■ Historia y poder
Eso perseguían escuchar y leer: que nuestra ciudad y estado está doblegada y con las manos atrás de su espalda y con todos los sufrimientos inimaginables que acababan con su paciencia y su historia milenaria, una historia por demás interesante en el panorama nacional y mundial y esa pared de la ignorancia, ese muro de la impotencia, esa ignominia de nunca hacerse justicia, duele como a nadie en toda nuestra pobre humanidad.
Dictado del desencanto: la historia ha de servir para algo, no sólo el discurso vacuo en las inocencias interrumpidas por el suicidio de la madre y del padre, ni el paredón ni la injusta membresía de ser siempre los más honorables en la pobreza y obtener el título de ser una ciudad, un estado, por demás entrañable en el mundo de las mafias citadinas, la de los asesinatos a mansalva, de los peores salarios en el mundo, de las más cruentas historias en las cárceles, hospitales y cementerios.
Me llama poderosamente la atención los renglones aquellos en que hace ya más de 459 años en que más de 300 mil indígenas afrentaron con gallardía y loco coraje, la injuria de ver sus territorios ocupados por la codicia y la ilusión de hacer millonarios a los aventureros del mundo que engañaban a la muerte en la sorpresa y el desencanto, de que sus hijos mendigaran el pan que tanto trabajo les costaba a costa de su sudor y su sangre entre las minas y los campos frugales, otrora semillas de ansiosas jornadas en donde la demolición de la maldad acababa entre sus límites ofreciéndole a todos un lugar, un espacio, una guerra bien declarada.
No deja de admirar mi memoria los escritos deslumbrantes de sus historiadores que al filo de las madrugadas y siendo testigos de la jornada, retrataron con fiel firmeza el dolor de los zacatecanos en su agonía: ahí estaba el admirable Bosquejo Histórico de Zacatecas con sus miles de páginas y millones de renglones ofreciendo al futuro la deslumbrante historia que les aconteció en medio de los siglos hartos de sequias, epidemias realmente desastrozas y de pesadilla, los inventos del hombre, las acciones de justicia momentánea, los ímpetu de un pueblo por demás indigente que peleó hasta el cansancio el reclamo a sus derechos y los vio convertidos en leyes, huelgas, otros manjares en la mesa proletaria.
¿A cuántos habrá golpeado el bronce de las espadas en la dura batalla que inauguró el panorama de Zacatecas en la escena universal y siguió en el transcurso de los días y los años en pos de nunca dejarse ante el despojo, el crimen y el alboroto de la opresión sin ninguna lástima? ¿Cuántos fusilados, cuántas mujeres llorando en los cementerios y hospitales y los niños solos en casa esperando un mendrugo o agua para beber?
Guerra civil, revolución y guerrillas, alboroto universal y hereditario en el fusilamiento, el saqueo, mapa antiguo hereditario y capitaneado en la mansión de la locura, todo eso en una ganancia que jamás será cobrada, que jamás el pueblo obtenga en su memoria la esperanza de ver algún día la felicidad entera libre de daños, de discursos inútiles y de acciones que poco libran a la mayoría de una muerte segura en el peor de los escenarios, la catástrofe de las ciudades en las excavaciones profundas de su modernidad para unos cuantos y el terror oscuro para siempre en las fosas de sus cementerios más pobres y endeudados de nuestra magnífica ciudad y sus ilusiones. ■
