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viernes, 19 abril, 2024
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La política del melodrama

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Por: CITLALY AGUILAR SÁNCHEZ •

  • Inercia

Cuál es lalógica que permite al presidente de la República Mexicana aparecer en uno de los programas de televisión de más baja calidad en contenido, para explicar sus reformas y demás asuntos relacionados con la economía nacional? Quizá se deba en parte a que dicho programa es transmitido por la televisora que lo llevó al mandato del país y que maneja uno de los más grandes monopolios, y sobre todo a que ha sido la encargada de educar a la población mexicana desde hace décadas.

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¿Nos debería extrañar que información “oficial” sea transmitida en horarios familiares, en espacios destinados a la fanfarronería e idiotez? A estas alturas lo extraño es que los asuntos serios de México sean tratados con seriedad pues por el contrario, todo parece un espectáculo televisivo en el que el pueblo sólo participa como espectador.

 

Cuentos de hadas

La gran mayoría de las personas nacidas entre los 40 y los 90 han tenido, al menos en la infancia, una relación muy cercana con las telenovelas. Se trata de personas que, independientemente del género sexual, crecieron viendo melodramas en los que, por lo general, una joven es puesta a prueba una y otra vez ante los embates de la vida, a los que por supuesto sale siempre victoriosa.

Cierto es que, estas historias tienen su referente directo en los cuentos clásicos de los hermanos Grimm, los cuales tenían como principal objetivo moralizar a la sociedad que pertenecían, por lo tanto se trataba de textos sencillos de entender, con héroes bien definidos en los que siempre impera el honor y la justicia; de ahí que los finales felices fueran parte de su fórmula.

De los 31 puntos recurrentes en la estructura de los cuentos clásicos, que Vladimir Propp propone como funciones, los melodramas mexicanos tienen al menos 20 dentro de los que destacan la fechoría, que es cuando el antagonista engaña al héroe para apoderarse de alguno de sus bienes, la mediación, cuando se hace pública la fechoría y la enmienda, cuando la fechoría es reparada.

Todos aquellos que han sido público de estas escenas, cuentan en su ideología de vida, aunque sea en una mínima parte, con los preceptos moralizantes que ahí se instauran. Y peor aún es el hecho de que, el aspecto moralizante se realiza bajo los preceptos de la religión católica en su fase más dogmática, por lo cual, las moralejas enfatizan en la idea de que si las cosas están mal es porque Dios así lo quiso y no hay nada que hacer al respecto.

Así es como en nuestra vida cotidiana, llevamos a la práctica esas enseñanzas y es como vemos que la realidad se convierte en una parodia cada vez más ridícula donde las fechorías son llevadas a la mediación una y otra vez, sin el más mínimo pudor, y no hay un héroe que repare tales perjuicios, porque tales “enseñanzas” tienen como emblema la agachonería.

 

Puros cuentos

La Historia, así con mayúscula, es quizá una de las primeras formas de narración que ha existido en el mundo; la Ilíada y la Odisea son textos que aunque tienen una cantidad de mitología, también relatan hechos constatados históricamente. La Historia es una fuente fidedigna que nos permite distinguir lo real de lo ficticio.

En los cuentos clásicos se recurren a fórmulas de introducción como el “erase una vez” para marcar la distinción entre el hecho real y el narrativo; el equivalente en las telenovelas y programas de televisión es la cortinilla de entrada, por lo tanto ¿qué tan verídico puede ser un informe de actividades presidenciales en un espacio de tal categoría?

La Historia de México es ya una parodia mediática en la que, el presidente es un actor más, y es más que evidente que sus interlocutores tienen ya memorizadas sus líneas: las preguntas que realizan tienen el objetivo de enviar un mensaje moralizante al público y sobre todo de mostrar la inaccesibilidad de la realidad del país al espectador; hay una pantalla de por medio y una realidad de distancia.

Lo grave no es tanto que veamos al susodicho en tales lugares, ni siquiera que todo lo que dice sea una reverenda mentira; lo realmente terrible es que no podamos despegarnos del aparato televisor y en caso de hacerlo sea sólo para mofarnos de la ignorancia que este ocasiona, diciéndolo así, de dientes para afuera.

Hace falta tomar las riendas de nuestra educación y de nuestra conciencia, ya sin culpar a los monopolios televisivos, o a la política nacional. Es necesario dejar de ser las víctimas del sistema y hacer lo correspondiente. Apagar la televisión es el primer paso, el segundo es destruir las viejas ideas engendradas y alimentadas por nosotros mismos durante tanto tiempo. Dar un verdadero paso es abandonar esa educación moralizante que nos ha bombardeado y lastimado de formas que parecen irreparables y comenzar a vivirnos como seres autóctonos, honorables y justos, quienes no necesitan de consejos de pacotilla sobre la ética humana. Sólo así podremos librarnos de tanta fechoría y dejar de vivir en el melodrama de la política mexicana. ■

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