Si bien la comisión de errores es humanamente inevitable, facultad de sabios es enmendarlos, y aunque resulte infrecuente también de grandes estadistas, como evidencian los casos de Julio César, Napoleón y Cuauhtémoc Gutiérrez, por sólo mencionar algunos.
El fin último del poder, según muchas generaciones hemos podido constatar, consiste en el goce de todos los privilegios posibles, incluido el de salir de pobres de una vez y para siempre por parte de los estadistas, y sus numerosas familias, que además de los parientes, consanguíneos o no, incluye compadres, amigos y amigotes, y desde luego, vecinos; lo que puede fácilmente comprobarse visitando cualquier oficina gubernamental.
Lo que menos al estadista debe importar es la calificación de dichos parientes, amigos y hasta vecinos sino su eterna gratitud; y las cosas así cuando alguno de ellos ha sido particularmente inepto en sus desempeños, carecido de clientela e incluso si por celo excesivo hubiese vergonzosamente sido echado de alguna institución mejor que mejor; ya que todo ello no hace sino acrecentar el adeudo del pobre infeliz con su “palanca” o protector.
Lo que en manera alguna conviene hacer es que subordinado a alguno de estos allegados, telillas del corazón, se nombre algún profesional, y si por encima resulta competente y hasta honrado menos aun, pues amén de no sentirse en deuda a lo peor hasta resulta independiente, su único posible beneficiario sería el público y debe por lo tanto, cuanto antes, parar.
Más vale, así pues, tarde que nunca, y para decirlo con una metáfora episcopal: la voz que desentona en el coro debe irse con su partitura a otra parroquia. Amén.
Continúa Michoacán en los encabezados, si bien Tamaulipas empieza a recuperar terreno. Exigen los inconscientes pobladores de este último estado, a Egidio Torre Cantú, poder vivir sin miedo, sin tomar en consideración los prioritarios compromisos internacionales; que el pobrecillo del gober no se manda solo y lo último que haría sería obedecer a los ciudadanos; y que todo parece indicar que la “guerra contra el crimen” fue “pactada” a veinte años, por lo que mínimamente faltan diez. Ni modo. ■