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jueves, 28 marzo, 2024
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¡Ningún enfermo tendrá derecho a reclamar nada!

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Por: MIGUEL ÁNGEL AGUILAR •

  • Historia y Poder

Así rezaba el decálogo de la Unión Mutualista de Obreros Libres de Zacatecas que en el año de 1917 propugnaba porque su asociación tuviera mayor atención por parte de las autoridades y patrones, respecto a las graves enfermedades que mermaban la salud de sus agremiados y muy especialmente de quienes trabajan en las minas.

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Y es que durante años el famoso Hospital de San Juan de Dios fue el baluarte para que se recuperara la salud de muchos que al no contar con recursos, se les atendía  sin costo alguno.

Dicho hospital funcionó por casi 300 años y el hecho inicial que contempló el mundo al haber tenido entre su cuadro médico al portugués Enrique Tabares que en 1614 fuese considerado “el mejor médico cirujano que se hallase en las indias” y que dio bandera para que ahí hubiese siempre un equipo de sacerdotes y médicos dispuestos a apoyar a los más pobres, aunque en muchas ocasiones se les fuera de las manos la vida de numerosos que llegaban desahuciados por la desnutrición, el hambre, las heridas de la miseria lacerante.

Hacia 1827 había un Tribunal del protomedicato que contrataba  médicos y cirujanos por el alto índice de heridos en reyertas, fiestas populares sin control y Zacatecas tuvo  en su violencia criminal las manos de dios en muchas ocasiones, que por medio de los legos juaninos curaban con verdadero espíritu solidario sin pedir nada a cambio, más que hacer el bien sin mirar a quien.

La sociedad mutualista de los obreros libres zacatecanos dejó bien claro desde jueves 21 de agosto de 1902  que era una sociedad de los hombres honrados de la buena voluntad que deseaban, ante todo ayudar a sus agremiados en casos de desgracias, “y su mejoramiento moral e intelectual”, formaron fondos para cumplir los compromisos que contrajese los abastos mixtos  y que sólo ellos podían celebrar como agrupación sindical sin límites.

No solamente fueron los legos juaninos, jesuitas y franciscanos lo que ayudaron abiertamente a un pueblo tan singular como el zacatecano, anteponiendo su vida y prestigio  ante los peligros que implicaba atender  a gente de toda laya y  de muchas partes del gran territorio zacatecano, de Jalpa, Nochistlán, Moyahua, Tayahua, Ojocaliente- una ciudad increíble, casi milenaria, donde los índices de violencia era quizás tan relevantes como en su época la ciudad de México, es decir el ciudadano incurriendo en los delitos de la mendicidad , el aborto, el homicidio, el hurto, el infanticidio, en la embriaguez habitual, la vagancia, la bigamia, la coacción, adulterio, rapto, lesiones, fraude e injurias- y muchas otras como Mazapil, Sombrerete, Guadalupe, Jerez, en donde la rapiña y el alcoholismo en alto grado era cosa de todos los días.

El pueblo zacatecano tenía siempre a la mano reglamentos para todo: reglamento sindical, hospicio de niños, para despachar de tortillas masa y nixtamal, para matanza de cerdos, para prostitución, mendigos, juegos, casa de empeños, de carne, faltas de policía, patentes para venta de leche, cargadores,  de carbón vegetal y leña, corridas de toros y un sinfín  más en el que imperaba cierto orden institucional pese a los desafíos y analfabetismo a gran escala.

Por eso, ante la crisis, “ningún enfermo tendrá derecho a reclamar nada”, más si las huelgas eran reprimidas, olvidadas, criticadas o ignoradas.

Y peor, si los fondos sindicales se agotaban ante tanta difícil circunstancia. ■

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