravanas como la del MMM son -dijo- “la única forma de lograr estos encuentros”. Los encuentros de Jáltipan y Nopala “nos permiten darnos cuenta que la respuesta para poner fin a muchas tragedias personales de migrantes desaparecidos está en la sociedad, que si empezamos en la sociedad. Rocío y su familia fueron en esta ocasión un puente de esperanza”.
La caravana continúa hoy su ruta hasta San Luis Potosí, mañana partirá a Guadalajara, del jueves a domingo pernoctará en el Distrito Federal y después continuará vía Oaxaca y Chiapas hacia la frontera Guatemalteca.
