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jueves, 28 marzo, 2024
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Desplazados de sus tierras, miles de indígenas migran de la selva a la favela en Brasil

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Por: Araceli Rodarte •

Río de Janeiro. Apiñados en un círculo cerrado, los bailarines agitan sus maracas llenas de semillas mientras danzan y cantan tal como su tribu lo ha hecho por generaciones. Luego, evocan a un espíritu con su cántico cuando suben su voz. Muy cerca de allí, el ruido del tráfico de una autopista se confunde con el ritmo de la música funk que escupe un parlante, a todo volumen, de un vecino del lugar.

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En esta favela de Río de Janeiro, una densa mezcolanza de humildes viviendas de bloques de cemento y un arrabal de los más pobres de la ciudad, las comunidades indígenas se esfuerzan por mantener viva sus tradiciones y una cultura que data de una época en que la historia no tenía como registrar su existencia. Desplazados de sus tierras ancestrales por explotadores de madera, mineros y agricultores, unos 22 mil indígenas brasileños buscan un lugar y un trabajo en las ciudades.

Y ahora llaman hogar a las sobrepobladas favelas.

La deforestación continúa cambiando el relieve de la selva tropical del Amazonas, hogar de un tercio de los indígenas de Brasil. La tasa de deforestación aumentó en 29% el año pasado comparado con el año anterior, según informó el gobierno la semana pasada.

«No hay más bosques, ni más peces. Tenemos que sobrevivir, así que nos tuvimos que venir a las ciudades. Pero todo es tan costoso que ¿dónde más podemos vivir si no es en las favelas?», se pregunta Sandra Benites, de la tribu Guaraní que se desplazó en 2010 a la barriada de Sao Carlos Complexo, en Río de Janeiro, proveniente del vecino estado de Espirito Santo. «Pese a los problemas, al menos en el pueblo uno está rodeado por la comunidad. En la ciudad, uno está solo».

Benites, profesora de 39 años, cuyo nombre tribal es Ara Rete, hizo parte de un ritual indígena que celebraron en Mare, otra favela de Río, junto con una docena de indígenas más. Estos rituales que cuentan con la participación de muchas tribus le proporcionan un sentido de comunidad a los indios, que les ayuda a soportar la «doble discriminación» que padecen en las ciudades.

«Si eres educado pero no usas una falda de hierbas, los citadinos te van a decir que tú ‘no eres un verdadero indígena»’, dijo Benites, cuyo esposo y cuatro hijos se quedaron en su aldea que está a un viaje nocturno en autobús. «Pero cuando vuelves a casa, tu propia gente te dice que te estás asimilando demasiado. Es muy molesto».

Twry Pataxó está de acuerdo. Miembro de una numerosa y fuerte tribu, los Pataxó, que cuenta con unos 11 mil indígenas, Twry se desplazó desde el nororiental estado de Bahía a Río cuando era una adolescente para poder terminar su bachillerato. Durante los últimos 15 años ha vivido en la favela Mare, de Río, una extensa y violenta barriada donde casi la mitad de los residentes sobrevive con muy pocos dólares al día y los jíbaros distribuyen droga sin inmutarse pese a que decenas de soldados fueron desplegados al lugar a principios de año.

«Existe esta idea de que si usted es un indígena tienes que vivir en un pueblo nativo y usar un tocado de plumas», dijo Pataxó, que dirige la organización benéfica «Maes da Mare» que ayuda a las mujeres maltratadas de todas las etnias, quienes producen y venden artesanías. «Así que, básicamente, nosotros los indígenas urbanos tenemos dos opciones. Podemos tratar de negar nuestra ascendencia y mezclarnos o podemos tratar de preservar nuestra cultura y enfrentar la discriminación».

La mayoría elige la primera opción, dijo Pataxó.

«Cuando veo a alguien con rasgos indígenas aquí en la favela, voy y les pregunto, ‘¿tú sabes que eres indígena?’ Muy a menudo lo niegan», dijo Pataxó, madre de dos hijos. «No es fácil ser indio en Brasil. La palabra ‘indio’ es sinónimo de pereza y estupidez. Así que si usted está viviendo entre gente extraña en una favela, si usted no viste como un indio o no actúa como tal, prácticamente se puede confundir entre los demás. ¿Por qué habría de admitir que soy indio?».

Pero, por otra parte, Pataxó muestra su identidad. Rara vez sale de la casa sin la semilla y la pluma distintiva de su etnia y organiza reuniones cada mes en su casa de bloque de hormigón de dos habitaciones. Allí, da la bienvenida a los nuevos indígenas de la tribu Mare y otras más. Durante los encuentros, los invitados comen pescado cocinado en hojas de plátano en el patio, que es una estrecha franja de tierra que bordea una autopista de varios carriles, y donde el olor a aguas negras es abrumador.

En la época precolombina, los pueblos indígenas de Brasil estaban compuestos por millones de personas que han sido diezmados en 500 años de persecución y enfermedad. Ahora, las 305 tribus nativas que sobreviven en el país tienen unas 900 mil personas, el 0.4 por ciento de la población indígena de unos 200 millones de brasileños, según el Censo de 2010.

Uno de cada cuatro indígenas viven en zonas urbanas, según las cifras del Censo, lo que ofrece evidencia anecdótica que sugiere que cada día más indios viven en los barrios marginales de las ciudades.

Selma Lenice Gomes, de 37 años y perteneciente a la tribu Pankararu, se desplazó a la favela Real Parque, de Sao Paulo, hace unos 15 años para ir a la universidad. Los Pankararu han estado emigrando de sus tierras en el estado nororiental de Pernambuco a Real Parque desde 1950, inicialmente atraídos por los trabajos de construcción en el vecino estadio de fútbol de Morumbi. Ahora, entre los 24 mil residentes de Real Parque, 720 de ellos son Pankararus; lo que significa que casi uno de cada 10 de los 8 mil miembros de la tribu reside en esta barriada.

Venirse a la ciudad le permitió a Gomes obtener un título como trabajadora social, pero la cotidianeidad del barrio, la abruma de cuando en cuando.

«El pueblo está lleno de espacios abiertos. Usted siente que puede respirar», dijo. «Cuando llegué por primera vez a Sao Paulo, me daba miedo porque nunca había visto a una favela antes, todas esas casas apiladas una prácticamente encima de la otra».

«No teníamos dónde practicar nuestros rituales, no hay donde reunirnos, estar todos juntos», dijo.

Lo peor son las despiadadas bandas de narcotraficantes. Como sucede en la mayoría de las favelas del país, el gobierno está ausente en Real Parque, no hay vigilancia policial y las bandas criminales son la máxima autoridad de la barriada.

«En el pueblo eras libre; libre de decir lo que querías», dijo. «En la barriada hay que aprender a ser ciego, sordo y mudo de algunas cosas que pasan o si no te vas a meter en un verdadero lío».

Pese a las dificultades, la vida en los barrios pobres tiene sus ventajas, dice Pataxó, que vive en la favela de Río Mare.

«Fue difícil al principio. Las personas se burlaban de mí por ser india. Pero ahora todo el mundo aquí me conoce, y yo sé que puedo contar con mis vecinos», dijo. «Los barrios pobres son los únicos lugares en la ciudad donde usted tiene el tipo de solidaridad que los indios tenemos en los pueblos».

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