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jueves, 28 marzo, 2024
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La trascendencia pertenece a los hombres que cultivan el espíritu de servicio

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Por: UZIEL GUTIÉRREZ DE LA ISLA* •

  • El Mirador de Heródoto

Esta expresión precisa el objetivo, la misión y la razón de ser de un docente y se aplica al ejemplo de vida del profesor y licenciado José Gutiérrez Vázquez, fallecido el pasado 15 de mayo, a quien por su grato recuerdo se dedica este espacio.

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Corría el año 1975 del siglo pasado, yo frecuentaba la casa de la calle García de la Cadena 208 de la capital zacatecana visitando a mis amigas Patricia y Verónica Gutiérrez Raygoza, juntos en torno al mundo del Escultismo, construíamos nuestros sueños. Ellas muy jovencitas, yo ya alcanzaba los 20.

En una tarde, en que recortábamos periódicos; el profesor José Gutiérrez Vázquez después de un rato de permanecer observándonos, me preguntó: ¿Y tú a que dedicas, qué estudias?

-Curso segundo año de QFB, respondí.

– ¿Y cómo vas?

– Pues, no muy bien, repetí el primer año -contesté con algo de temor.

– ¿No te interesa dar una clase de Química en una escuela? interpeló.

– No, -contesté- creo que no podría pues ya le comenté que reprobé.

– Bueno, -repuso- quien reprueba y pasa, aprende doblemente. Además yo te ayudaría a preparar las clases.

Después de varias pláticas y lucha ante mis resistencias, el profesor venció y el 13 de mayo del mismo año me citó en las oficinas del Instituto de Capacitación del Magisterio (ICM), donde yo trabajaría. Me presentó con los profesores Antonio Villa Fonseca y Miguel Rodríguez Flores director y coordinador del ICM, respectivamente, luego llegaron personalidades como J. Jesús Larios Guzmán, Eduardo Aguilar, mejor conocido como Bony, entre otros personajes baluartes de la educación en Zacatecas.

Para la historia de la educación en Zacatecas, los 70 fueron años en que se conjuntaron esfuerzos con humanismo, filantropía y una pasión desmedida por el servicio en profesionales como los mencionados, además de Cuauhtémoc Padilla Belmonte, el profesor Soto, el maestro Amado y muchos más que constituyeron ese bastión de mentalidades que, sin afán de protagonismo, se consolidaron como los impulsores de la educación en nuestro estado.

A ese grupo pertenecía el profesor José Gutiérrez Vázquez quien  ahora presentaba a un joven de escasos 20 años para enfrentarse a los alumnos del ICM, profesores con una gran trayectoria práctica en la enseñanza que, al no contar con el título que los avalara, se habían integrado al programa estatal de Capacitación del Magisterio.

A la sombra de este grupo de reconocidos profesionales sucedieron los siguientes meses en mi formación como maestro de los normalistas. Por la mañana, en las aulas a impartir la materia, con las estrategias bien aprendidas: la evaluación diagnóstica, el desarrollo del tema a través de una guía perfectamente elaborada y al finalizar, la valoración de la actividad en su totalidad.

Por las tardes, en la casa del profesor Gutiérrez o en su oficina, para continuar con la preparación de las siguientes sesiones y así hasta terminar el curso. Señalo que antes y después de Uziel, había otras personas con diferentes solicitudes de apoyo. A todas atendía, con su siempre afable sonrisa, con paciencia, con cariño y con pasión por lo que amaba: la enseñanza.

Esta actividad me permitió conocer el espíritu de este hombre que se empeñó en transformar una masa informe en un instrumento para lograr su objetivo, la extensión del servicio en la enseñanza.

Las reuniones para la organización de los cursos en el ICM, las intermedias para evaluaciones parciales en diciembre, en abril y finalmente al concluir los cursos en agosto, eran verdaderas sesiones de abrevar de estos manantiales del conocimiento.

Me enteré que el profesor Eduardo Aguilar, cariñosamente llamado Bony, había denominado a este grupo de académicos, las Garrapatas. Se me hizo un tanto despectivo el término, posteriormente supe que se los había puesto en función de su empeño por permanecer pegados, aferrados en estar juntos unos con otros como un grupo solidario en la función sustantiva de la enseñanza, en beneficio del magisterio y la niñez zacatecana.

Comento que al finalizar el curso de Química, la resistencia de los alumnos del ICM (en su gran mayoría de más edad que yo), que, inconformes, reclamaban al inicio el “por qué un jovencito imparte clases”, al final, se convirtió en beneplácito y solicitud para mi permanencia durante los siguientes dos años. Impartí Biología y finalmente, Ciencias de la Salud para esta primera generación, que a la postre, sería la única.

El anterior relato, es un botón, muestra de la calidad humana y profesionalismo de este excelente universitario y mejor zacatecano, que nos mostró, con el ejemplo, que para trascender se tiene que vivir en la tolerancia, en el respeto, en la constancia permanente del trabajo fecundo. Nos enseñó, a la manera de Vasconcelos, que “todo hombre de trabajo, puede conquistar un progreso para él y, por ende, para la sociedad, teniendo no un espíritu audaz, ni siendo el más inteligente, sino el más capaz de servir”.  Descanse en paz. ■

 

*Cronista de la UAZ

[email protected]

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