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jueves, 25 abril, 2024
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Conocer la historia y repetirla…

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Por: CITLALY AGUILAR SÁNCHEZ •

  • Inercia

Se habla de que en México, los dos grandes movimientos sociales, el de la Independencia y el de la Revolución, tuvieron lugar luego de un ciclo de 100 años, por lo cual, para 2010 se esperaba el cumplimiento de otro similar, en el que seguramente habría una nueva conciencia y una liberación. Por desgracia, un movimiento se dio, pero no con fines positivos, sino protagonizado por la vileza humana, en una guerra contra el narco en la que murieron miles de inocentes y cuyos estragos aún nos afectan.

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El filósofo Mircea Eliade en su célebre obra Lo profano y lo sagrado, explica que el hombre que cree en lo divino vive en un tiempo diferente al de quien no tiene tales dogmas, por lo que “toda fiesta religiosa, todo tiempo litúrgico, consiste en la reactualización de un acontecimiento sagrado el cual tuvo lugar en un tiempo mítico” de esta forma el tiempo sacro es “indefinidamente recuperable, indefinidamente repetible”.

Así pues, nuestra sociedad, marcada fuertemente con los estigmas religiosos del catolicismo, se dispone no sólo a la repetición hierática de los eventos relacionados con personajes litúrgicos, sino también a la historia humana, en la que la violencia es, por antonomasia, la protagonista.

 

La hipocresía católica

Desde la antigüedad se observa una necesidad de creencias en el ser humano, y por ello se puede entender que las religiones fueron la esencia de los pueblos y que de ella se desprendieron la gran mayoría, si no es que todas, las manifestaciones de cultura, es decir, que como sociedades se nos podría identificar de acuerdo a los diversos cultos religiosos que llevamos a cabo.

Luego de que en Europa la Edad Media consolidó a la religión católica como un culto de alto poder, durante el Renacimiento hubo una ruptura, que fue el movimiento de Reforma, el cual según explica Elsa Cecilia Frost fue “un intento de volver al espíritu cristiano de las primeras épocas”, aunque los intereses económicos y políticos terminaron con tal ideal; sin embargo, marcó la pauta de la separación del viejo continente en los países sajones creadores del movimiento reformista y los latinos, con España a la cabeza, quienes permanecieron unidos a la Iglesia, en un retraso medieval evidente. Frost dice que fue poco después de esta escisión que ocurrió el descubrimiento de América, lo que significó una compensación para el catolicismo por la mitad de Europa perdida.

Ya que el conquistador no compartía el mismo idioma que los aborígenes americanos, la evangelización se dio por medio de la violencia, por lo que “el indígena aterrado se acogió al bautismo como medio de congraciarse con el conquistador, pero en su interior tan pagano era antes como después de la ceremonia. Para el vencido la conversión era una medida política” según Frost, pues el indio rendía culto a sus dioses como al de los conquistadores, tratando de quedar bien en ambas partes, lo cual permite entender nuestra cultura católica como hipócrita y explicaría muy bien cómo es que, por un lado nos damos de golpes en el pecho en las misas de domingo y por el otro no practicamos el amor y el respeto por el prójimo.

Si bien el mexicano “tiene un vivo sentimiento de la dependencia fundamental del ser humano, del misterio y de la muerte, este sentimiento se desborda en innumerables supersticiones, fetichismo o magia”, razón de que en el fondo, hay en el mexicano un ansia por lo sobrenatural, un misticismo incomprensible para occidente.

 

El tiempo mítico

Y sin embargo, la hipocresía católica que nos identifica nos lleva a rendir un culto místico a la violencia, en la que vemos la salvación y purificación de todos los pecados. No por nada, las hagiografías relatan escenas llenas de dolor y sacrificio, donde los santos aparecen inmutados, pues según Javier Moscoso, es este don el que los santifica.

Tanto repetimos cada año la representación de la pasión de Cristo, con sangre y tristeza, como hemos repetido cada 100 años guerras llenas de injusticias y ambición, que no son otra cosa sino violencia.

Más que un ritual de purificación y santidad, los mexicanos llevamos a cabo el rito de la repetición violenta de nuestra historia sagrada; esto nos condena a la vez a no poder votar por otro partido político en tiempos electorales, a tener siempre al mismo gobernante aunque en diversos grados intelectuales, y por supuesto, a que se lleven a cabo los mismos robos y atropellos de siempre: No es de extrañar que la deuda del Fobaproa esté de vuelta con un nuevo nombre (Pemexproa), y no sería ridículo esperar una que otra devaluación económica también.

Sujetos a una tradición en la que la fe es un dogma insuperable, una inercia milenaria que difícilmente se detendrá, el tiempo de México es un tiempo inquebrantablemente repetitivo; incluso nosotros mismos, no nos diferenciamos mucho de las sociedades medievales que juzgaban a los otros y los mandaban a la hoguera sólo por no coincidir en creencias u opiniones. No, al parecer los ciclos se siguen cumpliendo al pie de la letra porque renunciar a ello implica renunciar a una identidad. ■

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